¿Una crisis energética que hace peligrar el statu-quo europeo?

Si algo ha diferenciado a la mayoría de los países de Europa sobre el resto del mundo es la capacidad de respuesta institucional para mantener, dentro de ciertos márgenes de razonabilidad, una sustentabilidad macroeconómica que evite grandes crisis sociales, a pesar de los bajos salarios o la inequidad reinante propia de la lógica sistémica. O, al menos, proveer soluciones plausibles en el corto plazo.

El caso más extremo del corriente siglo ha sido el de las hipotecas Subprime surgido en los Estados Unidos, que rápidamente se trasladó por los vasos comunicantes de las finanzas internacionales hacia el viejo continente, sobre todo a los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España), pero principalmente a Grecia, donde la crisis de la deuda fue un detonante para la victoria del Partido de izquierda Syriza, ‘peligrosamente subversivo' en términos económicos para Bruselas. La respuesta fue clara y contundente: el ajuste había que hacerlo - a pedido de los grandes bancos, principales acreedores -; sin embargo, se le brindó al gobierno heleno cierto margen de maniobra - paliativos, se podría decir -, para que el sendero a la normalidad sea lo ‘menos agónico' posible.

Podríamos afirmar que una razón por la cual la ciudadanía europea se haya mantenido dentro de la frontera de la dignidad, ha derivado de que la variable inflacionaria se ha mantenido imperceptible por décadas. Por ende, que gran parte de la población tenga ingresos en términos reales que alcance para sobrevivir, y no tener sorpresas a la hora de ir al supermercado, les genera alguna esperanza que las cosas cambien - para bien - en algún momento. Eso propugna la estabilidad neoliberal.

Pero las cosas han cambiado. El actual conflicto en Ucrania requiere hacer esfuerzos extraordinarios para palear una escasez de oferta energética y sus derivaciones inflacionarias (alrededor de 10% interanual en casi toda Europa). Desde una cuidadosa suba de las tasas de interés por parte del Banco Central Europeo - que analiza con cautela y temor una estanflación en el corto plazo - hasta una afirmación por parte de la Comisión Europea que sostiene que los países de la Unión deben prepararse para bloquear la minería de criptomonedas - y de paso aprovechan para obstaculizar un mercado que ha crecido un 900% en 5 años y no pueden controlar -

En términos de ayudas estatales, la recientemente saliente Primera Ministra,  propuso un ingente aumento del gasto - 100 millones de Libras Esterlinas -, que incluía un subsidio de energía por 2 años para hogares y empresas. El problema es que al mismo tiempo propuso una exponencial reducción impositiva para los más ricos y las corporaciones de 45 mil millones de Libras Esterlinas, cuyo razonamiento era que estos últimos inviertan sus excedentes y generen producción y empleo.


Con un agujero fiscal que rondaba las 70 mil millones de Libras Esterlinas, los mercados - adalides del equilibrio fiscal - denostaron la medida, entendiendo que ello significaría una política neta de endeudamiento y, en medio de una corrida contra la libra - el Banco Central de Inglaterra debió intervenir con compras masivas de bonos para tranquilizar a los inversores -, se dio marcha atrás a una medida que le costó su dimisión.

Por supuesto, la forma de producción no ha quedo exenta de la discusión. En este sentido, el mes pasado los laboristas británicos forzaron una votación parlamentaria por el Fracking, generando divisiones dentro del propio Partido Conservador, lo que incluyó amenazas a los legisladores con la expulsión del partido si no votaban contra la moción laborista, a pesar de que en el último programa político partidario tory se había opuesto a este tipo de extracción.

