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La revolución de la Inteligencia Artificial encontró en Elon Musk a uno de sus principales protagonistas, pero también a su figura más controvertida.
El empresario construyó en Memphis, Tennessee, lo que considera "el superordenador más poderoso del planeta": Colossus.
Esta megainstalación no solo representa un salto tecnológico sin precedentes, sino que plantea interrogantes profundos sobre el futuro de la humanidad y la concentración de poder tecnológico en manos de una sola persona.

La megamáquina que está redefiniendo el poder mundial
Colossus no es un centro de datos común. Equipado con 35 turbinas de gas que producen un total de 420 megavatios, este superordenador representa un avance en capacidad de procesamiento, capaz de cambiar el equilibrio del poder a nivel mundial.
La instalación, erigida en un tiempo récord dentro de una antigua fábrica abandonada, cuenta con la potencia energética equivalente a la de una pequeña ciudad y una capacidad de cómputo que supera a la mayoría de los centros gubernamentales.
Lo que más preocupa son las posibles aplicaciones de esta tecnología. Aunque Elon Musk presenta a Colossus como una herramienta para mejorar sus vehículos Tesla y avanzar en la inteligencia artificial general, expertos advierten que su uso podría ir mucho más allá de eso.
De hecho, su capacidad de procesamiento podría ser utilizada en simulaciones militares, criptoanálisis avanzado y en la creación de sistemas autónomos de defensa.
El costo oculto de la supremacía tecnológica
La construcción de Colossus demostró las profundas contradicciones del modelo de desarrollo tecnológico actual.
Mientras se promociona como el futuro, la realidad es que esta supercomputadora funciona con tecnologías del pasado: turbinas de gas que liberan gases tóxicos como óxidos de nitrógeno, partículas ultrafinas y formaldehído directamente sobre una comunidad ya castigada por décadas de contaminación industrial.
Además, la comunidad de Boxtown, mayoritariamente afroamericana y de bajos recursos, se convirtió en el laboratorio no consentido de esta revolución tecnológica.
Con tasas de cáncer que cuadruplican los niveles aceptables y las hospitalizaciones infantiles por asma más altas de Tennessee, esta zona ya cargaba con el peso de 17 instalaciones contaminantes antes de la llegada de xAI.
Lo más alarmante es que Elon Musk operó inicialmente sin los permisos ambientales requeridos, aprovechando vacíos legales destinados a maquinaria temporal.
Esta actitud de "primero construir, después pedir perdón" refleja un patrón preocupante en el que la innovación tecnológica se impone por encima de las consideraciones de salud pública y justicia social.

Las implicaciones geopolíticas de un poder tecnológico
La verdadera amenaza de Colossus trasciende las fronteras estadounidenses.
En un mundo donde la supremacía tecnológica determina la jerarquía de poder entre naciones, la concentración de capacidad computacional avanzada en manos privadas plantea interrogantes fundamentales sobre la soberanía nacional y la estabilidad internacional.
De hecho, China ya identificó la inteligencia artificial como un campo de batalla estratégico, invirtiendo miles de millones en el desarrollo de sus propias supercomputadoras. Y por su parte, la Unión Europea lucha por mantener su relevancia tecnológica frente a los gigantes americanos y asiáticos. En este contexto, Colossus no es solo una herramienta tecnológica, sino un arma geopolítica que podría inclinar la balanza del poder mundial.
La preocupación se intensifica cuando se considera el historial errático de Elon Musk en temas de política internacional. Sus decisiones impulsivas en Twitter (ahora X), sus declaraciones controvertidas sobre conflictos globales y su aparente fascinación por líderes autoritarios generan dudas sobre su capacidad para manejar responsablemente esta situación.




