Dólar, deuda e inflación: un relato atrapado en el dogma K

Con el correr de los años el kirchnerismo ha cimentado una épica del relato sobre la economía que paradójicamente hoy lo tiene casi atado de pies y manos. El autocercenamiento de alternativas de política económica es tal que muchas veces cae preso de sus propias contradicciones.

La maraña de medidas a las que debe apelar para sostener el andamiaje dogmático del discurso revolucionario anti Consenso de Washington y el creciente marketing del enfrentamiento con el establisment económico y financiero mundial a menudo lo precipita a confundir los instrumentos con los objetivos de política económica. En el camino, claro, relega márgenes de maniobra y anula el pragmatismo, una variable clave en un mundo dinámico y cambiante como el actual.

En el diccionario K, ser pragmático es traicionar supuestos ideales, por difusos que estos sean. Pero esta deformación del discurso económico oficial no está en el ADN del movimiento. Néstor Kirchner fue durante sus primeros años de mandato, ante todo, un pragmático y un transgresor (en el mejor de los sentidos). Curiosamente, fueron los mejores años en términos de lo que se ha dado a llamar el modelo.

Uno de los nudos gordianos de esta preeminencia del dogma por sobre la economía es la inflación. No reconocerla es sólo un detalle al lado de las consecuencias que acarrea no combatirla. Así, hoy llamativamente son los propios kirchneristas los que desconocen con eufemismos la realidad del retraso del tipo de cambio que genera el aumento incesante de los precios internos. Y no menos curioso, son los supuestos economistas del establishment los que advierten sobre este problema y la necesidad de recuperar la competitividad. El propio Néstor Kirchner fue desde el inicio de su presidencia un abanderado de la necesidad de un tipo de cambio alto y competitivo para fomentar las exportaciones y la industria interna ¿Qué pensaría hoy?

En este contexto, la escasez de dólares en la economía (según el relato K) sería la consecuencia de un intento de corrida cambiaria orquestada por oscuros grupos económicos que motorizaron la fenomenal fuga de capitales de 2011 (u$s 22 mil millones). Fue, en rigor, el prólogo de la ahora repentina necesidad de industrializar al país de la noche a la mañana (para contener las importaciones que restan dólares) o la súbita cruzada nacionalista para pesificar la economía y abolir el dólar de la psiquis social.


La realidad es muchas veces más sencilla de lo que parece. Hasta decepcionantemente simple. Lo único que requiere, es querer verla. Con el retraso cambiario en ciernes, los economistas comprenden desde hace casi 100 años (cuando Alfred Marshall desarrollo su teoría) que ante una desviación (o desequilibrio) la economía se corrige de dos formas: por cantidad o por precio. O por una mezcla de ambas. Si la apreciación cambiaria hizo al producto en cuestión muy barato (el dólar) su demanda crece. El Gobierno optó por prohibir esta demanda, por lo que cercenó la corrección por cantidad. Ergo, habilitó la corrección automáticamente por precio. Y aunque también intentó prohibirla, le fue más difícil. El dólar blue o informal en la consecuencia tangible.

Otra contradicción en la que cae preso el relato oficial pasa por el desendeudamiento. El dogma tal vez se exprese en esta dimensión como en ningún otro caso. La reducción del peso de la deuda es sin dudas uno de los grandes logros de la gestión de Néstor, y luego de Cristina Fernández de Kirchner. Pero se trata de un instrumento, no de un objetivo en sí. En 2003 con un país estancado, quebrado y con un peso de la deuda que asfixiaba las arcas públicas (equivalente al 170% del PBI), la reducción de estos pagos era crucial para recuperar el circulo virtuoso del crecimiento económico. Pero en 2012, con uno de los ratios deuda/PBI más bajos del mundo (inferior al 40%) y una necesidad imperiosa de recuperar la estrepitosa caída de la inversión, no aprovechar las tasas de interés internacionales más bajas en la historia económica mundial para financiar grandes obras de infraestructura públicas y privadas, es un caso lindante a la negligencia económica. En definitiva, atenta contra el empleo.


Pero el dogma que apuntala la épica del relato K puede llevar a confusiones. Por eso vale esta aclaración: cuando en este texto se refiere a frenar la inflación no debe ser interpretado como sinónimo de ajuste. Y cuando se hace alusión el aprovechar el exceso de fondos baratos que hoy ofrece el mundo no debe ser emparentado con endeudamiento desmedido.


La interpretación económica de la realidad según el prisma oficial cae presa de otra paradoja: si el viento de cola no era antes un factor explicativo del crecimiento a tasas chinas, no debería ser el ahora supuesto viento de frente (por la crisis internacional) un limitante del crecimiento de la economía que en un sólo semestre pasó del 7,5% al 2,5% interanual.

Curiosamente, el 2012 encuentra al kirchnerismo defendiendo un modelo macroeconómico mucho más parecido al de la denostada convertibilidad noventista, que al primogénito esquema que concibió Néstor Kirchner en 2003. Basta con nombrar dos similitudes con el modelo menemista: crecimiento motorizado por el boom de consumo (que desplazó a la inversión y a las exportaciones) y la vuelta del 1 a 1 con el dólar (computando el tipo de cambio real según la inflación que estiman las consultoras privadas y organismos de estadística provinciales).

No somos ni devaluadores, ni endeudadores, repitió en más de una oportunidad Cristina durante el último año. Pero en economía se puede evitar casi todo, menos las consecuencias. Y mal que le pese a la Presidenta la devaluación ya se produjo. Y la deuda crece por la sencilla razón de que el Gobierno tiene déficit fiscal desde 2009 a la fecha. Que no emita bonos en el exterior como en los noventa es otro cantar. Se los coloca al BCRA. Pero es deuda al fin, que debería ser honrada como tal. Al fin y al cabo se trata de las reservas del país. El desendeudamiento externo en los últimos años fue el espejo del mayor endeudamiento con Central. En 2003 el monto de papelitos que el Tesoro le dio al BCRA a cambio de divisas y pesos era del 10% de los activos del Central. En 2011 del 45% y la estimación para este año es del 55%. Más de la mitad de los activos del Central son deuda del Tesoro

En este contexto, cuando se habla del modelo económico K se debería aclarar si se refiere al del período 2003-2007 de superávits gemelos (fiscal y comercial), inflación moderada, tipo de cambio competitivo y acumulación de reservas. O al de 2007-2012 de déficits gemelos (el comercial el Gobierno decidió canjearlo por enfriamiento económico, trabas mediante), tipo de cambio bajo, alta inflación y reservas estancadas.

Todavía hay tiempo para volver a las fuentes. Sólo requiere probar con menos dogma y más sentido común.

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