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El desafío comercial de Donald Trump

El regalo de salida de Joe Biden es una provocación para la política industrial del presidente entrante.

La primera Administración Trump dio un giro a la postura de Estados Unidos sobre el comercio mundial. Joe Biden redobló entonces los aranceles de Donald Trump, y sumó la política industrial a la ecuación. Ahora, su regalo de despedida a Trump es un nuevo veredicto comercial que aboga por el apoyo del Gobierno estadounidense a los sectores marítimo, logístico y de construcción naval frente a la competencia china. Será la primera gran prueba de si el segundo mandato de Trump se centrará en los deseos económicos de su base o en el "complejo tecnológico-industrial" denunciado por Biden en su discurso de despedida.

El momento no es casual. La investigación, emitida por el representante de Comercio de EE.UU. en virtud de la Sección 301 de la Ley de Comercio, expone cómo China ha utilizado prácticas ajenas al mercado para dominar la industria marítima mundial. Aunque Biden se ha mostrado partidario de hacer frente a estas prácticas, no todos en el partido demócrata se han mostrado dispuestos a hacer el cambio. Al dar a conocer el caso cuatro días antes de la toma de posesión de Trump, la Administración saliente se ha asegurado de que no lo hiciesen descarrilar los demócratas que preferirían alejarse de puntillas de la cuestión del mercantilismo chino. También ha lanzado un guante a Trump. ¿Serán los aranceles su única herramienta? ¿O apoyará la política industrial y a los trabajadores estadounidenses de forma más eficaz y duradera?

Se apoye o no la acción de la Sección 301, es difícil leer el caso y argumentar que el comportamiento de China en la construcción naval no es discriminatorio. Existen los problemas habituales, como los préstamos estatales masivos y el acceso a un exceso de capacidad no comercial en materias primas. Luego están las distorsiones del mercado laboral chino que hacen casi imposible que las economías de mercado compitan en el sector marítimo, donde China tiene ahora una cuota de mercado de más del 50%.

Una de las secciones más interesantes del informe profundiza en el sistema hukou. En él, los ciudadanos chinos se clasifican como residentes rurales o urbanos, y no pueden recibir prestaciones estatales como educación, vivienda o salud fuera de la jurisdicción en la que nacieron. Como muchos residentes rurales emigran a las zonas costeras para trabajar, el resultado es que la mitad de la población reside en zonas urbanas, pero sólo un tercio tiene clasificación urbana.

Esto distorsiona enormemente los mercados laborales chino y mundial. Como señala un académico citado en el informe, el sistema hukou crea una "enorme clase de trabajadores industriales sobreexplotables, pero muy móviles o flexibles, para la nueva economía china, ahora estrechamente integrada en las redes comerciales mundiales". En esencia, se trata de una transferencia estatal masiva de los trabajadores a los propietarios del capital, una de las razones por las que los economistas chinos preocupados por impulsar el consumo interno desearían deshacerse de él (la reforma del hukou se está llevando a cabo, aunque no tan rápido como muchos desearían).

Es también una de las muchas formas en que el sistema chino es incompatible con el sistema comercial de Bretton Woods tal como existe hoy. "No hay duda de que el modelo económico tan diferente de China dificulta un sistema de globalización basado en las normas de la OMC", señala el economista y premio Nobel Michael Spence. De hecho, esa es la razón por la que la representante comercial de Biden, Katherine Tai, impulsó (aunque sin éxito) un nuevo modelo de comercio basado en establecer un suelo, en lugar de un techo, en las normas medioambientales y laborales.

Sin duda, a Trump no le importará mucho lo primero, pero políticamente tendrá que preocuparse por lo segundo. Las fracturas entre la base MAGA (Make America Great Again) y la clase multimillonaria que puebla las altas esferas de su Administración ya se están dejando notar. Si decide no asumir las recomendaciones de apoyo a la construcción naval que dejó su predecesor, tanto los sindicatos como los partidarios de la línea dura de MAGA montarán en cólera, lo que podría sembrar un gran descontento en sus primeros 100 días.

Pero apuesto a que la Administración Trump se ocupará de la cuestión, y tal vez incluso ofrezca un apoyo más vigoroso que el que podrían haber ofrecido los demócratas. A Trump le encantan los objetos brillantes, y no hay nada más brillante y reluciente que un nuevo portaaviones.

Y lo que es más importante, existen razones legítimas de seguridad nacional y cadena de suministro comercial para construir más capacidad marítima no china. Casi la mitad de las mercancías estadounidenses y el 80% del comercio mundial se transportan por barco. China puede influir significativamente en el precio y la disponibilidad de los buques dada su cuota de mercado. Es difícil imaginar que este poder no se convierta en un arma en caso de conflicto entre EE.UU. y China. Trump ya ha sugerido que EE.UU. construya buques con aliados como Corea del Sur.

Por supuesto, aumentar la capacidad marítima es una tarea pesada y a largo plazo. Sin embargo, el éxito de la Ley de Chips, que ha reactivado la producción estadounidense de semiconductores en menos de dos años y medio, demuestra que es posible crear más resistencia y redundancia en industrias críticas cuando hay voluntad política. La cuestión es si Trump la tendrá. Imponer aranceles a adversarios y aliados por igual es mucho más fácil que elaborar una política industrial polifacética.

Dicho esto, la atracción política hacia ella será apremiante. Gran parte de los estímulos de la Administración Biden fueron para estados rojos. La Ley de Chips apoya la construcción de nuevas plantas de semiconductores en Ohio, Texas y Arizona, todos los cuales votaron a Trump. La Ley de Buques bipartidista, presentada el mes pasado, ofrece una hoja de ruta para la política industrial marítima. El que Trump la siga o no dirá mucho sobre la dirección de su segundo mandato.

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