Cuando la nieve empieza a teñir todo de blanco es inevitable pensar en el esquí. Y el menú de alternativas se mantiene similar año a año. Entonces se elige entre en las opciones conocidas, Catedral, Las Leñas, Chapelco, Castor, Cerro Bayo y La Hoya. Quizás Penitentes o algún cerro pequeño en Neuquén. Los esquiadores avezados ya tienen sus preferencias; los nóveles, se dejan seducir por lo que sienten más importante.


A los primeros La Hoya los atrae con su nieve de alta calidad, la cercanía con la ciudad y los precios normalmente bajos, sobre todo si se piensa en la infraestructura y las pistas disponibles. La Hoya es un bestvalue o una compra inteligente en la que el esquiador experimentado encuentra un excelente producto sin pagar demás. Para el principiante, se suman otros criterios, como la seguridad que exhibe el cerro, en donde todos los caminos conducen a La Piedra, la confitería a 1600 m.s.n.m., justo frente a la pista de principiantes y la Escuela de Esquí.


Cada año, como en todos los cerros, se anuncian mejoras, grandes o pequeñas, que hacen a la comodidad de los usuarios. Detalles como los nuevos Espacios Zuccardi que habitarán en los restaurantes de la base y en la cota de 1600 metros, donde se realizarán degustaciones, promociones y propuestas gastronómicas especiales, con el acompañamiento de la bodega; la implementación de un sistema de venta de pases electrónico, con tarjetas para los esquiadores y lectoras para los medios que promete agilizar el tránsito hacia las pistas.


"Hay un trabajo muy importante para acondicionar la playa de estacionamiento -explicó Gonzalo Guereña, gerente del CAM La Hoya- ya que en la temporada alta tenemos capacidad para albergar unos 500 automóviles". Además se han realizado obras para mejorar la señalización de los accesos, escaleras, y todo el sistema de senderos que convergen hacia los medios de remonte, como la silla cuádruple.
Más nieve


Además del esquí, que tiene su espacio ideal en La Hoya, hay otras alternativas para disfrutar de la nieve. Si el cielo fue generoso, es posible disfrutar de un paseo en La Trochita, el mítico tren a vapor con 75 centímetros de ancho entre las vías, en medio del manto blanco. Son 17 kilómetros para ir desde Esquel hasta el boquete Nahuel Pan, un sitio con una historia tan trágica como interesante. Las postales del tren surcando el blanco son tentadoras. Y las salamandras ubicadas dentro de los vagones liliputienses se vuelven imprescindibles, como hace décadas, cuando el tren era el principal medio de comunicación terrestre para vincular Esquel con Río Negro y la red ferroviaria.


Otra alternativa es encarar caminatas que, si bien no son ofrecidas por las agencias de viajes, son aprovechadas por locales y visitantes avezados. Un caso típico es el sendero desde la Curva de los Guanacos, en el camino a La Hoya, que permite acceder caminando por la montaña entre bosquecitos de lengas y pinos hasta llegar a la estación de esquí por su flanco Este. Las vistas son impagables y los bosquecitos de ensueño.


Un poco más lejos, en el camino al Parque Nacional Los Alerces, la postal blanca se completa ahora con el canopy y las raquetas. Estas son las propuestas de Pueblo Alto, un predio ubicado a 5 kilómetros del ingreso al Parque Nacional Los Alerces y a 30 de Esquel. Vale la pena recordar que llegar hasta allí es ahora mucho más sencillo desde que se completó el asfalto de la ruta 72, un camino que serpentea por la montaña y ofrece algunos puntos panorámicos fantásticos.


Al llegar a la entrada de Pueblo Alto, siempre por la tarde, es posible encontrarse con los guías y acercarse hasta la zona del canopy, que consiste en realizar un recorrido entre diversas plataformas ubicadas en lo alto de las copas de árboles añosos y de gran porte. El medio de locomoción implica un cable de acero que une las diversas plataformas y que se transita con un conjunto de arnés y poleas, elementos usados en la escalada y de alto nivel de seguridad. La sensación de volar de árbol a árbol primero genera adrenalina, pero luego, empieza a ser una oportunidad para empalagarse con el paisaje. z we