La amenaza nuclear rusa, el avasallamiento ucraniano y la inacción occidental

La amenaza cierta del uso de un arma nuclear en la guerra que Rusia ha desatado en Ucrania volvió a aparecer con fuerza ante la filtración a la prensa estadounidense de que altos mandos de las fuerzas armadas del Kremlin discutieron en octubre cómo y cuándo podrían usar una bomba atómica en el campo de batalla.

Aunque la Casa Blanca dice no ver ninguna señal de que Moscú se prepare para arrojar un misil de semejante envergadura destructiva, en la capital norteamericana viene creciendo la preocupación desde que Vladimir Putin declaró hace menos de dos meses que usaría todos los medios a su disposición para proteger su país y las tierras ucranianas anexadas.

El escenario que se configura nos lleva a reconsiderar el desenlace del conflicto y si acaso Rusia, en el estado actual de las cosas, puede abandonar el uso de la fuerza sin resultar victoriosa. Parece poco probable, por no decir imposible.

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El presidente ucraniano Volodimir Zelensky entiende que esta es una lucha sin misericordia y ante la posibilidad de ingresar a la ciudad de Jersón tras la presunta salida rusa aclaró algo que va más allá de esta batalla, "la contraparte no hace regales, no hay ningún ‘gesto de buena voluntad'."

La observación de Zelensky queda subrayada por la realidad en Moscú.

Putin tiene su futuro político atado al éxito de la guerra. No da señales de rendirse y, por el contrario, Occidente no ha demostrado una estrategia clara para detener o disuadir a Rusia de frenar el conflicto. Se avecina, no obstante, otro invierno en el hemisferio norte y los padecimientos que enfrentarán los ciudadanos del viejo continente podría crispar los ánimos y, en consecuencia, a sus dirigentes, y ver una reacción más virulenta al seguro corte del suministro de gas ruso, que afectará la calefacción de los hogares y el abastecimiento de las industrias.

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Rusia no parece dispuesta a perder. En cambio, Ucrania no logra despejar el temor de convertirse, sin más, en un Estado vasallo, algo para lo que Occidente poco ha colaborado. Veamos por qué.

A la fecha, apenas nueve países cuentan con armas nucleares. Entre ellos se cuentan las cinco potencias con poder de veto y asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y el Reino Unido), a las que se permitió mantener la tecnología y los arsenales desarrollados hasta 1967, y la India, Israel, Corea del Norte, Paquistán, que jamás suscribieron o bien se retiraron del Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear, negociado y puesto en marcha solo cinco años después de la crisis de los misiles, por la cual Estados Unidos y la Unión Soviética estuvieron al borde de lanzarse armas de destrucción masiva.

Luego del desmembramiento de la Unión Soviética, en 1991, Ucrania heredó alrededor de 5000 armas nucleares que los comunistas habían estacionado en su territorio. En 1994, por medio del Memorándum de Budapest, los ucranianos cedieron a la desnuclearización a cambio de promesas de protección de Occidente y de su vecina Rusia, que procedió a mudar todo el equipamiento dentro de sus nuevas fronteras.

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A la vista de los hechos actuales y de la anexión de la península de Crimea efectuada por Rusia en 2014, las promesas del memorándum parecen haber quedado en un simple trozo de papel que en nada sirvió para reemplazar el derribado dique de contención a la sed expansionista de Putin y sus seguidores que hubiera supuesto para Kiev el mantener esas armas en su territorio.

En efecto, la remilitarización nuclear era una alternativa seriamente evaluada en Kiev el pasado año, como alternativa a cualquier dilación a su solicitud de acceso a la OTAN. Hasta entonces, como hasta hoy, Ucrania se ha congraciado con las potencias occidentales a cambio, nada más, de palabras puestas en papeles que se lleva el viento. Entretanto, la población ucraniana sigue sometida a las ráfagas de proyectiles que lanzan los ejércitos rusos, mientras Joe Biden, da lucha para ocultar un estado de salud cercano a la senilidad y que es comidilla de las discusiones del 'círculo rojo' en estos días.

Las bombas atómicas llevan 77 años guardadas, desde el único registro de su uso, en el epílogo de la Segunda Guerra Mundial y que costó la vida de cientos de miles de residentes de Hiroshima y Nagasaki. El mundo que deseamos es libre de ojivas. Pero en el que vivimos se asemeja más a una catástrofe en ciernes.

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