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En la tensa Alemania Occidental de la posguerra, la mayoría de los soldados aliados cumplía con su rutina entre alambradas y permisos de fin de semana. Pero Robert Lee Johnson -conocido en los sumarios como Robert Lee- decidió convertir aquella rutina en una vendetta personal.

Desairado por los ascensos que no llegaban, el suboficial norteamericano cruzó la línea divisoria de Berlín en 1953 y, copa de coñac mediante, se ofreció al KGB como informante de largo aliento.

Aquella primera noche de citas clandestinas abrió la puerta a once años de filtraciones: diagramas de misiles Nike-Hércules, listados de objetivos estratégicos y hasta muestras de combustible pasaron de sus manos a los soviéticos.

Robert Lee llegando a los tribunales de Virginia, el 5 de abril de 1965. (Imagen: archivo)
Robert Lee llegando a los tribunales de Virginia, el 5 de abril de 1965. (Imagen: archivo)

Un goteo silencioso que obligó a los servicios occidentales a revisar sus protocolos de seguridad y que, décadas después, sigue evidenciando lo poroso que podía ser el frente interno en plena Guerra Fría.

Del rencor al reclutamiento: cómo el KGB lo captó en Berlín

Cuando Johnson llegó a Berlín, su carrera militar parecía estancada. Esa frustración fue el caldo de cultivo perfecto para los cazadores de la rezidentura soviética, que le prometieron dinero y reconocimiento a cambio de papeles con sello secreto.

El trato incluía USD 250mensuales -una suma jugosa para la época- y la instrucción de "mantenerse donde resultara más útil": dentro del Ejército de EE. UU.

El sargento no solo aceptó: también reclutó a su amigo James Allen Mintkenbaugh, quien se especializó en fotografía de documentos y cursos de cifrado en Moscú. Ambos formaron un dúo letal.

Mientras Johnson accedía a archivos de misiles en bases europeas y estadounidenses, Mintkenbaugh actuaba de correo, escondiendo microfilmes en tacones huecos, maquinillas de afeitar y mecheros.

Un correo secreto en París y un flujo de documentos clasificados

El golpe maestro llegó cuando el Ejército destinó a Johnson al centro de mensajería de las Fuerzas Armadas en Orly, a las afueras de París.

Con turno nocturno y la llave de una bóveda de despachos, comenzó a sacar sobres enteros, pasarlos a su contacto "Viktor" y recuperarlos al amanecer, ya fotografiados y perfectamente sellados. Nada delataba la intrusión.

Funcionó hasta 1964, cuando su esposa, harta de maltratos y paranoias, telefoneó al FBI. La denuncia coincidió con las confesiones que Mintkenbaugh había hecho a su hermano y con información de un desertor del KGB, Yuri Nosenko.

La doble vida de Robert Lee, el espía soviético que burló a la Alemania Occidental: infiltraciones, traiciones y la condena que selló su destino. (Imagen: Shutterstock)
La doble vida de Robert Lee, el espía soviético que burló a la Alemania Occidental: infiltraciones, traiciones y la condena que selló su destino. (Imagen: Shutterstock)

Con ese rompecabezas encajado, el Departamento de Justicia ordenó una operación de vigilancia digna de novela: coches sin matrícula, colas en casinos de Reno y escuchas en teléfonos militares.

Detención, juicio y un final trágico que supera la ficción

El 5 de abril de 1965, Johnson y Mintkenbaugh fueron arrestados y, al día siguiente, un gran jurado federal los acusó de espionaje. Ambos recibieron 25 años de prisión.

El capítulo final resultó todavía más dramático: en 1972, durante una visita carcelaria, el hijo de Johnson -veterano de Vietnam- lo apuñaló mortalmente en la sala de recepción. Cuando el FBI le preguntó el motivo, solo respondió: "Fue un asunto personal".