La Argentina es un país en el que resulta difícil alcanzar acuerdos. No se trata solo de hacer congeniar el temperamento desconfiado de sus dirigentes. Hay también dificultades para priorizar asignaturas. Y aunque en temas como la pobreza o el desempleo todo indica que dejamos atrás las grietas, todavía cuesta hacer apuestas hacia adelante.
El sociólogo Juan Carlos Torres, que recuperó celebridad pública gracias a su libro "Diario de una temporada en el Quinto Piso" (en el que recrea el detrás de escena de la gestión de Juan Sourrouille en el gobierno de Alfonsín), alumbró en la apertura del Coloquio de IDEA una frase que dejó varios ecos: "la Argentina debe dejar de perseguir utopías regresivas".
El académico remarcó que la política, pero también la sociedad, acepta que lo pasado fue mejor y añora volver a ese tiempo en donde los objetivos y los instrumentos parecían más claros. El peronismo de los 70, el imperio de la democracia milagrosa del alfonsinismo (revivido ahora por la exitosa película "Argentina 1985), la convertibilidad de Menem y Cavallo, la restitución de derechos de Néstor y Cristina, la apertura al mundo de Macri. Resulta más cómoda la idea de volver a la estación en la que descarriló el tren, que pensar en un nuevo transporte y un nuevo destino.
A la hora de pensar esquemas que funcionen, todavía se siguen idealizando el Pacto de la Moncloa, sin asumir que los jóvenes que no tienen empleo deberían apelar a Google para entender de que tipo de propuesta hablamos.
Un aspecto abordado con los empresarios, economistas y sindicalistas en los paneles sobre empleo realizados ayer en IDEA, rescató una cuestión poco tenida en cuenta: tener una economía estable es una condición necesaria, pero no suficiente. Los desempleados abiertos o los que reciben algún tipo de asistencia del Estado, no están entrenados ni capacitados. Hay que ocuparse del problema antes de que la economía se normalice, no después. Hay que buscar consensos y trabajar en fórmulas de transición. Ricardo Pignanelli, de Smata, habló de dos años. Las reformas no tienen que quedar escritas en piedra. Hay que aprender a adaptarse a los cambios productivos que trae la tecnología. Es una forma de poner la utopía delante, no detrás.
No hubo divergencia en los objetivos. Pero sí un pedido de dejar atrás los atajos y las picardías que hoy son moneda corriente para sobrevivir en los laberintos de la legislación laboral. Aceptando que los derechos básicos no se discuten, pero empezando a construir soluciones sin más pérdida de tiempo.




