El Gobierno lanzó una sucesión de apuestas para el 2026 que van más allá de la aprobación legislativa de las reformas estructurales. Así como en sus primeros dos años de gestión fue un celoso guardián del equilibrio fiscal y justificó varias decisiones de alto costo político con el argumento de que no podía tolerar gastos que no tuvieran su correspondiente financiamiento, en los meses que vienen su estrategia será diametralmente distinta.
La reforma laboral que presentó el Ejecutivo, como explico el ministro Luis Caputo durante su participación en el Encuentro de los Líderes organizado por El Cronista, será casi un desprendimiento de la reforma tributaria. Y es que su contenido incluye varias rebajas de contribuciones patronales e impuestos (Ganancias e Internos, nada menos) que le costarán al Tesoro alrededor del 0,9% del PBI. Para darse una idea, el superávit fiscal prometido al FMI para este año llegaba a 1,6 del PBI.

Si bien es cierto que hay que esperar a la sanción final de la ley para ver qué queda y qué no, lo cierto es que no es el único costo fiscal que habrá que tener presente. El Gobierno le sumó una rebaja de las retenciones a la soja y los principales cereales que, aunque es más simbólica que real, su impacto en las cuentas va a estar. También acepto distribuir más ATN y liberar algunos recursos para obras en provincias.
¿Habrá recursos suficientes para cubrir la obligada generosidad que impuso está negociación? El primer supuesto oficial con el que trabajó Caputo pasa por apostar al crecimiento de la economía. Mientras los consultores esperan un número menor a 4%, Economía da por hecho que la variación del PBI de 2026 se ubicará por arriba. El blanqueo laboral y la creación de empleo tienen la misión de crear más ocupación pero también de sumar recaudación. No obstante, apostar demasiado sobre esa proyección también es un riesgo.
Hay dos cartas que aún no están sobre la mesa. Una es que el FMI, como contrapartida de la “flexibilización” que adoptó Economía en el régimen de bandas cambiarias -entre otros puntos que aún no conocemos- acepte que la meta fiscal se acerque más al equilibrio que al superávit. Todo sea por la reactivación.
La otra es que una economía más normal, con acceso fluido a los mercados externos, no tenga problema en financiar medio punto más de gasto. Es una chance que puede aparecer en 2026. Si nada de esto sucede, queda en pie la opción de más motosierra, aunque no hay mucho más para recortar (lo que viene es más microcirugía que amputación).
La gran apuesta, en definitiva, pasa por darle encarnadura a un mayor flujo de inversiones que aporten dólares y permitan tener una política fiscal menos astringente. Cuando venga la misión del FMI a fin de año, sabremos si nuestro auditor nos pondrá a hacer cálculos finos de cada gasto o exención de impuestos votado, o le permite a la Argentina llenar la mesa de plenos y esperar a que salga la bola correcta.






