

La llegada de los días soleados de primavera también dan inicio a la época en la que centeneras de animales de una de las especies de mayor tamaño del planeta se concentran para retozar y renovar su ciclo reproductivo en estas latitudes. El arribo es en un punto geográficamente particular ubicado en las costas de la provincia de Chubut, un sitio al que la Unesco reconoció en 1999 como Patrimonio Natural de la Humanidad "por su trascendencia global en la conservación de mamíferos marinos". Por supuesto, el destino es Península Valdés, cuyos atractivos naturales cobran una inusitada seducción en estas semanas, a medida que las ballenas francas australes llegan en mayor número y ofrecen sus majestuosas puestas en escena con suma frecuencia.
Pingüinos, lobos y elefantes marinos, orcas, toninas y delfines, además de unas 600 ballenas, se dan cita cada año en este particular accidente geográfico unido al continente por un istmo que separa a las tranquilas aguas de los golfos San José y Nuevo. La puerta de entrada a esta zona, y usualmente el punto de partida de excursiones y visitas, es Puerto Madryn, que además de playas y una agradable costanera ofrece restaurantes de buen nivel para disfrutar de la gastronomía local.
Es una buena elección pernoctar en esta ciudad portuaria antes de emprender temprano el viaje hacia los sitios predilectos de las ballenas, accesibles desde Puerto Pirámides. Lo más rápido es salir de Madryn hacia el norte por la ruta provincial Nº1 que se une con la ruta provincial Nº2, siempre por asfalto; pero en esta época lo mejor es transitar por "la ruta vieja" a Pirámides, un camino de ripio que permite realizar avistaje costero de ballenas a la altura de playa El Doradillo, un área natural de reproducción.
Recorriendo unos 80 kilómetros se alcanza la parte más estrecha del istmo, zona que marca el ingreso a la Reserva Faunística Integral Península Valdés. Unos 25 kilómetros más bastan para llegar a Puerto Pirámides. En esta pequeña aldea turística hay varias empresas autorizadas para avistajes embarcados, que cumplen normas para no generar impacto ambiental ni alterar el comportamiento de las ballenas. Ofrecen zarpar en un paseo que generalmente bordea la costa llegando a la lobería (unos 2.000 lobos marinos) y prosigue cerca de los acantilados antes de alejarse una o dos millas mar adentro. Luego se paran los motores. El silencio sólo es cortado por los lejanos sonidos de pingüinos, gaviotas, gaviotines y cormoranes. La experiencia del guía identifica y acerca la embarcación a alguno de esos gigantes del mar que, mansamente, se deja observar y fotografiar desde escasos metros de distancia. z we