Otra semana, otro comentario impactante de Howard Lutnick, el bróker de Wall Street convertido en secretario de Comercio de Estados Unidos y uno de los secuaces favoritos del presidente Donald Trump.

El martes, Lutnick fue interrogado sobre la sorprendente decisión del Gobierno estadounidense de pagar 8900 millones de dólares por una participación del 10% en Intel, el fabricante de chips, movimiento que defendió rotundamente. Luego sugirió que el Gobierno podría comprar participaciones en grupos industriales como Lockheed Martin.

¿El motivo? Lockheed depende hasta tal punto de los contratos militares que es "básicamente un brazo del gobierno estadounidense". Los defensores del libre mercado podrían revolverse en sus tumbas.

Y si busca una información aún más impactante, aunque menos conocida, piense en esto: el mes pasado, el Pentágono gastó 400 millones de dólares para adquirir una participación del 15% en MP Materials, un grupo con sede en Nevada que aspira a ser "un productor de tierras raras totalmente integrado".

Es una suma irrisoria. Pero el Gobierno también otorgó a MP Materials un precio mínimo garantizado durante una década para sus productos, como las tierras raras neodimio-praseodimio, al doble de los precios de mercado recientes (dejando a un lado el hecho de que los precios se han disparado esta semana tras el corte de relaciones de MP Materials con China).

Sí, leyeron bien: en la tierra de los mercados (supuestamente) libres, han surgido cuasi controles de precios en un rincón del sector minero estadounidense. Y esto podría ser contagioso; Randall Atkins, consejero delegado de Ramaco Resources, rival de MP Materials, ha declarado a Financial Times que este acuerdo preferencial debería ser un "modelo". Al parecer, otros grupos de materias primas están presionando para obtener un apoyo similar, o eso escuché cuando participé recientemente en un seminario en la Escuela de Guerra Naval.

Entonces, ¿qué deberían concluir los inversores? Una lección obvia es que la Casa Blanca está profundamente preocupada por la seguridad nacional en general, y por los minerales de tierras raras en particular. No es de extrañar: China domina la producción mundial de los imanes necesarios para muchos procesos civiles y militares clave, y controla más del 55% y el 70% de la minería y el procesamiento mundial, respectivamente.

La segunda lección clave de esta situación es que nadie debe dudar de la magnitud del cambio de mentalidad que se está produciendo en la Casa Blanca. Hombres como Lutnick construyeron sus carreras en Wall Street con un mantra neoliberal y de libre mercado. Pero ahora se está consolidando una visión mercantilista y estatal del capitalismo, particularmente (pero no exclusivamente) en el ámbito de la seguridad nacional.

Los asesores de Trump me dicen que no tienen otra opción en un mundo donde China utiliza políticas capitalistas dirigidas por el estado para desafiar a EE.UU. Los oficiales militares parecen estar de acuerdo: si Pekín subsidia su industria de tierras raras, impone controles a las exportaciones y baja los precios para ganar cuota de mercado, EE.UU. no puede competir con las fuerzas del libre mercado; o al menos ese es el argumento.

Esto puede ser cierto en áreas como el neodimio y el praseodimio. Pero lo sorprendente es el rotundo silencio de los altos ejecutivos estadounidenses sobre este cambio de mentalidad, sobre todo porque Trump ahora se está inmiscuyendo en ámbitos que van más allá de la seguridad nacional (como las marcas de restaurantes), en un momento en que muchas voces empresariales han criticado duramente a Zohran Mamdani, el candidato a la alcaldía de Nueva York, por plantear ideas "socialistas" como la creación de supermercados municipales.

Quizás este silencio refleje las propias preocupaciones de seguridad nacional de los ejecutivos. Pero, a juzgar por los recientes debates privados que he escuchado, también está impulsado por el miedo y la codicia: ninguna empresa quiere convertirse en blanco de la ira de Trump al desafiarlo. La mayoría de los ejecutivos también creen que pueden lucrar con este cambio.

Esto nos lleva a un tercer punto: cualquiera que valore los activos estadounidenses hoy en día debe hacerlo desde la perspectiva del capitalismo "patriótico". Más concretamente, los inversores deberían plantearse algunas preguntas antes inimaginables: ¿podría el Gobierno estadounidense limitar pronto la elección de las empresas en lo relativo a proveedores de tecnología y nube para reducir los riesgos de ciberseguridad? ¿Podría comprar participaciones en gigantes industriales y de empresas de servicios públicos, como SpaceX?

¿Podría utilizar un fondo soberano o un banco de desarrollo para absorber activos no estadounidenses, más allá de Groenlandia? ¿Podría dictar cómo una empresa como Google gestiona los cables submarinos? ¿Impondrá controles de exportación a las ventas de tecnología sensibles más allá de China, por ejemplo, a Europa? He oído hablar de todas estas ideas, por extravagantes que sean.

Esto horrorizará a algunos observadores. Pero también entusiasmará a cualquiera que se preocupe por las vulnerabilidades en materia de seguridad de EEUU, y a quienes fueron lo suficientemente astutos o tenían contactos como para haber invertido en esta tendencia. Basta con observar cómo el precio de las acciones de MP Materials se ha cuadruplicado recientemente, creando una ratio precio/venta mucho mayor que incluso la de Apple o Nvidia.

Sea como sea, estamos presenciando un giro histórico muy peculiar. Hace dos décadas, los líderes occidentales pensaban que China se estaba volviendo más "estadounidense", en el sentido de adoptar principios capitalistas de libre mercado. Ahora es EE.UU. el que parece más chino. Los historiadores del futuro podrían reírse de la ironía, o llorar por el coste futuro.