

La mejor noticia que recibió Mauricio Macri no le llegó del G20 ni del Fondo Monetario Internacional (FMI). Vino del Indec, el mismo instituto que volvió a tener credibilidad, y que mostró que el nivel de desempleo bajó a 7,2% de la población económicamente activa en el cuarto trimestre de 2017, porcentaje que equivale a alrededor de 926.000 personas y que representó una caída interanual de cuatro décimas.
En el análisis de los principales indicadores por zona geográfica, el Área Metropolitana Buenos Aires (AMBA) reflejó el mayor índice de desocupación del país con un 8,4% de la población económicamente activa, con un pico de 9,2% en los partidos del conurbano, y un 5,9% en la Ciudad de Buenos Aires. El trabajo, que releva cada tres meses 31 aglomerados urbanos, también reflejó que en los últimos tres meses del año pasado el nivel de actividad fue del 46,4% frente al 45,3% de igual período de 2016.
Los datos no son menores. El Gobierno, hasta ahora, no se caracterizó por mostrar buenos números. De hecho, más allá del gradualismo, en materia económica, Macri puso en práctica una serie de ajustes que pegan en el bolsillo, como los aumentos de las tarifas públicas. También liberó importaciones que, en algunos casos, sustituyen producción local. Por otro lado, la inflación, si bien bajó, está lejos de lo que el Ejecutivo planeaba. Como muestra sobra un botón: el Gobierno cambió las metas de inflación porque se dio cuenta que no llegaba a cumplirlas. Por eso, teniendo en cuenta el contexto, que baje el desempleo de forma genuina, es más que alentador, sobre todo para un Gobierno que tiene que seguir batallando con un frente internacional que no le da respiro porque Donald Trump frena la importación de acero y porque Estados Unidos sube la tasa de interés. Este último punto prende una luz amarilla en el camino del endeudamiento que tomó la Argentina y que cada día le cuesta más caro.


