Hay ocasiones en las que el hotel es apenas un detalle en el viaje; si el servicio es bueno, la ubicación conveniente y la comida agradable, no es necesario mucho más. En otros casos, el hotel es en sí mismo un atractivo, un motivo para el viaje. Es así en los resorts de Troubetzkoy en el Caribe o en los lodges cinco estrellas de Kenia o de Sudáfrica.


También es así en algunos de los mejores alojamientos de Italia, en los que la combinación entre historia y modernidad, entre tecnología y tradición, se expresan a cada segundo. La gastronomía, la decoración, la arquitectura, todo conspira para convertir a estos hoteles en verdaderos destinos.


Como ocurre con L'Andana, el emprendimiento conjunto de Alain Ducasse con el bodeguero Vittorio Moretti. En el edificio de una antigua villa de caza del Duque Leopoldo II crearon un hotel de 20 habitaciones, que tras el éxito inicial creció hasta poco más de 30. Muebles antiguos, telas de diseño clásico, amplios espacios y, en algunos casos, un hogar a leña, hacen que cada cuarto se vea como una sala de museo antigua. Claro que el corazón de este joint venture está en la propuesta gastronómica, que combina la impronta de Ducasse con los vinos y las olivas que se producen en la misma propiedad.


Algo similar ocurre en la Toscana si se visita el Castello de Vicarello. Se trata de un castillo del siglo XII ubicado en la cima de una colina, que la familia Baccheschi Berti convirtió en un hotel imperdible. El alojamiento tiene apenas cinco habitaciones, pero dos piscinas exteriores. La decoración sorprende con un estilo oriental poblado de imágenes, telas y artesanías de Bali e Indonesia. Pero sus viñedos, los más de 1200 olivos, la granja avícola y una huerta de más de 1500 plantas hacen que la estadía tenga indudablemente ese estilo tan propio de Italia. La pasta se sirve acompañada por los mismos vegetales que se recolectaron apenas un rato antes y elaboraron con maestría.


Este aire familiar mezclado con glamour se repite en J.K. Place, un hotel florentino diseñado por Michele Bonan, el mismo al que acude Ferragamo para sus propios alojamientos. Con solo 20 habitaciones el lugar combina finos muebles de wengue con telas, cortinas y tapizados. Pero quizás lo mejor del J.K. sea el techo vidriado del comedor, que permite disfrutar la comida con la custodia permanente de la Iglesia de Santa María Novella que se cuela a través de la gran claraboya.

En el corazón de la Toscana
También en Florencia, pero en las afueras, Villa il Poggiale ofrece otro estilo igualmente encantador. Hasta principios de la década pasada, ésta era la residencia de la familia Vitta, ligada al diseño como muchas en Italia. Hoy mantiene mucho de aquel espíritu y no se ha modificado el edificio para convertirlo en un hotel moderno. Así es que para subir a muchos de los 24 cuartos que están en las plantas más altas no hay ascensor. La recepción no funciona las 24 horas y hasta puede ocurrir que los huéspedes disfruten del bar en soledad, sin nadie que los atienda. Todo esto ocurre en el marco de un parque de verde gramínea poblada de cipreses, bajo los techos de madera y entre frescos del siglo XIX y, claro está, disfrutando de la grappa que se produce en la misma comarca desde hace siglos.


Si lo que se busca, en cambio, es ser atendido a cuerpo de rey pero sin perder la belleza de lo antiguo, nada como el San Clemente Palace. Se trata de un antiguo monasterio del siglo XII, ubicado en una isla de 17 acres en la laguna veneciana. De monasterio pasó a ser hospital y luego fue clausurado. Resurgió como un hotel con 205 habitaciones, la mayoría de ellas con vista a la laguna. Pisos de mármol en los baños, telas de damasco en las paredes y muebles clásicos se combinan con tres canchas de tenis, un spa de 3000 metros cuadrados, un mini campo de golf de tres hoyos y tres restaurantes. El más tentador es Cà dei Frati, ubicado en lo que alguna vez fue el lavadero del monasterio. Lo que invita a disfrutarlo es su ubicación junto al parque de cuatro acres, donde se puede ver al chef recogiendo las finas hierbas o las hortalizas que se van a comer minutos más tarde en platos como la langosta con salteado de foie gras y espárragos en compota.


Finalmente, en la misma Venecia, el hotel DD.724 ofrece un descanso a tanta historia volcada en paredes, muebles y cortinados. Ubicado a metros del Museo Peggy Guggenheim, se caracteriza por los ambientes decorados con pinturas abstractas de artistas contemporáneos; apenas siete habitaciones y un interés por los más mínimos detalles.


Aquí en el Véneto, en la campiña Toscana o en pleno centro de Florencia, estos hoteles son el reflejo de cómo se puede hacer de cada artefacto cotidiano una artesanía; de cómo la gastronomía se puede llevar de la huerta a lo sofisticado en apenas minutos y de cómo los grandes castillos y las villas de campo nunca pasan de moda. Al menos, si todo esto está en manos italianas. z we