Dos meses atrás escribimos en esta misma columna sobre un tablero de comando para la presidencia de Javier Milei. Así como tienen las empresas, los gobiernos profesionalmente gestionados también suelen usarlos. Por supuesto que se trataba de una fantasía enfocada en que podamos definir una serie de indicadores que nos permitan ver cómo evoluciona el gobierno, dado lo novedoso de esta experiencia política.
Repasemos. Javier Milei es el primer presidente outsider de la historia argentina. En menos de tres años armó una fuerza que acabó con el sistema de dos coaliciones que dominaba en la política argentina. También pudo vencer todas las barreras formales e informales que impedían llegar al poder a aquellos que lo intentaban por fuera de las fuerzas políticas tradicionales.
Este cambio radical en la fisonomía de la política obedece a una conjunción de factores, internos y externos. Estos van desde los cambios revolucionarios en la incorporación de nuevas tecnologías en nuestras vidas, fenómeno que excede a la Argentina, hasta el fracaso de la política en resolver el problema de la inflación, este sí con más características locales que internacionales.
Lo cierto es que hoy Milei se ha convertido en el centro de gravedad del sistema político. Ha llegado meteóricamente a ocupar el sillón de Rivadavia y ahora se ve obligado a gestionar con un panorama político, económico y social que registra mucho menos cambios y transformaciones que los que su aparición expresa. Al final del día, la Argentina sigue siendo una democracia republicana, los partidos que él repudia son mayoritarios en el Congreso y la inflación continúa siendo un fenómeno persistente.
Recién han pasado apenas dos meses, veamos qué luces se han prendido en nuestro tablero. Recordemos que propusimos cinco dimensiones para dar seguimiento: el palacio, la calle, la justicia, la economía, el Congreso. Agregaremos, a sugerencia de alguno de ustedes, la dimensión internacional.
El palacio es una de las principales incógnitas que despierta la nueva administración. Como fuerza política nueva, la de Milei carece de cuadros político técnicos suficientes para ocupar el conjunto de estructuras del estado. Sus colaboradores en muchos casos carecen de experiencias de gobierno y en otros han tenido paso por diferentes administraciones que poco tienen que ver con la lógica libertaria. Existe una curva de aprendizaje que el gobierno debe recorrer, incluso el mismo presidente. Dificultad para cubrir algunas posiciones, funcionarios que son desplazados de sus cargos recientemente asumidos, y las dificultades en la implementación de algunas políticas públicas son algunas de las luces de alerta en esta dimensión.
La calle es una de las principales preocupaciones. Por allí pasa tanto el apoyo de la opinión pública como el siempre latente conflicto social en una sociedad en la que se estima que, al menos la mitad, son pobres. La valoración del presidente muestra cierta estabilidad, pues si bien comienza a registrarse un leve descenso en los apoyos, aún es el líder político con más alto nivel de imagen positiva (50%). Se trata de un gobierno que lleva aún muy poco tiempo y que todavía no pudo mostrar éxitos en la gestión de la economía. Sin embargo, algunas iniciativas (DNU, Ley ómnibus) han generado reacciones en algunos sectores de la sociedad. Un paro general de la CGT y un puñado de marchas de organizaciones sociales y partidos de izquierda. El gobierno ha respondido con un protocolo que hasta el momento parece haber sido efectivo y probablemente sea, al menos ante su público, uno de los primeros logros en relación a las promesas de campaña vinculadas con la circulación y el fin de los piquetes.
La marcha de la economía es probablemente el punto medular para seguir el derrotero del nuevo gobierno. Si bien puede haber señales que son celebradas por el mercado, aún no se ven resultados concretos en la lucha contra la inflación. Más aún, el proceso de reducción del gasto y de liberalización de la economía ha provocado, al menos en los primeros meses, un aumento en el índice de precios. También es cierto que el gobierno cuenta aquí con el respaldo de una mayoría de la población que considera que la responsabilidad mayor sobre el actual estado de cosas corresponde más al expresidente Fernández que al propio Milei. Es incógnita saber hasta cuándo durará este crédito o cuándo aparecerán los primeros resultados del programa económico, si es que finalmente llegan.
Los apoyos internacionales son relevantes especialmente en relación al vínculo de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional. Más allá del atractivo que la figura de Milei representa en la escena pública internacional, es incierto que pueda redundar en términos positivos para el programa del gobierno. Sin duda la relación con el FMI parece transitar un camino más fluido que durante el gobierno anterior. En esto podría influir tanto las estrictas condiciones fiscales del programa como el alineamiento absoluto que el presidente ha expresado respecto de los EE.UU. Lo que todavía no sabemos es si esta definición puede tener consecuencias negativas en la relación de nuestro país con otras potencias (por ejemplo, China).
La justicia y el congreso son dos temas claves y, probablemente, donde mayores luces amarillas se han encendido en estos primeros dos meses de gobierno. En el caso del poder judicial, su ritmo más lento, hace imposible prever cuál será el desenlace respecto al extenso Decreto de Necesidad y Urgencia firmado por el presidente en acuerdo de ministros. Pero sí sabemos que por el momento han tenido éxito diversos amparos que ponen en duda cuál será el destino final de aquella normativa presidencial.
En la relación con el poder legislativo es donde han sonado las mayores alarmas. Independientemente de que el enfrentamiento pueda tener una utilidad en términos comunicacionales para el equipo presidencial, el conflicto con el parlamento muestra los límites que tiene el accionar del jefe de estado en un sistema republicano de gobierno. Sin mayorías parlamentarias, propias o prestadas, el accionar del poder ejecutivo se ve seriamente limitado en una república. Pero no se trata solo del parlamento en sentido estricto. Allí también se pone en juego la relación del presidente con los gobernadores, y la histórica disputa por los recursos del país federal.
La tensa relación con el Congreso puede tener distintos escenarios posibles. Uno más racional, aunque hoy parece poco esperable, sería una reformulación de los ambiciosos objetivos plasmados en la ley ómnibus en clave de la relación de fuerzas actual en el parlamento. Otra posibilidad, esbozada por colaboradores cercanos a Milei, es gobernar dentro de las atribuciones que tiene el presidente, pero prescindiendo del poder legislativo. Restringiendo la pelea al plano discursivo, la apuesta sería acumular fuerzas en función del éxito del plan económico para generar cambios en las elecciones intermedias del 2025. La incógnita es hasta qué punto la economía tiene solución sin un marco legal adecuado.
La última posibilidad en la relación ejecutivo y legislativo es el escenario de conflicto de poderes. Este puede ir desde gobernar exageradamente con DNU pasando por la realización de consultas populares hasta intentos de disolución del congreso. En este caso, el riesgo es que se puede debilitar el poder del ejecutivo en el marco de estas tensiones, derivando finalmente en una crisis de gobernabilidad.
Lo cierto es que el tablero empezó a mandar señales, pero los interrogantes siguen siendo los mismos que hace sesenta días. ¿Tendremos que acostumbrarnos a esta incertidumbre?