¿El resultado de la crisis será entonces una base industrial más verde, como propugna los planes de transición de la Unión Europea? El tema es a qué plazo y que jugadores sobrevivirán: probablemente los que se encuentren en rubros menos demandantes de energía, como así también quienes tengan mayor espalda financiera, margen de maniobra, capacidad de generar eficiencia energética. Por ahora, el carbón, gas, o lo que sea para paliar la crítica situación cortoplacista, será bienvenido. La moraleja que queda para los hacedores de políticas públicas es que las soluciones deben ser estructurales; sino se realizan políticas de Estado cuando y como corresponde, un escenario coyuntural disruptivo puede ser altamente peligroso.

En este aspecto, el actual aumento vertiginoso de los precios de la energía está precipitando un descenso alarmante en la competitividad de los consumidores de energía industrial de Europa. Un claro ejemplo es el caso de Bayer, la empresa farmacéutica y biotecnológica que había anunciado en 2019 planes para pasarse completamente a las energías renovables. Pero ahora ha reactivado el carbón ‘por si acaso' no puede satisfacer las necesidades para la producción. Otro caso alemán es el del fabricante de automóviles Volkswagen, quien anunció que continuará operando las centrales eléctricas en su casa matriz de Wolfsburg con carbón durante los próximos dos inviernos, en lugar de cambiar a gas como estaba previsto como parte de sus esfuerzos de descarbonización.

Al mismo tiempo, la Comisión Europea ha aprobado una normativa para reducir la demanda de gas en un 15% para marzo de 2023. Aun así, la eficacia de las medidas intra-comunitarias dependerán de la solidaridad entre los Estados miembros y la voluntad de coordinar los suministros, los cuales hasta el momento han sido infructuosos. Realidades asimétricas, intereses propios, conflictos latentes, podríamos decir. Sino pregúntenle al presidente de Francia Emmanuel Macron, enojado con Berlín por no haber consultado a sus aliados sobre los 200.000 millones de euros que volcó a la economía alemana para ayudar a amortiguar el impacto del aumento de los precios de la energía, los que según París distorsionan el ‘sistema interno del mercado único'.

Dado lo expuesto, para que los diversos gobiernos lleven cierto halo de racionalidad a las disputas inter-fronterizas, se torna también fundamental el debate sobre la distribución de los costos crecientes dentro de los diversos actores privados que participan en la economía energética regional. 

En este aspecto, desde la Comisión Europea se ha diseñado un plan que permitirá recaudar más de 140 mil millones de Euros con un gravamen a las ganancias extraordinarias de las compañías de gas, petróleo y carbón. "Estas empresas están obteniendo ingresos que nunca contabilizaron, ni siquiera soñaron. En nuestra economía social de mercado, las ganancias son buenas. Pero en estos tiempos está mal recibir beneficios extraordinarios, beneficiándose de la guerra y a costa de los consumidores", señaló su presidenta, Ursula von der Leyen. ¿Tendrá el suficiente poder político para llevar adelante esta medida? ¿Podrá torcerle el brazo a uno de los oligopolios más poderoso económicamente del mundo? Difícil negociación, con probable resultado ambiguo.

En el mientras tanto, los cierres generalizados están generando preocupaciones que abren la puerta a rivales de regiones con costos de energía más bajos: urge reemplazar los 155 mil millones de metros cúbicos de gas natural provenientes de Rusia, alrededor del 40% del consumo total de gas del bloque. Es que nadie niega que una reducción o suspensión de las exportaciones, aunque sea temporal, corre el riesgo de traducirse en una pérdida permanente de cuota en el ultra competitivo mercado global. No son pocos los que entienden que la solución superadora - o la perdición definitiva - se encuentra en la geopolítica. En este sentido, Bruselas espera reducir la dependencia energética incrementando el suministro por tubería de países como Argelia y Noruega, así como aumentando masivamente las importaciones de GNL desde más lejos.

