

Donald Trump dice que los cheques están llegando. Tal vez sean u$s 1.000 mensuales para los norteamericanos; quizás más. Todavía no se fijó el monto, pero por una vez el poder del presidente tiene la posibilidad de estar la altura de su rimbombancia.
Los fondos no pueden llegar lo suficientemente pronto a las cuentas bancarias de los norteamericanos que están pasando un mal momento.
La economía estadounidense, destrozada por el virus, nunca antes se había detenido de manera tan abrupta, con la mayoría de los ciudadanos resguardados indefinidamente en sus hogares. Los bares, los restaurantes y otros lugares de juerga están totalmente cerrados.
El grupo hotelero Marriott suspendió temporalmente a miles de empleados. Los restaurantes familiares no podrán pagar el alquiler del local de este mes y del próximo. Es aterrador; una quinta parte de los estadounidenses ya sabe de al menos una persona que ha perdido su trabajo en las últimas semanas, según una reciente encuesta.
Las cicatrices de la crisis financiera muestran que el dinero que fluye directamente hacia los consumidores, no a través de complejos esquemas de impuestos, funciona mejor.
Ese es particularmente el caso de las personas con ingresos moderados, que tienden a tener tasas de consumo del 100%. Esa es una debilidad útil en tiempos como éstos. La cifra total de u$s 850.000 millones que se analiza en Washington representa menos del 5% del PBI anual. A la larga bien podría resultar inadecuada. Pero al menos es un comienzo.
La pregunta más difícil será cómo ayudar a las empresas del sector privado -o incluso por qué razón hacerlo. Los consumidores no distribuirán sus cheques de estímulo de manera uniforme en toda la economía. La industria aeronáutica de Estados Unidos, por ejemplo, está pidiendo u$s 50.000 millones para resistir los próximos meses. Las aerolíneas tienen un notorio apalancamiento operativo.
La economía fuerte y la consolidación ayudaron a reactivar esa industria durante la última década, lo que incluso convirtió al escéptico Warren Buffett en un creyente. Las tres aerolíneas tradicionales -United, American y Delta- eran tan robustas que podían recomprar acciones y pagar dividendos. A mediados de febrero el trío tenía una capitalización bursátil total de u$s 70.000 millones.
Esa cifra, un mes después, se redujo casi a la mitad y probablemente incluya la expectativa de un rescate. Eso es muy poco comparado con la deuda neta de las tres compañías juntas, que asciende a u$s 60.000 millones. Las aerolíneas describen sus actuales dificultades más como un problema de liquidez que de solvencia a largo plazo.
Sin embargo, cualquier programa de liquidez respaldado por el gobierno va a apuntalar su solvencia. Una industria aerocomercial viable puede ser considerada un bien social, pero eso no impedirá que los contribuyentes se quejen.
La mejor respuesta es ceder capital accionario a los contribuyentes, de ser posible acciones preferenciales. Eso resuelve dos problemas. Permite a los contribuyentes, que en última instancia son los que financian los rescates, compartir las recompensas y también asumir el riesgo. En segundo lugar, al diluir a los actuales propietarios se demuestra que incluso en tiempos extraordinarios, la ayuda del gobierno no es gratuita.
Traducción: Mariana Oriolo


