

Que otro se haga cargo de la factura suele ser una ingrata pretensión para quienes han tenido un desempeño correcto en sus quehaceres. En América Latina lo sabemos por experiencia, pero que ahora en el viejo mundo se pretenda algo parecido, puede ser un testimonio de decadencia que puede amenazar la integridad de la Unión de 27 miembros o de la zona Euro integrada por 17 de ellos. Parece un retorno a antiguas experiencias como las que ilustran la enriquecedora trayectoria europea.
Se piensa que Alemania debería encabezar la estrategia para evitar la profundización de las insolvencias en curso, la magnificación de los desequilibrios fiscales y del endeudamiento, el creciente desempleo, el retroceso productivo y la amenaza que supone la pulverización del Euro como unidad monetaria compartida desde 1999. Se fuerza la solidaridad alemana en lugar de sincerarse la cuestión. Esta pasa por la ilimitada membresía y por la adopción de la moneda común por parte de algunos miembros tan desordenados como que la región tenía que desembocar en conflictos como los que vienen detonando a su alrededor.
En varias notas hemos descrito las dificultades que plantea el distinto grado de desarrollo de los países que se iban incorporando a la UE, al igual que la omisión de reglas más ambiciosas que las formuladas tardíamente en Maastrich, cuyos alcances en materia de déficit fiscales, endeudamiento e inflación, si bien válidas, empero no contemplaban la necesidad de actualizar nuevas exigencias. La quiebra de Lehman puede haber precipitado la debacle ecuménica global. Sin embargo, la partida de defunción data desde cuando se proclamó la ilusión de que la inundación de liquidez y de apalancamientos desvinculados de la producción resultaría inocua. Otra vez la esperanza triunfó sobre la experiencia como hubiera afirmado el Dr, Johnson, aquel célebre amigo de Adam Smith.
Un argumento interesado se ha vulgarizado para que Alemania contribuya con más aportes al Banco Central Europeo. Para ello se recuerda la ayuda recibida a través del Plan Marshall después de la segunda guerra mundial, como si su recuperación y el éxito posterior respondieran a esa ayuda y no al admirable esfuerzo contemporáneo que se prolonga hasta hoy. Según David R. Henderson ( The Concise Encyclopedia of Economics), la ayuda total hasta octubre de 1954 ascendió a unos 2.000 millones de dólares, sin superar nunca el 5% del ingreso nacional. Mientras tanto, por reparaciones de guerra y restituciones pagó más de 1.000 millones y en concepto de gastos de ocupación otros 2.400 millones. Si se neteara la ayuda podría resultar intrascendente.
La solución, entonces, no respondió a la ayuda. Se debió a la implantación de una política económica racional, formulada y ejecutada con la oposición de la dupla aliada (EEUU e Inglaterra) que tuvo que lidiar con un enfoque a contramano de la hegemonía imperante que resultó revolucionario. Alemania estaba en ruinas. La segunda guerra mundial destruyó el 20% de todas las viviendas. La producción de alimentos por habitante en l947 representó el 51% de la registrada en 1938 y la producción industrial descendió un tercio. Luego, entre 1958 y 1948 la producción industrial por habitante aumentó 300%. Semejante respuesta parece que reclama otra interpretación menos superficial e interesada.
En un siglo Alemania enfrentó tres guerras. En la segunda (l914-1918) sufrió una humillación expresada en el Tratado de Versailles que irritó al mismo Keynes, según relata en las Consecuencias Económicas de la Paz (1919) y donde expresamente anunció las turbulencias políticas que sobrevendrían. Diez años más tarde también se recuperó tal como lo hizo después de la ocupación en 1945. La estrategia, como siempre: trabajo, acumulación inteligente, productividad, penetración en la economía internacional, eficiencia y honradez gubernamental y administración monetaria y fiscal según aconsejen las circunstancias no sujeta a enfoques ortodoxos con efectos pro cíclicos.
La clave, entonces, puede sintetizarse como un esfuerzo nacional compartido con prescindencia de la magia fascinante de vulgares extremismos ideológicos, a la larga contraproducentes. En definitiva, fue el trabajo organizado la clave de la recuperación y del envidiable desarrollo alemán, lejos de vicios como el endeudamiento y de regímenes sectoriales prebendarios que por definición sofocan iniciativas, abortan la productividad y pavimentan el sendero del atraso material y cultural. No hace falta hacer menciones, pero otra sería la película si la mayoría de los miembros de la Unión Europea hubieran adoptado patrones de comportamiento como los que luce Alemania.









