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El sector asegurador argentino se encuentra en un punto de inflexión. Durante décadas, nuestro sistema de protección social, que abarca seguros de riesgos del trabajo, salud y vida colectiva, funcionó con la lógica de “compartimentos estancos”. Cada uno con su regulación y burocracia, generando un entramado fragmentado, caro e ineficiente. ¿El resultado? Superposición de coberturas, falta de continuidad en la vida laboral y, lo más grave, un trabajador que se siente perdido ante una contingencia.

Pero una nueva corriente de pensamiento, la de un sistema integrado, comienza a tomar forma. Ya no se trata de seguros como piezas aisladas, sino como parte de un verdadero ecosistema de bienestar.

El desafío del siglo XXI: salud, trabajo y longevidad

Vivimos más, trabajamos de formas distintas (teletrabajo, esquemas híbridos) y la línea entre “activo” e “inactivo” se desdibuja. El viejo modelo de previsión, diseñado para la economía industrial, se resquebraja. La salud, el trabajo y la previsión ya no son etapas sucesivas, sino dimensiones simultáneas.

La discusión actual no es solo económica; es cultural y estructural. El objetivo es repensar el contrato social bajo un nuevo principio: la continuidad de la protección.

El eje de la transformación es el trabajador como sujeto protegido. (Fuente: Archivo)
El eje de la transformación es el trabajador como sujeto protegido. (Fuente: Archivo)Francisco Marotta

Los pilares de la transformación: de la cobertura a la red

Integrar los mundos del trabajo, la salud y la previsión no significa uniformar ni estatizar. Significa coordinar y construir un sistema que actúe como una red, no como un archipiélago.

Esta red se sostiene en tres pilares fundamentales que, desde nuestra experiencia, son la clave de la eficiencia:

  • Información compartida: Es vital para evitar duplicaciones y detectar dónde están las brechas en la protección.
  • Interoperabilidad normativa: Necesitamos marcos que permitan articular coberturas sin caer en conflictos de competencia entre reguladores.
  • Confianza técnica: Las compañías que demuestran un cumplimiento sólido deben ser incentivadas a ofrecer productos más amplios y transparentes.

Un sistema así no solo gana en eficiencia, sino que fortalece la seguridad social en su conjunto.

Los productos del mañana: servicios de protección continua

La integración dará lugar a productos muy distintos a los seguros tradicionales. Serán servicios de protección continua, ajustables al ciclo vital de cada persona:

  • Seguro Integral de Bienestar (SIB): Un esquema único que combina salud, vida y riesgos del trabajo, adaptable a la edad y el tipo de empleo.
  • Cuenta Previsional Unificada (CPU): Unifica aportes y coberturas en una “huella aseguradora” individual y consolidada.
  • Cobertura de Continuidad Laboral (CCL): Va más allá de la indemnización, combinando este apoyo con capacitación y efectiva reinserción laboral.
  • Seguro de Envejecimiento Activo (SEA): Un fondo combinado para financiar la prevención, terapias y la transición planificada hacia el retiro.

La coordinación público-privada como ventaja estructural

El dilema de fondo no es si el Estado se retira o avanza, sino cómo coordinar. Un esquema integrado de seguros privados, en coordinación con el sector público, tiene la capacidad de:

  • Reducir litigiosidad.
  • Ampliar la cobertura efectiva.
  • Generar información confiable.
  • Aumentar la sostenibilidad fiscal.

En esta nueva visión, el seguro privado no compite con la seguridad social, sino que la refuerza. El Estado mantiene su rol indelegable de definir el piso de protección y garantizar la solidaridad. La expansión del seguro privado, bien coordinada, no lo debilita, sino que lo fortalece.

El nuevo contrato social: confianza y trazabilidad

El eje de la transformación es el trabajador como sujeto protegido. La protección social debe pasar de ser un “mapa de pólizas y formularios” a una experiencia unificada. Esta trazabilidad individual es crucial para construir confianza.

El contrato de seguro clásico se basaba, paradójicamente, en un principio de desconfianza. El futuro exige construir una confianza activa: con información compartida, cumplimiento verificable e incentivos alineados.

Para lograrlo, empresas, sindicatos y el propio Estado deben verse como actores corresponsables de un mismo contrato social.

En última instancia, el desafío se resume en una palabra: confianza. Implica repensar la estructura entera de la seguridad social, pero nos brinda una oportunidad histórica para modernizar el Estado, hacer más eficiente el mercado y, sobre todo, proteger mejor a las personas.