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El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos reactivó los grandes discursos sobre el futuro del país en el espacio.
Aunque el mandatario volvió a mencionar el objetivo de llegar a Marte, la realidad política, técnica y presupuestaria llevó a la Casa Blanca a fijar una meta más concreta: llevar astronautas estadounidenses a la superficie de la Luna en 2028, un año más tarde de lo previsto originalmente.
La decisión quedó plasmada en un decreto presidencial que apunta a garantizar la supremacía de Estados Unidos en el espacio, en un contexto de competencia creciente con China.
Un nuevo liderazgo para una NASA en pausa
Durante gran parte del inicio del segundo mandato de Trump, la NASA operó sin una conducción definitiva, lo que ralentizó decisiones clave para el programa lunar Artemis. Esa etapa llegó a su fin con la asunción de Jared Isaacman como administrador de la agencia espacial, tras meses de idas y vueltas políticas.

Isaacman, empresario multimillonario y astronauta privado, asume el cargo con el respaldo del Congreso y de la industria aeroespacial, pese a no contar con una carrera científica tradicional dentro de la NASA.
El desafío Artemis y la presión del calendario
El núcleo del problema está en el programa Artemis, diseñado para concretar el regreso humano a la Luna por primera vez desde 1972. Mientras la misión Artemis 2 tiene previsto orbitar el satélite natural con tripulación, el verdadero obstáculo es el alunizaje.
La nave encargada de esa maniobra crítica es Starship, desarrollada por SpaceX, que aún no logró completar con éxito todas las pruebas necesarias. Los retrasos técnicos y los fallos acumulados obligaron a la Casa Blanca a recalibrar los plazos.
China acelera y marca el ritmo espacial
El ajuste del calendario estadounidense ocurre mientras China avanza con su propio programa lunar, con planes declarados para realizar un alunizaje tripulado antes de 2030. Este escenario reavivó la lógica de competencia estratégica que recuerda a la Guerra Fría, pero con actores privados y nuevas tecnologías en juego.
Para Washington, llegar primero no es solo una cuestión científica, sino también de liderazgo geopolítico y tecnológico.
Un plan ambicioso: base lunar y energía nuclear
El decreto firmado por Trump no se limita al alunizaje. Entre los objetivos estratégicos figura la instalación de una base lunar permanente hacia 2030, además del despliegue de reactores nucleares en la Luna para garantizar suministro energético a largo plazo.
En este esquema, Marte queda relegado a una etapa posterior, una vez consolidada la presencia humana estable en el entorno lunar.




