

El lugar justo, el momento indicado. ¿Casualidad? ¿Causalidad? Pocas semanas parecen condensar tanta atención como la que tendrá lugar desde hoy. A través del Banco Central, el Gobierno acaba de girarle $ 30.000 millones al Tesoro para financiar gasto pero el total de recursos transferidos del BCRA al fisco en lo que va del año ya cuenta por u$s 22.000 millones.
La caída en el precio de bonos y acciones locales comienza a traslucir la puesta en marcha de la maquinaria del descontento, por la hipótesis de que el canje para rescatar el Boden 2015 implica que el Gobierno buscará estirar para más adelante el apretón de manos que traería un arreglo con los fondos buitre. El hombre a seguir es Axel Kicillof o su alter ego, Alejandro Vanoli. Ambos atraviesan por estas horas el campo de batalla con la bandera en lo más alto.
Para el ministro de Economía, la jugada será conseguir u$s 3.000 millones antes que el clima por la ausencia de señales en la negociación con los buitres enturbie el escenario y le encarezca el dinero a cambio de bonos.
En definitiva, Kicillof no piensa atender desequilibrios como la inflación, déficit fiscal y retraso cambiario sino que busca crédito para financiar esos desbalances y sostenerlos hasta el final del mandato de Cristina.
En cambio, para el ex CNV y ahora titular del BCRA cuyo pliego se aprobará en el Congreso, la apuesta es la misma que se les conoció a la emigrada Mercedes Marcó del Pont y al excomulgado Juan Carlos Fábrega, quienes adhirieron al contrasentido que implica dejar dormido el tipo de cambio mientras una inflación por encima del 30% se consume la competitividad.
Vanoli guarda silencio sobre los mínimos pre-devaluación a los que acaba de llegar el tipo de cambio bilateral con Brasil y sólo se juega a minimizar el impacto de la inflación en el congelamiento del peso argentino para usarlo como "ancla inflacionaria" mientras la justicia estadounidense decide por enésima vez si el BCRA es el alter ego del Gobierno para evaluar si es susceptible de embargo.
Un enemigo insospechado
Pero un enemigo insospechado toca a las puertas del Gobierno: Brasil. Con plan económico ortodoxo y todo, el real brasileño acaba de anotar su mínimo para los últimos 9 años. En criollo (o portugués), implica que el gobierno de Dilma Rousseff está devaluando su moneda o, en todo caso, está dejando al mercado que lo haga, sin la intervención de su banco central.
Claro, la inflación del 6% anual que registra la economía brasileña no ofrece demasiados problemas en el corto plazo. La propia dinámica de los capitales, que por estas horas comienzan a buscar rendimientos más elevados en el mercado estadounidense, propicia la venta de acciones y bonos en reales y la compra de dólares en Brasil para girar esos recursos a Estados Unidos. La demanda de dólares, sumado a la apreciación del dólar en el mundo por la debilidad de la economía de la zona euro, es un combo difícil de revertir para Dilma Rousseff.
En rigor, pocas veces la Argentina ha podido evitar devaluar su moneda ante la debilidad voluntariosa de Brasil con la suya. Demasiados conflictos comerciales traería una súbita escalada en la competitividad de las importaciones brasileñas y un magro servicio a las exportaciones al hermano país. Desde agosto, la cotización del dólar aumentó más de 14% en Brasil y en ese lapso, el peso argentino sufrió una corrección de apenas 4%. para todos.













