

Peter Ford ha conocido de cerca la promesa -y el lado negativo- de los compromisos empresarios sobre el clima. Hace poco este británico de 40 años dedicó cinco años en Hennes & Mauritz AB a tratar de reducir emisiones en líneas de confección en Camboya, casas de tintura vietnamitas y otras escalas en la vasta cadena de proveedores del gigante sueco de la moda. Se reunió con cientos de proveedores, promovió mejoras para ahorrar energía y exhortó a eliminar las calderas a carbón. Y hay que decir a su favor que H&M invirtió en esas campañas unos u$s 200 millones anuales y que recientemente comunicó una reducción del 24% en las emisiones de su cadena de suministros.
Pero Ford no festeja. "Todavía no vemos que funcione en la industria", afirma tajante. Las emisiones vinculadas a la ropa siguen creciendo y podrían expandirse otro 30% en esta década, indica McKinsey & Co. Aunque unas pocas marcas están haciendo mucho, la mayor parte del sector "preferiría quedarse a esperar que las cosas sucedan", protesta Ford. Esta divergencia no es exclusiva de la moda. De compañías de aviación a bancos y grandes vendedores minoristas, el relato es el mismo: en los últimos decenios alrededor de 4000 empresas hicieron grandiosos compromisos referidos al clima, pero los resultados son escasos y las emisiones continúan subiendo.
Lo peor es que se está viendo un retroceso. En el último año compañías de todo el mundo cancelaron promesas sobre el clima que en algunos casos habían sido empeñadas apenas años antes. BP Plc se ha retirado de los renovables y perfora en busca de más petróleo. Coca-Cola Co y PepsiCo Inc abandonaron o debilitaron sus promesas de 2021 de eliminar la utilización de plásticos nuevos. Bancos grandes como Wells Fargo & Co y HSBC HoldingsPlc dieron marcha atrás con varios planes para reducir emisiones. WalmartInc admite que va retrasada en sus planes sobre el clima, mientras que FedEx Corp anuncia que seguramente no cumplirá con la meta de que en 2025 la mitad de su compras de camiones de reparto sean vehículos eléctricos.
El repliegue empresario ha sido especialmente notable en Estados Unidos, donde el gobierno de Trump se ocupó de revertir regulaciones climáticas y se retira de tratados internacionales como el Acuerdo de París.
Es una tendencia preocupante para todo el que prefiera vivir en un planeta hospitalario. Vamos camino de agregar unos 3 grados de calentamiento en este siglo, lo que se presume que trastornará al mundo debido a la reducción del suministro de alimentos, eliminación de vida marina, olas de calor brutales y sequías devastadoras.
Pero, incluso frente a tales perspectivas oscuras, algunos expertos alegan que el retroceso empresario podría tener un aspecto positivo. La razón es que obligaría a inversores, legisladores, académicos y a la población en general a enfrentarse al hecho de que la acción voluntaria no basta para impedir un desastre climático. Lo cual podría volcar más atención a las actividades políticas empresarias, donde hasta los negocios que se proclaman responsables obstruyen las regulaciones necesarias para abandonar los combustibles fósiles y fomentar alternativas limpias.
"Me alienta la velocidad del repliegue y su intensidad, porque creo que revela una realidad que todos debemos entender, y es que las compañías no van a salvar al planeta", apunta Ken Pucker, profesor en la Escuela Fletcher de Derecho y Diplomacia de la Universidad Tufts, y exdirector operativo del fabricante de ropa Timberland. "Mientras más rápido la gente lo entienda y lo asimile, mejor será".
A Pucker le preocupa que por cada compañía que se tome esto en serio -como el Grupo DHL, que gastará unos u$s 8000 a lo largo de la década para reducir emisiones-, habrá infinidad de competidores que hagan promesas virtuosas que finalmente no cumplirán de un modo significativo.

Durante años las empresas señalaron que la búsqueda de la sustentabilidad sería la consecuencia natural de su afán de ganancias. En 2005 Walmart presentó su giro ecológico como una forma de reducir derroche, disminuir costos y promover la buena voluntad. La entonces directora ejecutiva de PepsiCo, Indra Nooyi, lo expresó con mayor elegancia unos años más tarde, cuando dijo que utilizar menos agua y energía no es benevolencia empresarial sino una manera de bajar gastos y agrandar márgenes.
