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Durante años, los perros acompañaron la vida cotidiana de los pueblos originarios en América. Sin embargo, con la llega de Cristóbal Colón, las razas autóctonas fueron prácticamente desplazadas por aquellas traídas de Europa.
Hoy, aquella herencia genética desapareció casi por completo. De hecho, uno de los pocos rastros que aún sobrevive se encuentra en una raza mundialmente conocida: el chihuahua.
Así lo indica un reciente artículo publicado en Proceedings of the Royal Society B. En el estudio, un equipo internacional encabezado por Aurélie Manin examinó 131 restos óseos de perros antiguos y comparó sus perfiles genéticos con los de perros actuales.
Esto permitió reconstruir el recorrido histórico de los canes en América, demostrando que solo algunos chihuahuas modernos conservan ADN heredado de los perros que vivieron en el continente antes de la llegada de los europeos.

El origen precolombino de los perros en América
La historia de los perros en América no comenzó con la colonización europea, sino miles de años antes.
De acuerdo con los arqueólogos, estos animales llegaron a América junto con los primeros pobladores humanos, hace aproximadamente 15.000 años, cruzando desde Siberia por el estrecho de Bering.
En América del Norte, su integración a las sociedades cazadoras y recolectoras fue temprana, con rastros de convivencia que datan de hace por lo menos 9.000 años.
Sin embargo, en América del Sur, los perros llegaron mucho después. Un nuevo estudio sitúa su aparición en esta región entre hace 7.000 y 5.000 años, coincidiendo con el surgimiento de comunidades agrícolas sedentaria. ¿Por qué esta diferencia temporal? Según Aurélie Manin -autora del artículo- es probable que los grupos humanos iniciales no trajeran perros consigo, y que estos hayan llegado posteriormente por migraciones o simplemente por acercarse a los asentamientos humanos atraídos por los restos agrícolas.
Para entender mejor este proceso, los científicos analizaron el ADN mitocondrial -que se transmite solo por línea materna- de 131 perros antiguos y 12 modernos, desde México hasta la Patagonia.
Los resultados fueron claros: tras el siglo XVI, casi todas las líneas genéticas autóctonas desaparecieron, reemplazadas por razas europeas. Pero hubo una excepción sorprendente: el chihuahua. Esta pequeña raza conserva una huella genética que puede rastrearse hasta linajes precolombinos mesoamericanos.

Cómo sobrevivió el chihuahua a la colonización
La persistencia de la línea genética indígena en el chihuahua es un hallazgo inesperado. Los científicos proponen varias hipótesis. Una sugiere que, por provenir de una zona remota del norte de México, poco urbanizada y de bajo interés, esta raza logró mantenerse relativamente aislada. En este contexto, las prácticas culturales locales -incluida la cría de perros- habrían resistido más que en otras regiones.
También se especula con que los colonizadores hayan decidido preservar el chihuahua por su tamaño reducido y su aspecto peculiar. Pero otra posibilidad más simple es que laconservación de este linaje se deba al azar: un pequeño grupo de hembras pudo haber transmitido su ADN mitocondrial sin que hubiera mezcla suficiente con razas europeas como para borrar su legado genético.
Lo cierto es que la desaparición del resto de los perros nativos no fue casual. Existen registros de que los colonizadores prohibieron la cría de especies domesticadas por los pueblos originarios, como camélidos y cobayas.
Por tanto, no sería extraño que se persiguiera también a los perros indígenas, especialmente si eran considerados símbolos culturales. Además, la llegada de perros europeos entrenados para la guerra, la caza o el rastreo, junto con la transformación del paisaje por los colonizadores, favoreció a las nuevas razas, condenando al olvido a las originarias.




