Para hacerse una idea de los cambios sísmicos que están remodelando el orden mundial, vale la pena mirar la agenda oficial de los diplomáticos kenianos. Hubo un tiempo en el que se les pedía que recibieran a delegaciones de potencias mundiales en contadas ocasiones. Ya no. Ahora apenas tienen un hueco libre en su calendario.
Bienvenidos a el mundo a la carta. A medida que se aleja la era de la posguerra fría en la que Estados Unidos era la única superpotencia, la antigua época en la que los países tenían que elegir entre un menú de alianzas a la carta se está transformando en un orden más fluido. El enfrentamiento entre Washington y Beijing, y el abandono efectivo por parte de Occidente de su sueño de tres décadas de que el evangelio del libre mercado conduciría a una versión más liberal del partido comunista chino, están brindando una oportunidad a gran parte del mundo: no sólo ser seducido, sino también enfrentar a unos con otros, y muchos lo están haciendo con rapidez y creciente habilidad.
El ascenso de las potencias medias
"Para Kenia y otros países no se trata de elegir un bando. Es cuestión de elegir a todos", afirma Michael Power, analista de inversiones radicado en Ciudad del Cabo.
"Ya no deberíamos hablar del movimiento de los no alineados", añade, refiriéndose al grupo de países africanos, asiáticos y latinoamericanos, formado en la guerra fría, y declaradamente neutral en la contienda entre Occidente y la Unión Soviética. "Pero del movimiento multialineado".
Han pasado 15 años desde la primera fase de este fenómeno, cuando el G20 encontró su voz y su papel a la hora de apuntalar la economía mundial durante la crisis financiera, tal y como señaló el comentarista Fareed Zakaria en su ensayo de 2008, The Rise of The Rest [El auge del resto]. Ahora, sin embargo, con Estados Unidos y China enfrentados, el G20 está más dividido y es menos eficaz, y se abre una nueva era más oportunista.
Un alto responsable político occidental, conocedor del pensamiento de Occidente y China, lo considera un "cambio que se produce una vez por generación". Los diplomáticos occidentales hablan de la era de los "indecisos" y los "Estados indecisos". Para el politólogo Ivan Krastev, es la era de las potencias intermedias. La palabra "intermedias", subraya, se refiere a su posición -entre EE.UU. y China- más que a su peso.

Su visión abarca un abanico de países claramente lejos del centro, entre los que se incluyen aliados tradicionales de EE.UU. como Arabia Saudita, Turquía, Israel e incluso Alemania, así como titanes del sur global, como Indonesia e India, a todas luces una gran potencia en ascenso.
"Este espíritu empresarial geoestratégico refleja la evolución del orden mundial en un archipiélago en la última década", afirma Nader Mousavizadeh, exasesor de Kofi Annan y CEO de Macro Advisory Partners, una empresa de asesoramiento estratégico. "El cambio debe considerarse estructural, secular y no cíclico".
"El hecho de que la relación entre Washington y Beijing se haya vuelto más adversaria que competitiva ha abierto espacio para que otros actores desarrollen relaciones bilaterales más eficaces con cada una de las grandes potencias, pero también para que desarrollen relaciones estratégicas más profundas entre sí", agregó Mousavizadeh.
Más allá de los BRICS
Este nuevo panorama, menos reglamentado, beneficia sobre todo al Sur Global, término que engloba a las economías en desarrollo de América latina, África y Asia.
Los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se formalizaron tras la crisis financiera, a partir de un acrónimo clásico de los banqueros -fue acuñado por economistas de Goldman Sachs-, cuando sus intereses estaban más alineados que ahora. Más tarde, los cuatro fundadores invitaron a Sudáfrica, un país relativamente modesto, a unirse al grupo.
Ahora los BRICS están ganando impulso. Una de las prioridades de la agenda es la solicitud de adhesión de 22 países y la decisión de aceptar a alguno. La ecléctica lista de candidatos incluye a incondicionales ideológicos del Sur Global, como Venezuela y Vietnam, pero también a actores de Medio Oriente, como Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos (EAU) e Irán, y a potencias de otras regiones, como Indonesia, Nigeria y México.