Hay un elemento de verdad en esa idea: algunas iniciativas amistosas con el clima, como el canje de lamparitas o la instalación de paneles solares, rápidamente cubren gastos y mejoran los números generales. Pero la mayoría de los proyectos necesarios para llegar a una profunda descarbonización, como el retiro de calderas a carbón o el empleo de combustibles más limpios, cuestan montones de dinero, y nadie sabe si alguna vez serán más económicos que sus alternativas contaminantes. En tanto esas medidas sigan siendo voluntarias, no se llevarán a la práctica con la escala o la velocidad que se necesita. Y las compañías tendrán libertad para renegar de sus promesas.
"Con gusto me pasaría el resto de mi vida cambiando lamparitas y adaptando edificios", ironiza Auden Schendler, quien por 26 años fue director de sustentabilidad en Aspen Skiing Co y su casa matriz, Aspen One, antes de retirarse. "Es algo sumamente gratificante, ahorra dinero, reduce la contaminación, hace que los edificios funcionen mejor. Pero sólo hay una dificultad: no es una solución para el problema del clima".
Schendler y otros sostienen que las acciones políticas de una empresa son mucho más importantes que sus campañas por recortar la contaminación. Toda buena fe ambiental debería medirse en función de si las compañías respaldan regulaciones estatales que exigen que todos los participantes de un mercado se vuelvan ecológicos.
Lamentablemente, la mayoría de las empresas hablan a lo grande del clima a la vez que trabajan para bloquear o diluir las mismas políticas que podrían generar avances. Un ejemplo es la industria de la aviación en Estados Unidos. Con emisiones que están por las nubes, la mayoría de las empresas se comprometieron a eliminar hacia 2050 la contaminación que genera calentamiento mundial. Una parte clave del plan consiste en utilizar combustible de aviación que sea más sustentable.
Pero hoy eso representa alrededor del 0,3% de su consumo total de combustible. Las empresas de aviación se apresuran a señalar que los combustibles más limpios cuestan dos o tres veces más que los convencionales, y que no pueden impulsar esas compras sin ponerse en desventaja frente a otros que siguen empleando combustibles más baratos y sucios.
Esto por supuesto que pone de manifiesto la necesidad de que las regulaciones garantices que los pioneros no terminen castigados por el mercado. En Europa, los reguladores impusieron la meta de llegar ahora al 2% de combustible limpio, y al 6% en 2030. Pero las firmas estadounidenses se oponen vigorosamente a ese tipo de normas, como la que hace poco se presentó en California para regular el combustible de aviación en vuelos en ese estado. Cuando las compañías objetaron la autoridad del estado para imponer tales reglas, California retrocedió y hasta se unió a las empresas en saludar un acuerdo "voluntario y no vinculante" para incrementar la utilización de combustibles limpios.
Esta pauta se repite en otros sectores. Gigantes hoteleros como Hilton Worldwide Holdings Inc o Marriott International Inc prometen grandes recortes en las emisiones, a la vez que respaldan a grupos sectoriales que presentan acciones legales para bloquear normas de ahorro de energía en edificios. A escala nacional, la Business Roundtable, que está repleta de compañías que promueven campañas ambientalistas, exhortó hace poco al Congreso estadounidense a prohibir resoluciones de accionistas vinculadas con el clima.

"En verdad es una dinámica preocupante por la que las compañías se ocultan detrás de esos grupos y les permiten hacer el trabajo sucio, así ellas no tienen que admitir que se opusieron a esas cosas", opina Dara O'Rourke, profesor en la Universidad de California en Berkeley, y ex experto en sustentabilidad en Amazon.com Inc..
Consultadas sobre esos flagrantes desajustes, las compañías suelen alegar que confían en grupos sectoriales para enfrentarse a una amplia gama de temas, como impuestos y comercio, y que no siempre coinciden en todas las posiciones. Dicha afirmación no convence a Bill Weihl, quien recuerda que también él expresaba el mismo argumento cuando dirigía las campañas de sustentabilidad en Facebook. "Es una excusa débil -dice Weihl, quien desde entonces lanzó ClimateVoice, una entidad sin fines de lucro que empuja a las empresas a respaldar políticas sobre el clima-. Eligieron patear todo para adelante así obtienen rebajas de impuestos y desregulaciones".
