El valor de las instituciones

La Argentina es uno de los siete países del mundo que más cayeron en materia de institucionalidad en los últimos cinco años, de acuerdo con un informe elaborado recientemente por la fundación Libertad y Progreso. Frente a esta noticia habrá -naturalmente- diversas reacciones. Desde el progresismo se cuestionará no sólo la evidente posición de derecha del instituto que elabora el índice, sino que se volverá a insistir con el claro carácter ideológico del mismo concepto de institución. Desde la derecha se insistirá en la relación directa que hay entre buenas instituciones, inversión y crecimiento, el valor de la ley y la importancia de la justicia.
La cuestión no es tan simple como para quedarse sólo en extremos ideológicos. Desconocer la idea misma de institución por prejuicios políticos es abrir el camino al absolutismo y sobre todo a la imprevisibilidad.
Cierto es que hay pésimos ejemplos de intentos de imponer instituciones por la fuerza. Las propuestas del FMI en los 90, los delirios mesiánicos de George Bush y aún la manera como se manejan algunos organismos multilaterales dan razón a quienes sospechan de la universalidad e inmutabilidad del concepto.
Igual razón les dan quienes cuestionan cualquier intento de redistribución del ingreso con el argumento de la intangibilidad de la propiedad privada.
Pero al mismo tiempo están quienes cuestionan el valor absoluto de instituciones como la familia, la propiedad, la moneda, la libertad de prensa y aún la justicia, relativizándolos frente a valores como la equidad, la participación popular, y obviamente la toma y el mantenimiento del poder.
Quienes así piensan afirman que la calidad institucional no existe en China y ese país va en camino de convertirse en líder mundial.
Para agregar complejidad, es evidente que como lo ha demostrado Dani Rodrik, los países exitosos frente al desafío de la globalización, son los que supieron adaptar sus instituciones, no a los modelos enlatados, sino a las propias conveniencias, por ejemplo, al equilibrio entre apertura de la economía y protección frente a la invasión comercial externa.
¿Cuál es entonces el camino?
Ante todo, en el proceso por el cual se construyen, reforman y sostienen las instituciones. La democracia -dice Amartya Sen-es una meta y también una vía y el buen camino asegura una buena meta. Las instituciones se adaptan -y por tanto se hacen sólidas- cuando está asegurado el acceso de todos a la discusión, cuando el sistema hace propios los acuerdos logrados, cuando se respetan los derechos que nacen de cada avance. Las instituciones nacidas del autoritarismo y del silencio forzado, ni son aceptables, ni sobreviven.
Pero en el caso concreto de nuestro país, y más allá del uso político que se le pueda dar a mediciones como la que comentamos, debemos recordar que cualquier mirada elemental de los países exitosos en América Latina, (Brasil, Chile, Uruguay) demuestra que sus logros se deben a una armoniosa combinación de tres variables: compromiso social, economía previsible y respeto por las instituciones. Y que esas tres dimensiones se han mantenido a lo largo de mucho tiempo, permitiendo que maduraran los frutos.
Por lo tanto, bien haría el Gobierno en mirar con cuidado lo que esta haciendo con la Justicia, la moneda, la ética pública, el respeto por la Constitución, el derecho a la expresión, la previsibilidad en las decisiones, la equidad y tantas otras instituciones básicas. Y poner tales decisiones en una perspectiva de largo plazo de modo que podamos -definitivamente- para consolidar un país más estable y equitativo.
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