Por supuesto, dependerá el tipo de alianza/acuerdo que se pueda alcanzar con un determinado actor, en la compleja actualidad de la arena internacional. Qatar es un claro ejemplo: siendo un país que tradicionalmente envía el 70% de su GNL a clientes asiáticos con contratos fijos a largo plazo - los cuales le ofrecen certidumbre mientras invierte miles de millones de dólares en infraestructura energética - por ahora, solo podría desviar entre el 10% y el 15% de la producción actual a Europa hasta que entren en funcionamiento nuevos proyectos; sin embargo, existen inconvenientes ya que los gobiernos europeos no solo negocian a través de conglomerados corporativos - lo que genera un problema al involucrar a actores privados que, aunque persuasibles, tienen sus propios intereses -, sino que además los Estados asiáticos han puesto obstáculos ya que se encuentran preocupados por las ‘desviaciones de producción' que puedan afectar su cuota de provisión de importación energética, con las derivaciones negativas en su participación de las cadenas de valor global que ello conlleva.

A pesar de todo lo mencionado, lo más relevante para la Elite europea es poder mantener el statu-quo, el poder y la rentabilidad de sus ganancias sin que las tensiones sociales erosionen el tan preciado ‘sistema democrático occidental' en el cual asientan sus bases. Por eso no es de extrañar el malestar que generó en las clases medias y bajas del Reino Unido la suba de las tasas intereses y su impacto en las cuotas de los préstamos hipotecarios. O la huelga en el sindicato petrolero para exigir aumentos salariales y en protesta por la intervención del gobierno francés para romper las medidas de acción directa dispuestas por las trabajadoras y los trabajadores de refinerías.

Y así podemos seguir recorriendo la ‘Europa Desarrollada'. En Alemania y Suecia, los trabajadores de las aerolíneas exigieron aumentos salariales acordes con la inflación acumulada, al igual que los de las empresas ferroviarias. En España, las principales centrales sindicales se enfrentan a la negativa de las cámaras empresariales para avanzar en un acuerdo que permita "la renovación de los convenios colectivos en términos salariales aceptables para los trabajadores y las trabajadoras". En Italia, miles de trabajadores y empresarios Pyme salieron a la calle a reclamar por no poder hacer frente a las crecientes facturas de energía.

¿La respuesta de los gobiernos? ‘Creatividad administrativa', conciencia para cuidar al máximo los gastos, reducir la demanda de energía, y sobrevivir al actual - que lleva ya varios meses - escenario de zozobra. Un proceso de socialización de pérdidas, esfuerzos colectivos típicos de momentos bélicos de siglos pasados. La humanidad no cambia, y los valores nacionalistas creados culturalmente tampoco. Por supuesto, nada toca las bases del sistema. Ni las problemáticas subyacentes de una región que se desangra en un proceso de desindustrialización, gentrificación reemplazada con inmigrantes de bajos salarios, y una glorificación asimétrica de las diferencias de productividad que promueve el capitalismo neoliberal.

Jean Monnet solía decir que "La gente solo acepta el cambio cuando se enfrenta a la necesidad, y solo reconoce la necesidad cuando la crisis se avecina". ¿Hay miedo a la agresión militar rusa? Probablemente en algunos sectores de la población. Lo que seguro existe para las crecientes clases medias y bajas es más preocupación por el impacto de la guerra en términos de escasez e inflación. Nunca más apropiado recordar a aquel profesor de tango argentino, el cual se había ido a vivir a Ucrania, y que en los albores del conflicto sostuvo en una entrevista televisiva: "Me fui del país por la difícil situación económica, y aquí nos va muy bien. No le tengo miedo a un misil, soy de Lanús. Volvía todas las noches a mi casa a las tres de la mañana. Eso sí da miedo".

Mientras tanto, la rueda sigue girando. Y aunque las presiones populares se acrecientan y los partidos de extremas ganan cada día más adeptos, por ahora, el statu-quo se mantiene infranqueable. A resistir; sobre todo, pensando en un conflicto de largo plazo, en un mundo bipolar que ha cambiado las lógicas de poder macro. Sin embargo, para la microeconomía de las mayorías desfavorecidas de la otrora ‘Europa de la prosperidad', por ahora todo sigue igual. O peor.

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