En lo referido a las posiciones políticas, ¿quién acompaña sus palabras con dinero? Algunos señalan que el fabricante de productos empaquetados Unilever Plc es una de las pocas compañías que avanza en la dirección correcta examinando de manera regular los trabajos sobre el clima de los grupos sectoriales a los que pertenece. En su revisión más reciente, en abril, Unilever detectó que en ocho de 26 grupos había un desajuste con sus opiniones sobre las políticas del clima; entre ellos estaba la Confederación Industrial de la India, que ha promovido rebajas en los impuestos al petróleo y más energía obtenida de carbón gasificado.
Más importante es que el estudio enumera los pasos que prevé tomar Unilever para abordar el desajuste; uno de ellos podría ser retirarse de los grupos que continúen obstruyendo la acción frente al clima. Cualquier compañía que pretenda tomarse en serio el clima debería seguir el ejemplo de Unilever por esa clase de exámenes rigurosos y comunicaciones públicas.
Pero la realidad indica que la mayoría de las empresas están ocupadas abordando otro tipo de presiones. El exCEO de Unilever, Paul Polman, lo señaló en un libro de 2021 del que es coautor: "El principal obstáculo para edificar el tipo de compañía de largo plazo que convenga al mundo es la presión implacable por los rendimientos trimestrales".
Cuando Mars Inc., el fabricante en manos privadas de M&M, Snickers y la comida para gatos Whiskas, se comprometió a reducir a la mitad su huella ambiental hacia 2030, presentó unas 500 iniciativas para disminuir emisiones. Un puñado de esos proyectos incluso podrían generar dinero, como la remodelación de las fábricas para ahorrar energía o la optimización de las rutas de reparto de modo de achicar las distancias recorridas. Pero muchos incluían un costo que promediaba unos u$s 35 por tonelada de emisiones. Los directivos calcularon que deberían gastar alrededor de u$s 500 millones anuales -el 1% de las ventas- para mantenerse en marcha.
Aunque Mars siguió adelante y hacia 2023 había reducido un 16% sus emisiones, semejante costo atemoriza a cualquier firma que deba agradar a sus accionistas. Por caso, una de cada cinco empresas que cotizan en Bolsa emite de manera voluntaria guías trimestrales de ingresos, y alrededor de la mitad de los directivos empresarios admiten que demoran proyectos de creación de valor si esas iniciativas pueden impedir que cumplan con sus metas trimestrales, indica FCLTGlobal, una entidad sin fines de lucro que alienta a las compañías a concentrarse en resultados a largo plazo. (Bloomberg LP, casa matriz de Bloomberg Businessweek, es uno de sus cerca de 60 miembros).
Las regulaciones son, claramente, la forma más efectiva de modificar ese estado mental y obligar a las empresas a volcar más dinero en necesarios proyectos referidos al clima. Sin embargo, las firmas han enmudecido en tanto el presidente Donald Trump interviene en sus sectores para aniquilar diferentes normas ambientales, con lo que se lanzarán a la atmósfera miles de millones de toneladas adicionales de gases que elevan la temperatura del planeta. Pero hay otras formas de presionar a una compañía para que levante la voz y haga lo correcto; una consiste en movilizar a la cifra a veces considerable de empleados que se preocupan por dejar a sus hijos un planeta en el que pueda vivirse.
Esa es la estrategia clave de ClimateVoice, que sondea y capacita a empleados para que promuevan el cambio en el interior de sus empresas respectivas. Esto incluye hablar en reuniones públicas, hacer comentarios en tableros de mensajería interna, convocar a un orador externo para que hable de sustentabilidad o crear un grupo de compañeros comprometidos. "No es aceptable quedarse callado y al margen en un momento como este", opina Weihl. "Se precisa coraje, y lo precisamos de los líderes empresarios".
En su nuevo libro, Terrible Beauty, en el que hay una crítica a las tácticas de sustentabilidad empresaria, Schendler, el exdirectivo de Aspen, afirma que hace tiempo los líderes empresariales tendrían que haberse conciliado con la tarea "ardua, incómoda y desagradable" del activismo político, como denunciar a sus colegas que no igualan su retórica con acciones. Todo lo que no llegue a eso, como lo demostró un reciente retiro empresarial, constituye una peligrosa ilusión de progreso.



