Hace cuatro años, los chilenos eligieron como presidente a un barbudo y tatuado exlíder de protestas estudiantiles, con promesas de justicia social. El domingo pasado, los votantes de la que alguna vez fue la economía modelo de América Latina lo reemplazaron por un conservador de traje, que prometió endurecer la lucha contra el crimen y expulsar a los migrantes ilegales.
Las promesas del vencedor, José Antonio Kast, de construir una barrera en la frontera norte de Chile y deportar a los migrantes indocumentados, resonaron entre votantes temerosos en un país donde la tasa de homicidios se ha duplicado desde 2015.
El giro dramático de Chile hacia Kast, un populista que en el pasado elogió la dictadura del general Augusto Pinochet, es el ejemplo más reciente de cómo el aumento del crimen y la violencia está empujando a los votantes latinoamericanos hacia dirigentes de derecha que prometen una mano dura contra los infractores de la ley.
Durante mucho tiempo la región más mortífera del mundo, América Latina y el Caribe se han vuelto aún más peligrosos en la última década, a medida que las bandas del crimen organizado han extendido sus tentáculos a países tradicionalmente pacíficos, como Chile y Uruguay.
Los cárteles se han diversificado más allá del tráfico de cocaína y fentanilo hacia nuevas áreas lucrativas, como la minería ilegal de oro, el tráfico de migrantes y la extorsión. Cada vez más, también penetran en la economía legal. Como resultado, los latinoamericanos están hoy más preocupados por el crimen y la seguridad que por inquietudes tradicionales como la pobreza o el desempleo, según encuestas recientes. Este es un terreno difícil para la izquierda, cuyos candidatos han sufrido reveses electorales este año en Ecuador, Bolivia y Honduras, además de Chile.
La “marea azul” de la región podría transformar el panorama político latinoamericano. Brasil, Colombia y Perú votarán el próximo año y triunfos conservadores en esos países dejarían a México como el único gran país de la región donde los votantes aún se inclinan por la izquierda. (Los ciudadanos de Cuba y Venezuela no tienen opción).
Una ola continuada de victorias de populistas de derecha complacería al presidente estadounidense Donald Trump, que ya ha inclinado la balanza electoral en Argentina y Honduras a favor de los conservadores.
Que esto logre reducir las cifras de criminalidad es otra cuestión. El muy publicitado éxito del presidente Nayib Bukele en recortar las espantosas tasas de homicidios de El Salvador ha tenido un alto costo para las libertades civiles, con cerca del 3% de la población masculina adulta encarcelada. Su ejemplo no es fácil de imitar. El país centroamericano tenía un problema específico de pandillas y estaba en gran medida libre de cárteles internacionales de la droga. El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, que prometió copiar las tácticas de Bukele, ha tenido dificultades para reducir las tasas de asesinatos. La democracia ha demostrado ser más resistente en la región de lo que muchos esperaban.

Expertos en crimen han instado a los gobiernos latinoamericanos a combatir el crimen organizado mejorando la recopilación de inteligencia, desplegando mejor tecnología, coordinándose a nivel internacional y cortando los flujos financieros ilícitos. Sin embargo, los populistas autoritarios prefieren recurrir a fórmulas vistosas y amigables para las redes sociales, como redadas policiales espectaculares televisadas y arrestos de alto perfil de supuestos cabecillas de cárteles.
No tendrán mucho tiempo para experimentar: los votantes latinoamericanos son impacientes por obtener resultados y suelen desalojar a los gobernantes en funciones. Los nuevos conservadores tienen tantas probabilidades como sus predecesores de izquierda de quedarse sin cargo si no cumplen.
Y no será fácil: los expertos señalan que el crimen organizado ha ido penetrando de manera constante en la política a nivel local y regional en muchas partes de América Latina, comprando o intimidando a intendentes, concejos municipales y gobernadores provinciales. Como tantas veces, los criminales parecen ir un paso por delante de las autoridades.





