Desde que el Gobierno cerró en abril el acuerdo con el FMI y comenzó a aplicarse el esquema de bandas cambiarias, el debate sobre el nivel del tipo de cambio se volvió inevitable. Ante la necesidad de sumar reservas, el Gobierno estimuló con la baja de retenciones la liquidación anticipada de divisas por parte del agro.
Y con la inflación en ruta descendente, el dólar, termómetro psicológico de la Argentina, también empezó a recorrer un camino similar. Así fue como se empezó a escuchar el reclamo de que un dólar barato no favorecía a la producción, porque hacía más difícil competir contra bienes importados. Como si fuera poco, los ahorristas retomaron un fuerte ritmo de compras (desde un piso de u$s 2000 millones mensuales en abril) ya sea para pagar gastos en el exterior o bien para mantener en sus cuentas.

Hace un mes, el Banco Central puso en marcha una estrategia destinada a reforzar su estrategia monetaria. Anunció el fin de las Letras Fiscales de Liquidez (LEFI), el instrumento que usaban los bancos para regular sus excedentes de pesos. La volatilidad que desde entonces tuvo la tasa de interés, desde un piso cercano a 20% hasta el salto posterior a 76% anual, alteró todo el sistema financiero y el rebote, como era de esperar, llegó al dólar. Ayer la cotización minorista en el Banco Nación terminó a $ 1380.
Si se toman como referencia los cuestionamientos aldólar baratoy se contrastan con los que miran con preocupación la suba del dólar -por su posible impacto en precios- es evidente que la grieta cambiaria que divide a la Argentina reverdeció una vez más.
Aunque tanto Javier Milei como Luis Caputo hablaban de que el país iba a tener que acostumbrarse a un peso apreciado (equivalente a un dólar en el piso de la banda) por la llegada de inversiones y el boom exportador de Vaca Muerta y la minería, está claro que eso no sucederá este año. Con suerte, podremos verlo a mediados de 2026. Las empresas igual tendrán que ajustar sus costos para competir, porque la rebaja de impuestos y aranceles igual puso presión sobre el nivel de actividad interna.
Sin embargo, lo real es que a la economía -y por ende al Gobierno- le sirve un tipo de cambio de equilibrio más alto, como el actual. Le devuelve rentabilidad a los exportadores e incentiva las liquidaciones del agro, con lo cual ayuda al BCRA a recuperar reservas. El dólar caro, en paralelo, actúa como un freno para las importaciones que jaquean a la industria y el comercio. Aunque se habla de boom importador, en los últimos meses el volumen mensual estaba estancado.
Un dato no menor es que este dólar está más alineado con lo que siempre pidió el FMI. Desde que empezó a subir, el organismo primero aprobó la revisión y el después el desembolso de u$s 2000 millones. Mientras no pegue en la inflación, o incluso si lo hace pero sin llevarla por encima de 2%, este será el escenario hasta octubre.