Sumados todos ellos, el bloque representaría el 45% de la economía mundial. Según Anil Sooklal, embajador de Sudáfrica ante los BRICS y coordinador de la cumbre, incluso una ampliación más limitada crearía un gigante que representaría casi la mitad de la población mundial y el 35% de su economía. Sooklal prevé "una agenda más ambiciosa y una posición más enérgica".
Anticipa "una agenda más ambiciosa y una posición más enérgica, incluido un fuerte impulso a la reforma de la arquitectura política, económica y financiera mundial".
Las discusiones entre bastidores sobre quién debe unirse al BRICS ponen de manifiesto que puede ser más fácil articular las ambiciones del bloque que hacerlas realidad.

Tanto ellos como los posibles nuevos miembros tienen intereses muy diferentes y, en algunos casos, rivales. China, por ejemplo, no quiere que India o Brasil se le una en la mesa principal del Consejo de Seguridad de la ONU, ni está a favor de un mundo multipolar, diga lo que diga en público.
Pero sea cual sea la evolución de los BRICS, la cumbre pone de relieve un fenómeno más amplio.
"No hay que centrarse en la competencia entre EE.UU. y China, ya que no van a poder disciplinar la fragmentación como hicieron Rusia y EE.UU. en la guerra fría", afirma Krastev. "Puede que las potencias intermedias no sean lo suficientemente grandes o fuertes como para dar forma al orden internacional, pero su ambición es aumentar su relevancia. Su exceso de actividad las hará imprevisibles", añade.
En su postura sobre la invasión rusa de Ucrania, Turquía es un caso de estudio de un país que elige a veces alinearse con Occidente y a veces oponerse a él. Su imprevisibilidad saltó a la palestra este verano en la cumbre de la OTAN, cuando dio un giro de 180 grados al permitir la entrada de Suecia en la alianza.
Los funcionarios occidentales consideran que Arabia Saudita y los EAU pertenecen a esta categoría de Estados que se comportan de forma más asertiva en la escena mundial y con mayor independencia de su aliado tradicional, EE.UU. Los funcionarios de la Unión Europea (UE) han observado su mayor implicación en la política de la región del Cuerno de África, por ejemplo, y también, por supuesto, la participación de Arabia Saudita en las conversaciones de paz ucranianas, y han llegado a la conclusión de que la UE debe replantearse sus prioridades y objetivos en política exterior.
"Tenemos que comprometernos más con esos países", afirma un alto funcionario de la UE. "Gran parte de nuestras estructuras de política exterior están 20 años desfasadas".
El deseo de China de ser la cabeza de facto del mundo en desarrollo es indiscutible.
Sir Danny Alexander, exministro del gobierno británico que se encuentra en Beijing como vicepresidente de política y estrategia del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras, afirma que China se ve claramente como el líder natural del Sur global.
"En una reunión de la Agencia China de Cooperación Internacional para el Desarrollo se habló mucho de los distintos tipos de colaboración existentes. Se habló de cooperación sur-sur, norte-sur y triangular. Lo que está claro es que hay una multiplicidad de debates sobre cuestiones de desarrollo e inversión, y que estas conversaciones ya no fluyen todas a través de un prisma occidental".
Para Beijing, un BRICS reforzado sería un contrapeso al G20, aunque algunos de los principales participantes en la cumbre del BRICS -India, en particular- no tienen ningún interés en permitir que el BRICS se convierta en un interlocutor privilegiado.
La diplomacia de la des-dolarización
Sin embargo, a pesar de todas las discordias entre bastidores en Johannesburgo, la mayoría de los participantes comparten la frustración de que el orden económico mundial esté inclinado a favor de Occidente, y creen que por fin ha llegado el momento de cambiarlo.
