El viernes pasado elGobierno anunciaba los detalles de un entendimiento técnico con el FMI que le permitiría alcanzar el esperado acuerdo de facilidadesextendidas con el organismo.

Luego de semanas previas turbulentas, con dudas y una perspectiva cierta de no pago de los vencimientos, los precios de los activos argentinos se recuperaban y los dólares financieros, incluso el blue, perdían terreno.

El riesgo país caía cerca de 300 puntos básicos y más allá de reacciones negativas políticamente marginales, la coalición de gobierno parecía encolumnarse hacia una votación sin mayores dificultades en el Parlamento. La oposición, como era esperable, apoyaba la iniciativa en sus primeras declaraciones.

Hasta que este lunes al crepúsculo estalló un evento inesperado, lo que algunos podrían calificar como un "cisne negro". La renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque oficialista en Diputados sigue aportando infinidad de conjeturas, análisis, escenarios sobre el porqué de la decisión, las responsabilidades políticas y sus consecuencias, inmediatas y de largo alcance.

¿Pero se trata realmente de un "cisne negro"? No. Siguiendo la definición de Nissam Taleb en su famoso libro homónimo, un "cisne negro" es un suceso que dispone de tres atributos: rareza (nada en el pasado lleva a pensar que exista), gran impacto y explicable después, no antes. En la lógica del "cisne negro" está el hecho de que lo que no sabemos es más relevante que lo que sabemos.

Lo contrario al "episodio Máximo", que estaba ahí, latente, esperando su oportunidad. No puede considerarse una rareza. Sus desacuerdos con el acuerdo, valga la redundancia, siempre fueron transparentes, públicos. Como los de su madre, por supuesto.

Nadie pensó que podía suceder lo que finalmente ocurrió: "Lo sorprendente no es la magnitud de nuestros errores de predicción, sino la falta de conciencia que tenemos de ellos", reza Taleb.

El episodio expone como nunca tal vez la imprevisibilidad de las políticas del gobierno dentro de una coalición inarmónica para gestionar y resolver tensiones. La única certeza ahora es que nada es seguro.

Es incierto que el ejecutivo cuente con el apoyo legislativo para validar el acuerdo, pero también si, una vez alcanzado, llegará antes de marzo (cuando las reservas líquidas no serán suficientes para afrontar el nuevo vencimiento de capital) o si habrá condiciones políticas para cumplir con las metas trimestrales. Para un gobierno que requiere reconstruir reputación, el cumplimiento de los primeros objetivos es crucial.

Cual laberinto de espejos, entonces, renacen escenarios múltiples, resultados ambiguos, contradictorios, que tiñen de una renovada incertidumbre los últimos dos años de gestión.

El horizonte vuelve a acortarse y hasta atravesar febrero, con vencimientos por apenas u$s 723 millones (sólo 370 de ellos con el Fondo), parece ahora una operación de alta complejidad. Es un mes donde se reduce la demanda de pesos y el mercado de cambios suele contar con escasos excedentes de dólares.

El entendimiento técnico alcanzado con el FMI luce razonable y sensato. De cumplimiento complejo, pero factible, si hay decisión política de sostenerlo, lo que demanda pactos previos realizables.

Es un acuerdo significativo tanto por lo que contiene como por lo que no fue incluido en él. El corazón, como en todo arreglo con el Fondo, pasa por las metas fiscales, monetarias y de acumulación de reservas.

El sendero hacia el equilibrio fiscal en cuatro años (2025) es holgado. Gabón y Kenia, los últimos que firmaron acuerdos, se comprometieron a hacerlo a lo sumo en dos. Reducir el déficit primario medio punto del producto este año, según nuestros cálculos, puede alcanzarse con menores gastos en las partidas asociadas al Covid-19 (que representaron 1,6% del PIB en 2021) y una mayor segmentación en las tarifas energéticas, el punto que hace el Fondo.

Más comprometida luce la meta de reducir la emisión monetaria al 1% del producto, aunque utilizando los excedentes de caja de algunas reparticiones (ANSeS, PAMI) podría lograrse.

En cuanto al objetivo de acumulación de reservas de u$s 5000 millones en el año, es alcanzable en tanto retornen los pagos de capital realizados entre setiembre y enero, tal lo acordado, y haya desembolsos netos de organismos multilaterales, como prometió el ministroGuzmán.

Curiosamente, dos logros políticos importantes de la negociación, como que no haya exigencia de reformas estructurales (laboral, tributaria, previsional) ni de una devaluacióndeshock, tradicionales en la historia de estos acuerdos, han sido hasta ahora escasamente comunicados por el equipo de gobierno.

Es inexplicable, porque abonaría, al menos desde la retórica, al "acuerdo sin ajuste" que le viene reclamando el cristinismo (o Cristina y Máximo) al Presidente desde hace largo tiempo.

El acuerdo con el FMI no resuelve nada que no se quiera resolver, es obvio. Más allá de enumerar modos de abordaje, no figuran allí políticas específicas para atacar el crítico problema de la inflación, por caso. Acordar no supone un camino fácil tampoco.

Es apenas una hoja de ruta, un mapa. Si no hay condicionespolíticas para cumplirlo, ya sea una firme decisión presidencial o apoyos explícitos dentro de la coalición, será un fracaso más en la historia con el Fondo. Pero dinamitarlo antes, y desde el oficialismo, puede significar que la economía argentina ingrese en una espiral de devaluaciones y más inflación más temprano que tarde.