Es por abajo: el subte, la inversión en tiempo
Las ventajas del transporte público en la Ciudad son evidentes: es más económico que trasladarse en auto, es más rápido y es más eficiente que otros medios de transporte. La mayoría de los porteños es consciente de estas ventajas: según un estudio realizado en julio de 2016 por el Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires (CESBA), el 74,1% elige el transporte público para moverse en la Ciudad.
Es preciso decir que entre las variantes de transporte público, existen diferencias. Si bien es cierto que el metrobus es bien visto -e incluso en algunos casos contribuyó a reducir el tiempo de viaje- el subte es el transporte más rápido y sustentable.
A modo de ejemplo: para realizar el trayecto completo de la línea B -la más utilizada por los porteños- los 360.000 usuarios diarios tardan en promedio 29 minutos, mientras que el colectivo 140, el más directo entre las estaciones cabeceras y sin realizar combinaciones, tarda en promedio una hora. Si pensamos en trasladar la misma cantidad de pasajeros en colectivos, se necesitarían aproximadamente 10.900 unidades diarias para ese recorrido. Si en vez de utilizar el transporte público, todos los usuarios de la línea B decidiesen hacer el trayecto en auto, se requerirían 90.000 automóviles.
Buenos Aires ha sido la primera ciudad latinoamericana en contar con este medio de transporte desde 1913. Pese a ello, y a las evidentes ventajas del subte, en estos más de 100 años de vida la red apenas supera los 60 kms. Ello contrasta con Santiago de Chile; ciudad que comenzó la construcción de su subterráneo recién en los años 70 y posee una red que se extiende por más de 100 km de vía.
Cuando de construcción de subtes se trata, hay indudablemente dos grandes cuestiones a tener en cuenta, consideradas como trabas insalvables y no como problemas solubles para quienes vienen diseñando e implementando políticas de transporte en la Ciudad durante los últimos años: el tiempo de construcción y el costo.
La primera cuestión se ve reflejada en los escasos 1,35 km por año que se construyeron en los últimos 19 años. En ese lapso, la Ciudad tuvo 5 Jefes de Gobierno.
La segunda cuestión, relativa a los costos, resulta ser un desafío que puede superarse mediante créditos internacionales para el desarrollo de infraestructura local, como los que entrega el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), o bien con recursos propios.
Es cierto que el metrobus cuesta en promedio $ 18 millones por kilómetro, mientras que la construcción de cada kilómetro de subte ronda los u$s 100 millones. Las diferencias en los costos son muy significativas pero, como casi todo en la vida, ¿no se reduce esto a una cuestión de prioridades?
El tiempo que los ciudadanos tardan en trasladarse desde sus hogares hasta sus trabajos, junto con la calidad del servicio del transporte, son parte central del debate de las políticas que hacen a la calidad de vida en la Ciudad.
Es preciso decir que entre las variantes de transporte público, existen diferencias. Si bien es cierto que el metrobus es bien visto -e incluso en algunos casos contribuyó a reducir el tiempo de viaje- el subte es el transporte más rápido y sustentable.
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