Para evitar asumir responsabilidades por los errores cometidos en política económica, que contribuyeron significativamente a lacrisis de confianza desatada en los mercadosantes y, sobre todo, después de las elecciones en la provincia de Buenos Aires, el Gobierno y el Ministerio de Economía transmiten que la gente y los inversores se asustaron por un eventual regreso futuro de lo que representa el kirchnerismo en el poder. Esperan ahora el milagro de un préstamo salvador de Donald Trump para salir del pozo.
No hay duda de que preocupa el porvenir. Sin embargo, entre profesionales del mercado y hombres de negocios, lo que más inquieta es el corto plazo: el presente.En todo caso, el susto que derrumba los activos argentinos no es solamente por lo que podría venir, sino claramente por lo que se observa en la actualidad.
Por lo pronto, cada vez más observadores se preguntan si las decisiones que adopta en estas semanas el equipo económico persiguen el objetivo de cuidar la estabilidad y los bolsillos de los argentinos, o están más bien orientadas a salvaguardar el futuro y el golpeado prestigio de los propios funcionarios involucrados.
Si fuera cierto queLuis Caputo está dispuesto a vender hasta el último dólar que tiene disponible el Gobierno para sostener un valor del dólar ya ficticio según el veredicto del mercado, ¿qué pasaría el día después de que se acaben las reservas? En el pasado, al menos, ni el FMI ni el Tesoro de EE. UU. prestaron fondos sin límite para sostener el carry trade y el atraso cambiario.
Se afirma que el presidente Milei mantendría una reunión bilateral en las próximas horas con su colega Donald Trump: falta poco entonces para conocer la respuesta a estos interrogantes. En el mejor de los casos, si llega algún salvavidas desde Washington, se lograría más tiempo para demorar la llegada de la hora de la verdad: se seguirán rifando reservas prestadas, hasta sincerar las cosas, tarde o temprano.

A esta altura de la crisis, ya es evidente que no hay dólares baratos y disponibles para todos. Entre depósitos a plazo fijo y pesos alocados en fondos comunes de inversión se calculan no menos de u$s50.000 millones, a un tipo de cambio de $1.500 por dólar. Suponer, como transmiten los voceros oficiales, que la situación está bajo control contabilizando contra las reservas solamente el circulante y los depósitos a la vista es absurdo, por cuanto el Banco Central no es la Reserva Federal, y por lo tanto no opera como prestamista de última instancia en medio de una corrida.
Además de los pesos ahorrados por las personas y las empresas que buscan cobertura en dólares, están los importadores. Y se suman a la fila, cada vez más preocupados, los tenedores de bonos en dólares que tienen cupones a cobrar en enero y todo el año que viene. Tan cierto es que no alcanzan las reservas que la semana pasada volvió el cepo cruzado para grandes inversores, por ahora solo a los que figuran como accionistas de entidades financieras. Para que no vayan a buscar divisas como personas y sin cepo al mercado libre de cambios, si lo hacen ya no los dejan operar por 90 días ni CCL ni dólar MEP.
Quemar las naves y vender hasta el último dólar para no reconocer el fracaso de la política llevada adelante en materia cambiaria y monetaria es, a la vez, peligroso y muy cuestionable. Por lo pronto, lo que dispone el Gobierno son dólares prestados y parte de los depósitos de los particulares que deberían ser intocables. Avanzar en una dirección tan temeraria inquietaría a los ahorristas, dejaría al país con una deuda impagable, al borde del default, y sin opciones al Presidente para seguir adelante. ¿Quién seriamente estaría dispuesto a asumir la futura conducción económica en ese caso, si se sigue fracasando como hasta ahora? Como mínimo, antes de vaciar el Tesoro y el Banco Central, debería esperarse el veredicto de las urnas en octubre. No seguir liquidando reservas que no son propias y estabilidad monetaria en el mercado del dólar futuro para tratar de torcer la voluntad popular, algo que ni siquiera dio resultado hasta ahora.
Nada indica, por otra parte, que las urnas en octubre vayan a modificar sustancialmente los resultados preliminares que se verificaron en la provincia de Buenos Aires. El Gobierno ya perdió la mayoría de las contiendas provinciales y se calcula que tendrá resultados que no van a mover el amperímetro a favor del oficialismo en distritos clave como Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba o Tucumán. Incluso en estos tres últimos distritos se anticipan derrotas para la Casa Rosada. Ni siquiera en la Capital Federal se lograría superar el 45% de los votos como se pronosticaba. Hay encuestas que afirman una caída importante en CABA, lo que explica la preocupación de Patricia Bullrich por retomar las relaciones políticas con el PRO y con Mauricio Macri, a quien hasta ayer nunca lo llamaron desde Olivos.
El intento fallido del equipo económico de salvar la ropa electoral este año con el dólar barato sin acumular reservas, y luego tratar de frenar la corrida que igual sobrevino, haciendo explotar las tasas de interés, derivó en un desastre: no se logró ganar la elección, no se acumularon reservas, se disparó finalmente el dólar y el tasazo terminó impactando severamente en la actividad y el empleo. Fue tan mala la estrategia y el timing de la política económica que en alguna medida la derrota política para el Gobierno el pasado 7 de septiembre fue peor que el golpe que recibió Macri en las PASO de agosto de 2019.
Es cierto que no son comparables primarias presidenciales con elecciones parlamentarias de distrito, pero cabe recordar que después de 4 años, Mauricio Macri perdió contra un engaño: contra la máscara que preparó Cristina Kirchner al hacer jugar al "Alberto moderado" y al amigo de las empresas Sergio Massa, dos actores que la habían traicionado, cuestionaban el cepo, la emisión descontrolada y la política exterior de la expresidenta. Javier Milei y Luis Caputo, en cambio, esta vez perdieron contraAxel Kicillof, quien nunca renegó de sus ideas, el representante del comunismo en la Argentina, según palabras textuales de los derrotados.
Lo concreto es que se va a votar en octubre con más inflación que en septiembre, y con la economía ingresando en una recesión. ¿Se pueden esperar en esas condiciones mejores resultados? ¿Alguien puede suponer que por arte de magia se va a modificar esta realidad, aun con un préstamo de emergencia del Tesoro de EE. UU. o de un pool de bancos internacionales para salvar a los bonistas?





