Hace días, el nuevo titular del Banco Central descartó la devaluación como una política deliberada; su impacto, adujo, se diluiría en las subas de precios, tal como sucedió con la devaluación de enero. Jugaría negativamente la idiosincrasia argentina.

Sin duda, el efecto de esa devaluación se disipó, volviendo, en cuanto al dólar, al nivel radical de sobrevaluación cambiaria real, similar al de fines de la convertibilidad (claro, siempre se puede alegar, cual escape, una referencia alternativa más tibia). Ahora, en aquel fenómeno, aparte de la supuestas idiosincracia y morbidez de los agentes, no se olvide la responsabilidad oficial por una limitada comprensión y ejecución del proceso, ausente un marco integral de éste para encauzar sus implicancias.

Se suelen señalar los costos de la devaluación y su probable inmediato efecto ingreso negativo (menos actividad). Esto último no es descartable, pero, en rigor, las circunstancias y la capacidad de gestión, gravitan. Así, la megadevaluación de 2002 alentó prontamente un impulso reactivante. Acerca de los costos, es clave cómo se los mide, y bajo qué visual, tanto causal como temporal.

Acéptese, por hipótesis, que hay ciertos costos inmediatos. ¿Cierre del análisis? Ello sería miope. Dentro de un marco ordenador, apuntando en el tiempo a que la devaluación consolide su efecto real, esto puede derivar en una trayectoria de crecimiento sustentable en divisas, y con creación de empleo, más que compensando pesares iniciales. Si de trayectorias se trata, inflación incluida, compárese, por ejemplo, la de 2003-07, afín a la matriz del dólar alto, con la aplicada a partir de 2010, asociada a la apreciación cambiaria.

Además, ¿qué ocurrió cuando se evidenció, dada su floja gestión, la disolución del efecto de la devaluación de enero?. Sumando las secuelas del affaire Griesa-buitres, se reavivaron expectativas devaluatorias y presiones sobre las reservas, los distintos mercados de cambio y la brecha. Debido, en lo esencial, a que se desvanecían los resortes que aspiraban a ablandar la restricción externa instalada por el esquema macro que arrancó en 2010.

La situación llevó a las autoridades a un enfoque de emergencia para el resto del año, que incluye controles e intervenciones en los mercados de cambio alternativos, la obligación de liquidar dólares por parte de algunos agentes, ahondar el racionamiento de divisas, negociar el ingreso de dólares con las cerealeras, y confiar en algún otro aporte (de capital, algo del swap con China). Lo que daría margen para, mientras se afrontan las exigencias del dólar ahorro y las iniciales de la estacionalidad turística, defender el stock de reservas y ceñir algo las expectativas de devaluación y la brecha cambiaria (con un dólar oficial que ajusta poco).
Pero, todo esto no asegura por sí una cabal solución de continuidad, lo que depende de cómo se desemboque en 2015. En ese momento, en medio de un estancamiento básico y una inflación aun elevada (con alta rotación de precios-costos), se acerca una fuerte manifestación del desarreglado tandem fiscal-monetario, con chances de repercusión en materia de demanda de dinero y de demanda potencial de dólares.

Entonces, será clave, computando elementos tales como las expectativas de devaluación, las tasas de interés y las presiones sobre los mercados de cambio y la brecha e incluyendo la premisa oficial de que no habrá otra devaluación, el horizonte tangible que defina rápidamente el gobierno en el frente externo, aclarando fehacientemente la perspectiva de la dinámica neta de divisas. Pesando mucho aquí el desenlace del affaire con los buitres. El curso de aquellos elementos y premisa, estará muy atado a la condición descripta. Ahora bien: aun supuesto cierto éxito, no deja de ser un sensible interrogante cuál es el grado de apreciación cambiaria admisible en términos de estricta sustentabilidad externa y de implicancias de estructura productiva.