Hace unos días el Subsecretario de Inversiones del Gobierno de la Ciudad, Carlos Pirovano, abrió una polémica al escribir en Twitter ¿Y si asumimos que la educación pública está muerta y con esa plata pagamos a los chicos una escuela privada? La frase ha llevado a la confusión. Afirmar que la educación pública está muerta resulta tan desafortunado como afirmar que la misma es la única posibilidad de ascenso social, como respondió la ex Rectora del Colegio Nacional Buenos Aires, Virginia González Gass.

El Estado tiene la indelegable obligación de asegurar la educación primaria y secundaria de todos. Dicha educación es, como bien afirma González Gass, el principal motor de movilidad social, pero no es el hecho que la misma sea pública o privada lo relevante, sino el que todo niño tenga asegurado el acceso a la misma. Ese es el espíritu en el cual debe ser interpretada la idea del Premio Nobel de Economía Milton Friedman, quien, en 1955, propuso un sistema de vouchers para la educación que permitiese a los padres de niños en edad escolar elegir a qué escuela enviar a sus hijos.

Hace unos meses, en esta misma sección, he publicado un artículo proponiendo la conveniencia de reexaminar dicha propuesta a la luz de nuestra realidad.

¿En qué consiste el sistema de vouchers y porqué habría de mejorar la educación, tanto pública como privada? En su libro Capitalismo y Libertad, Friedman lo explica con claridad, El sistema que tendría más justificación sería una combinación de escuelas públicas y privadas. Los padres que decidieran llevar a sus hijos a colegios particulares recibirían del Estado una cantidad igual a la que se calcule como costo de educar a un niño en la escuela pública, agregando mas adelante: Otra ventaja es que aumentaría la competencia, de esta forma se fomentaría el desarrollo y la mejora de todas las escuelas.

Sería función del Estado establecer los estándares de enseñanza requeridos para que una escuela califique para el programa y funcionar como organismo de contralor, al cual cada escuela presentaría sus vouchers y obtendría a cambio el subsidio correspondiente. De esta forma el Estado continuaría financiando a la educación, pero los fondos no se asignarían a las escuelas sino a los padres de los alumnos.

La diferencia no es menor. Un sistema de vouchers cambiaría la relación entre los padres y las escuelas. Al poder elegir a qué escuela van a enviar a sus hijos, los padres comenzarían a percibir a las escuelas como proveedoras del bien educación y estarían en una mejor posición para demandar un servicio de excelencia. Esta competencia necesariamente elevaría el nivel de las escuelas tanto públicas como privadas. Desde ya que no existirían escuelas con los problemas edilicios que hicieron eclosión el año pasado, pues ningún padre enviaría a sus hijos a este tipo de establecimiento teniendo otras alternativas a su alcance.

La educación pública no está muerta, está gravemente enferma. La propuesta de Milton Friedman lejos de terminar con ella es una alternativa válida a ser considerada.