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En pocos días sabremos finalmente dónde está parada la sociedad argentina en relación con su realidad y su mirada sobre la dirigencia política. Con encuestadores que no consiguen respuestas y elecciones provinciales anticipadas en las que escasean votantes, la única certeza es que lo que cunde es una apatía resignada que no hace más que acrecentar la ansiedad que carcome a los actores políticos.
Para la dirigencia que se somete a las urnas, la elección que se inicia el domingo tiene mucho en juego. Para algunos es inclusive de vida o muerte (política). Al tope de esa lista están las dos figuras con los proyectos y las ambiciones presidenciales más marcadas de la generación que está arribando al poder y quiere conservarlo en la próxima década, o más: Horacio Rodríguez Larreta y Sergio Massa.
La única certeza es que un reseteo de la cuestión económica deberá ocurrir más temprano que tarde, pero nada garantiza que alguien pueda controlar el proceso de manera más o menos razonable desde una posición radical.
Uno de los dos debería ser el próximo presidente de Argentina. Y el otro debería ser su principal opositor. Ese escenario, sin embargo, hablaría de una racionalidad que no parece estar disponible en nuestro país luego de casi 15 años de grieta inconducente en la política y una década de deterioro económico creciente. Ambos, entonces, enfrentan desafíos paralelos y complejos que se empezarán a dilucidar cuando se cuenten los votos el domingo.
Rodríguez Larreta quiere terminar de heredar de Mauricio Macri, a pesar del propio Macri, el armado del armado político de centro derecha que es la gran novedad de la política argentina del Siglo XXI. La distancia actual entre ellos es resultado de una curva que llevó a Macri más cerca del extremo que hoy representan Patricia Bullrich o hasta Javier Milei, convencido de que su gobierno fracasó por haber sido demasiado gradualista.
Transaccional vs. confrontativa
Rodríguez Larreta, en cambio, imagina una presidencia transaccional más que confrontativa. El jefe de gobierno confía en que las encuestas que muestran su derrota o aún una elección pareja están sesgadas porque solo acceden a círculos políticos más intensos y no a la sociedad más moderada (y despolitizada) en su conjunto.
El escenario para Massa es aún más dramático porque tiene sobre sus hombros no solo una candidatura sino un proceso económico atado sobre los alfileres de la falta de reservas, la inflación por encima del 100% anual y la espada de Damocles del FMI.
Por si fuera poco, lo que también está en duda es el caudal electoral de Massa, que no se testea como cabeza de boleta desde hace seis años. Su derrotero en las urnas siguió una línea descendente: 44% en la PBA en 2013; 21% en la presidencial de 2015 y 11% en la carrera al Senado en 2017.
Su candidatura (casi) única en el oficialismo se apoya en su mérito como "hacedor" que le reconoce el círculo rojo del establishment político y económico, pero menos en sus atributos como candidato para el conjunto de la sociedad. La voluntad, audacia y ambición todoterreno de Massa lo han mantenido hasta ahora vivo y con expectativas.
Para consolidar esa percepción, sus votos deberán rondar el 30%. Si no fuese así, el oficialismo podría entrar en una crisis que se retroalimente negativamente con las penurias económicas.
El domingo se define la impronta que tendrán los próximos cuatro años - o más - de la política y de la economía del país. La única certeza es que un reseteo de la cuestión económica deberá ocurrir más temprano que tarde, pero nada garantiza que alguien pueda controlar el proceso de manera más o menos razonable desde una posición radical.
Si los "moderados" salieran fortalecidos se abriría una luz de esperanza sobre una gobernabilidad que, de cualquier modo, va a ser dificultosa dada la magnitud de los problemas que enfrenta el país.
Si la sociedad argentina, en cambio, decidiera apostar por extremos - en este caso inclinados a la derecha dada la oferta electoral realmente existente - estaríamos entrando en un territorio más inexplorado. Eso es lo que ocurrió en gran parte de los países de la región en los últimos años.
El escenario bullish
El panorama económico y financiero no ayuda al Ministro/candidato del oficialismo a sumar votos. El despegue de las últimas semanas de los tipos de cambio paralelos, tanto el financiero como el informal, anuncian un empeoramiento de los índices sociales, incertidumbre y malestar general.
Mientras tanto, a costa de más impuestos y restricciones al acceso a importaciones, el tipo de cambio oficial, a pesar de haberse acelerado el crawling peg por encima de la inflación durante las últimas semanas, sigue moviéndose por debajo de los dólares paralelos, con una brecha que se encuentra por encima del 110%.
La elección del fin de semana será fundamental para la evolución de los instrumentos de deuda, tanto públicos como privados.
Una elección donde el oficialismo en su conjunto saque menos del 30%, y Juntos se encuentre por encima del 40%, con una posibilidad concreta de una victoria en primera vuelta, le sacaría mucho poder político y de maniobra a Massa, y aumentaría la probabilidad de una posible corrida sobre el tipo de cambio oficial.
En cambio, un escenario donde el oficialismo se muestre competitivo respecto de Juntos aumentaría las chances (y los incentivos) de mantener a raya el tipo de cambio oficial de cara a las elecciones de octubre, aunque a costa de mayores restricciones, mayores impuestos, y probablemente mayor inflación futura.
Respecto de acciones y bonos, creemos que un resultado que oriente el espectro para el centro, es decir que Massa llega competitivo y Rodríguez Larreta gana las PASO de su espacio, será una señal bullish para el mercado, que no se desbarrancará hacia los polos, como con Bullrich o especialmente con Milei.