Mia Mottley, primera ministra de Barbados, habló en nombre de muchos países en desarrollo en una cumbre organizada por el presidente Emmanuel Macron en junio, cuando pidió una transformación del Banco Mundial y el FMI. "Cuando se fundaron estas instituciones [en 1944] nuestros países no existían", dijo.
Zoltan Pozsar, director de la empresa de asesoría macroeconómica Ex Uno Plures, cree que el sistema está en un punto de inflexión. "El Este y el Sur globales están renegociando el orden mundial", afirma, destacando el impulso en el Sur global a favor de la desdolarización y un replanteamiento del FMI y el Banco Mundial. "Occidente soñaba con los BRICS como perro faldero, que acumularían dólares y los reciclarían en bonos del Tesoro, pero en lugar de eso están renegociando cómo se hacen las cosas".
La secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, se ha mostrado confiada al respecto, reflejando la opinión de muchos actores del mercado de que la ambición de destronar al dólar como moneda de reserva mundial es una apuesta a muy largo plazo. "Hay una muy buena razón por la que el dólar se utiliza ampliamente en el comercio, y eso es porque tenemos un mercado de capital profundo, líquido y abierto, un Estado de derecho e instrumentos financieros largos", declaró en la cumbre de París.
Pero, al menos políticamente, el contexto es más propicio que nunca para impulsar el cambio. En el apogeo de la guerra fría, el movimiento de los no alineados tenía que confiar en su influencia moral y emocional más que en la económica o política. Ahora, los BRICS y sus aspirantes a entrar dirigen una parte cada vez mayor de la economía mundial y controlan muchos de los minerales críticos que tanto necesita Occidente.
Además, algunas de las 'potencias medias' más influyentes que desconfían de China, comparten la preocupación de Beijing por la utilización de las sanciones financieras por parte de EE.UU. Según Mousavizadeh, el momento clave para ellas en los últimos 18 meses no fue la invasión de Ucrania por parte de Rusia, ni el hecho de que la OTAN redescubriera su propósito, sino el congelamiento de las reservas del banco central ruso, que puso de manifiesto una vez más el poder del dólar estadounidense.
"Para las potencias medias, fue el equivalente a que alguien entrara y se apoderara de las propiedades de una embajada (...) Muchos pensaron que tenemos que hacer lo que sea para evitar vernos en la situación de tener reservas de esta magnitud congeladas en el futuro. Esa fue la principal respuesta de Modi y muchos otros gobiernos de potencias medias, incluso en Medio Oriente, también estaban obsesionados con esto", dijo Mousavizadeh.
En Washington y en las capitales europeas, todos los funcionarios se centran en el ascenso de las potencias medias y en la necesidad de reevaluar su visión del mundo. Los funcionarios alemanes incluso plantean que Alemania también puede considerarse una potencia media. "Nuestra idea clara es que el mundo no es un mundo G2", dijo uno de ellos. "Debería ser un mundo multipolar. La tarea de Alemania podría estar más en el centro".
Los funcionarios de la administración Biden hablan de la necesidad de no reaccionar cuando los viejos aliados adoptan posturas cercanas a China o Rusia, sino de exponer sus argumentos en privado y subrayar las ventajas a largo plazo de los valores de EE.UU. frente a los de China. Mientras tanto, Washington trabaja en nuevas constelaciones de alianzas regionales, como el pacto trilateral de defensa Aukus [con Australia y el Reino Unido] y la agrupación Quad [con Japón, India y Australia] de potencias del Indo-Pacífico. En ocasiones, la retórica que emana de Johannesburgo suena como una reedición del viejo lenguaje antiimperialista de Bandung. Pero los funcionarios occidentales admiten que sería un error descartarlo todo de plano, como podrían haber estado tentados de hacer sus predecesores del siglo XX.
La era del menú occidental ha terminado. Y el nuevo menú, aunque fuertemente influenciado por dos chefs principales, aún se está escribiendo.



