A los argentinos les ha costado, históricamente, construir el puente que debe unir sus deseos con sus realidades. A veces ha sido porque sobreestimamos nuestras posibilidades y cuando quedamos a mitad de camino, salimos a buscar culpables por un error de cálculo colectivo. Otras, porque subestimamos la magnitud de los problemas o las habilidades necesarias que deben tener quienes elegimos para resolverlos.

La economía no es una ciencia exacta pero da respuestas de escala humana que se aplican en todo el mundo. Y funcionan. Sin embargo, la Argentina se ha vuelto uno de esos países en los que la política se obstina en armar senderos discursivos distintos a lo que se usan en otras geografías. La clase dirigente recurre a una suerte de GPS diseñado para evitar el rechazo electoral, y en lugar de apelar a la madurez de su elector, construye universos paralelos que se transforman en la realidad de cada grupo de votantes. Cada uno de ellos asume entonces que su destino no depende de un equilibrio general, sino del acceso al que diseña el laberinto de reglas y excepciones.

En la Conferencia Anual de FIEL realizada ayer, sus expositores se ocuparon de exponer con crudeza la magnitud de las distorsiones que jaquean el corto plazo, y la distancia que hay con las respuestas que ofrece la política. La acumulación de desencanto y fragmentación que empezó a verse en la pospandemia, derivó en una radicalización de las propuestas, que no están preparadas para conectarse con una sociedad que solo pide dejar de sufrir.

Guillermo Calvo advirtió que la dolarización y la bimonetariedad (entendidas como dar libertad para elegir moneda) puede acelerar la huida del peso y crear las condiciones para un shock inflacionario más serio y doloroso. Guillermo Mondino remarcó que todos los bancos centrales (incluyendo la Fed) lidian hoy con pasivos remunerados y que hay experiencias de salida no traumáticas (Brasil antes del Plan Real, por ejemplo) que pueden ser usadas antes que promover su "detonación", un camino para el que no hay ninguna evidencia que garantice resultados.

Enrique Szewach mostró el universo de precios paralelos que hacen inviable a la economía, y Daniel Artana extrajo la foto de las dos cuentas más desequilibradas: todos los dólares que faltan para que Estado y privados puedan cumplir sus obligaciones y qué puede pasar con los pesos necesarios para comprarlos.

José María Fanelli, un heterodoxo que venera la institucionalidad, remarcó en el cierre que los economistas solo parecen dedicarse a proponer "sufrimiento". Y es que a lo largo del tiempo, la traducción que la política hace de sus recomendaciones termina lejos de su objetivo. Si los gobiernos hacen un tipo de cambio, un salario, una tarifa de servicios públicos, un costo impositivo, un plan social sin contraprestación o un beneficio para cada sector, construir puentes se vuelve inútil, porque todos tienen un camino paralelo. "Lo que se necesita no es ajuste, es orden", resumió Fanelli. Pero no desde la imposición sino como fruto del consenso.