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Conflicto con el practicaje: una pelea entre millonarios

Una profesión que debe ser vista como socio fundamental por los actores del negocio se transformó en una barrera más para el comercio.

El practicaje y pilotaje es una difícil tarea que requiere temple, dedicación, años de sacrificio y estudio para llevar con seguridad por angostos pasos o reducidos canales, los inmensos buques que llevan el 70% del comercio exterior argentino.

Por estos días, esta noble profesión está protagonizando, una sorda y a veces despiadada pelea.

La tarea del practicaje requiere temple para las innumerables situaciones de peligro y coraje para abordar el buque desde una lancha muy pequeña, en condiciones de mar o río no siempre benignas, en ocasiones con fuerte oleaje y poniendo en riesgo la propia vida. No es de extrañar entonces que los ingresos para estos profesionales sean buenos.

Digamos que muy buenos. Digamos buenísimos. En promedio un práctico percibe entre u$s 20.000 y u$s 40.000 mensuales, y el dueño de la empresa de practicaje el doble.

El practicaje es un servicio público y obligatorio para todos los buques, salvo algunas excepciones y lo brindan los particulares, desde que se desregulo en la década del 90.

El crecimiento en el movimiento de buques generado por la expansión de la producción agropecuaria hizo que la demanda de profesionales fuera mucho mayor que la oferta, por lo que el mercado reaccionó como cualquier otro del planeta y subió los precios. En un país con su moneda destruida, las tarifas fijadas en dólares son una justa protección en un medio donde todo está tarifado en la misma moneda, pero los precios se encarecieron sobre manera.

Sin un contrabalanceo del otro lado, con un estado que miró decididamente para otro costado (por ignorancia o por connivencia), las tarifas subieron en función de la percepción de impunidad en su fijación, exacerbada por intermediarios que, con los contactos adecuados, se volvieron millonarios en pocos años.

Y, como en todo negocio millonario, nunca falta la presencia de empresarios que acostumbrados a negociar y asociarse con prestadores que no son de la profesión, a la que no respetan ni valoran, no dudaron en aplicarle los mismos principios con los que llegaron a sus millones.

Así impulsaron la cartelizacion, reparto de mercado, amenazas, denuncias directas e indirectas, utilizando además los servicios conexos al practicaje (lanchas) para presionar a los que no las tenían, influenciando a los reguladores ocasionales para establecer pautas de ingreso al negocio bien altas, una vez ellos dentro, a fin de hacer más difícil el acceso a los posibles competidores.

Impedimento

Con este panorama, una profesión que debe ser vista como socio fundamental por los actores del negocio, se transformó en una barrera más para el comercio. Cada ingreso o maniobra, genera un costo tan grande que, en algunos casos, impide directamente el negocio. Y como en todo negocio, el que paga los platos rotos es el consumidor o el exportador. O sea el trabajo argentino.

El gobierno, lejos de querer atacar la profesión, intentó innumerables veces negociar una reducción de tarifas con los pocos actores que se avinieron. La estrategia es llevarlas a valores más sensatos, repitiendo el esquema de soft landing que pretende reducción de los exorbitantes costos en todas las cadenas de valor que heredó, para lograr apalancar producción real incrementando actividad y empleo argentino.

La respuesta está a la vista. Acicateado por los personajes que se llevan la torta y no efectúan la tarea, los "muchachos", cómo les dicen, respondieron al intento de fijar tarifas máximas (desde el actual nivel estratosférico, comparado con cualquier índice de actualización posible, o comparativa con países y regiones vecinas) con una pseudo medida de fuerza tendiente a marcar la cancha.

En qué terminará este capítulo de la pelea de millonarios, con algún que otro personaje más digno de una novela de Reverte, con su boina calada al estilo del Che, llamando a la resistencia a bordo de su Audi A4,es una incógnita.

O bien prima la cordura de las partes, recordando que el peor arreglo es siempre mejor que el mejor de los juicios, o asistiremos a una batalla de magnitud. Allí no faltarán causas penales cruzadas, investigaciones administrativas, impositivas y de las otras, con el comercio exterior entorpecido y con un par de centenas de profesionales que al final, enfrentados con una historia en las que le iba muy bien, no entendieron dónde perdieron el barco y quedaron, ellos, sin práctico. Vaya paradoja.

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