A las criptomonedas más importantes les ha llegado el momento de rendir cuentas. Tras una serie de espectaculares caídas e implosiones el año pasado, este mes dos de las empresas de criptomonedas más poderosas y rentables que siguen en pie -Coinbase y Binance- se vieron afectadas por las demandas de los reguladores estadounidenses. Una tercera, Ripple Labs, sigue luchando contra un caso presentado en 2020, lo que la llevó a gastar más de u$s 100 millones en facturas legales hasta el momento.

No son los estafadores más obvios de ‘criptolandia' los que fueron blanco de ataques; hay muchos de ellos, pero tienden a ser relativamente insignificantes. Son las compañías que han hecho todo lo posible por hacer parecer legítimos sus negocios; las que han intentado ser aceptables tanto para los reguladores como para Silicon Valley y para los políticos.

Éstos son los tipos que visten trajes costosos, que cenan con presidentes y que intentan congraciarse con diputados conservadores y aspirantes a celebrities. Estos tipos presumen de tener "grandes reuniones" con el secretario económico del Tesoro.

Esta multitud de ‘criptosensatos' ha impulsado implacablemente las criptomonedas, presentándolas no como una forma milagrosa de hacer obscenas cantidades de dinero de la nada, sino como una crucial "innovación" que los países deben abrazar si no quieren quedarse atrás. Actualmente, ellos y sus seguidores están tratando de defenderse de las enérgicas medidas de la Comisión de Bolsa y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos con el mismo argumento retórico: cualquier medida para regular o castigar el desorden y la anarquía de las criptomonedas ahogará esa ‘innovación'.

"La SEC quiere terminar con la criptoinnovación en EE.UU.", dijo el CEO de Ripple, Brad Garlinghouse, en un video subido recientemente en redes sociales, tras la publicación de algunos documentos relativos al caso de la SEC contra su compañía. "La SEC está creando un entorno regulatorio hostil a la innovación", dijo Tim Draper -un capitalista de riesgo y amigo de Elizabeth Holmes, ahora en prisión por estafas- a Fox Business la semana pasada.

Tan extendida es esta acusación que la SEC ha tenido incluso que desmentirla explícitamente: "No estamos aquí para reprimir la innovación, estamos aquí para reprimir el fraude", dijo el director de la División de Cumplimiento de la SEC.

Pero ¿a qué nos referimos con ‘innovación'? El diccionario Cambridge la define como "una idea o método nuevos" o "la creación y el uso de ideas o métodos nuevos". Sin embargo, se suele utilizar más como "algo relacionado con la tecnología que nadie acaba de entender, pero que algún día pudiera ser útil y generar dinero en algún momento".

"A la industria le funciona muy bien enmarcar cada tecnología que lanzan al mundo - ya sea criptomonedas o inteligencia artificial generativa, o cualquier otra- como una innovación que debemos perseguir", me dice Paris Marx, del podcast Tech Won't Save Us [La tecnología no nos salvará]. "Pero Silicon Valley y los capitalistas de riesgo no están realmente interesados en desarrollar tecnología para el mejoramiento de la sociedad. Lo que les interesa es ganar dinero con el próximo ciclo de despliegue publicitario que ellos vayan a generar".

A veces el problema de la innovación es que, aunque la idea en cuestión sea nueva, en realidad no es muy útil: es una solución en busca de un problema, como en el caso de la tecnología de blockchain. Y a veces el problema es que la innovación, aunque no carece de utilidad, es increíblemente perjudicial: los opioides sintéticos han aliviado el dolor de millones de personas, pero también han creado una epidemia de sobredosis, matando a casi 80.000 estadounidenses en 2022 y contribuyendo a reducir la expectativa de vida en EE.UU. a su nivel más bajo en 25 años.

¿Por qué, por lo tanto, hemos llegado a ver la ‘innovación' como absolutamente buena, y por qué ‘reprimirla' es tan inequívocamente malo? Sin duda, el objetivo de la innovación -y sus posibles repercusiones- también deberían importar. La innovación puede ser crucial para progresar en todo tipo de ámbitos, como la medicina o la ciencia, pero parece que hemos llegado a un punto en el que lo que veneramos es la idea en sí. Esto es un error: la innovación no debe verse como un fin en sí mismo, sino como un medio para mejorar algo.

Las criptomonedas pueden ser novedosas, pero eso no las hace útiles o valiosas para la sociedad. No podemos seguir imaginando que toda innovación es una fuerza positiva. En la práctica, la ‘innovación' a menudo sólo significa explotar las lagunas en las normas existentes hasta que los reguladores se ponen al día, una estrategia llamada ‘arbitraje regulatorio', que la critptoindustria ha desplegado con significativo éxito y de la que, de hecho, ha dependido. Desgraciadamente para estos ingeniosos ‘innovadores' de las criptomonedas, ponerse al día es exactamente lo que ahora están haciendo los reguladores.