El ajuste fiscal

Pesos y dólares, ¿mundos que dejan de chocar?

La historia económica argentina desde largas décadas es dominada por el permanente choque de dos mundos, el de los pesos y el de los dólares. La colisión parte del hecho de que los pesos impresos por el sector público para financiar sus gastos excedentes no son suficientemente demandados por los privados, los que generan los dólares, resultando por diversas vías de transmisión en inflaciones crónicas y cada vez más altas. La tolerancia social a este "juego" terminó entre agosto y noviembre del año pasado, cuando Javier Milei fue electo.

En la última edición de Líderes, precisamente de noviembre de 2023, decíamos que, más allá de las dificultades para proyectar el 2024 en medio de un balotaje, no había dudas de que cualquier alternativa política no tenía más opción que atacar la inflación como "objetivo de supervivencia". Agregábamos que "el 10 de diciembre debería darse el puntapié inicial de un proceso inteligente de corrección de precios retrasados que se extienda durante el verano con destino final en mayo, cuando comiencen a liquidarse las exportaciones del complejo sojero". Para concluir: "Estos cinco meses iniciales del nuevo gobierno serán cruciales para definir la impronta económica de los futuros años".

Javier Milei entendió mejor que nadie la urgencia política de satisfacer una demanda social crítica y, bajo su lógica del "a todo o nada", encaró desde el primer día un draconiano ajuste fiscal y monetario, con una violenta devaluación del peso y el desmantelamiento de los subsidios a las tarifas públicas. "Había que hacerlo en el verano", se sinceró el presidente luego. Naturalmente, en esos meses la tasa de inflación se aceleró violentamente, los ingresos se desplomaron y la pobreza creció hasta niveles históricos.

Desde entonces, la creencia convencional de la política y la economía está puesta en duda. Frente al shock, no se lograba digerir que era factible romper ciertas imposibilidades estructurales, como la eliminación del déficit fiscal o una baja acelerada en la inflación. Sosteniendo el superávit en las cuentas fiscales, Milei demostraba que el mundo de los pesos puede ordenarse, significando que los flujos netos de emisión monetaria tienden a desaparecer y que el stock de pesos se organiza dentro una pragmática (pero acertada) decisión de mantener límites estrictos a la dolarización de portafolios (el "cepo").

Hacer lo imposible

Lo que parecía impracticable en democracia -ajustar el gasto público unos cinco puntos del PIB en meses- se hizo. Aun debatiendo las chances de sostenerlo (quién hará el mantenimiento de las rutas nacionales sin tránsito suficiente como para justificar la inversión privada, o las cloacas en las zonas vulnerables, por caso) o su estricta justicia (recortar jubilaciones mientras se perpetúan varias exenciones impositivas), resulta evidente que la desinflación es heredera de la decisión política de erradicar el déficit financiero del estado nacional.

Pero no exclusivamente. La decisión también política de sostener un tipo de cambio cuasi-fijo es la otra clave. Tras la megadevaluación de diciembre, el Banco Central mantuvo una regla cambiaria que permitió retrasar la relación dólar-peso respecto de la inflación acumulada, abaratando el costo de los bienes importados y de los clásicos "bienes-salario", como los alimentos. Anclar el dólar aparece siempre como un ingrediente básico de todo programa de estabilización de precios, acá y en la (ya antigua) experiencia internacional.

Claro que es una elección arriesgada. No se trata de discutir cuál debiera ser el tipo de cambio de equilibrio para una economía de estas características -algo que el actual equipo económico rechaza de plano y es en efecto debatible- sino de interpretar los efectos dinámicos de una política cambiaria como la actual. El más evidente es que la producción exportable, al reducirse su facturación en pesos, se desalienta, complicando la acumulación "genuina" de reservas internacionales. Los costos locales aumentan en dólares y excepto en las actividades de alta competitividad externa, como el agro y la energía, producir para exportar empieza a perder sentido económico.

En la otra cara de la misma moneda aparecen los impactos sobre el balance cambiario. Se demandan más dólares para pagar nuevas importaciones y los renovados viajes de argentinos por el mundo. En síntesis, se necesitan más dólares de los que ingresan. Y eso siempre fue un problema para esta economía bimonetaria.

Menú de opciones

Sin la devaluación como opción correctiva "fácil", varias alternativas están disponibles para frenar el proceso de apreciación. La esencial, el principio, es lograr que la inflación no crezca por encima de la tasa de devaluación. En paralelo, obtener nuevas fuentes de financiamiento para fortalecer las reservas -del FMI, préstamos cortos de bancos internacionales, de nuevas emisiones de deuda cuando el riesgo país lo permita-. En 2025 tendrán que empezar a verse los primeros efectos benéficos del RIGI. Es clave que surjan en breve nuevos sectores que fluyan nuevas divisas hacia las tensas reservas del Banco Central.

Pero el verdadero cambio, lo que haría que la apreciación no derive en una crisis cambiaria (suavizada por el cepo), radica en ganar competitividad reduciendo costos e impuestos. El camino está aún inexplorado, es costoso, lleva tiempo, y depende de mantener como mínimo las actuales condiciones internacionales en términos de tasas de interés y precios de las commodities. La apuesta es fuerte: usar el superávit fiscal para bajar impuestos y mejorar así el tipo de cambio real generaría una verdadera transformación copernicana sobre la economía argentina. ¿Habrá espacio para iniciar el camino? ¿Será suficiente para corregir la dinámica de la apreciación? Preguntas que empezarán a responderse durante 2025.

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