Análisis

No mató, pero reavivó la grieta

La causa Vialidad y el intento de magnicidio volvieron a ubicar a CFK en el centro de la escena. Pero esta vez, a diferencia de lo que ocurrió después de la muerte de Néstor Kirchner en 2010, Cristina lidera una épica impotente y a la defensiva.

Si la bala hubiera salido de la Bersa Thunder calibre 32, la democracia argentina habría entrado en una dimensión literalmente desconocida. Porque no existen antecedentes de un magnicidio en el país. Los argentinos vivimos golpes de Estado, catástrofes económicas y enchastres institucionales. Estamos bastante curtidos. Pero nunca presenciamos el crimen de una de las personas más poderosas de la política local y, solamente en el aspecto formal, la segunda en la línea de sucesión.

El asesinato de Cristina Kirchner no necesariamente habría implicado el fin de la democracia, tal como aseguran desde el Gobierno. Pero sí la habría condicionado de forma drástica, irreversible y muy negativa. La suerte o el azar evitó ese resultado. O, dicho en el lenguaje pericial, fue que la pistola no contaba con una bala en la recámara. Hasta ahí, el desenlace dramático que no llegó, pero que tampoco conviene olvidar.

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Una vez que se viralizó la imagen del arma a centímetros de la frente de CFK, sobrevino la conmoción generalizada. La cultura grietera entró en pausa. Sea por cálculo o impacto genuino, se multiplicaron los mensajes de solidaridad por parte de oficialistas, opositores y no alineados. Hasta Mauricio Macri condenó sin matices el ataque contra su némesis ideológica y electoral.

En las horas posteriores al terremoto se instaló en la élite política un clima pacifista que bien podría haber sido musicalizado con Imagen de John Lennon. Pero la conversación pública en la Argentina es caníbal y está acelerada a 2.0, como los audios de WhatsApp.

Los gestos de ecumenismo y fair play se convirtieron rápido en acusaciones cruzadas. Una competencia para ver quién cuenta con el monopolio del odio al adversario. Se trata de un ping pong sordo que no se juega en el vacío social. Al contrario, se desarrolla en un contexto sociológico muy concreto.

El libro Polarizados, del sociólogo Ignacio Ramírez, estudia con estadísticas y encuestas las causas y efectos estructurales del paisaje de la grieta: señala la tendencia al "enguetamiento" informativo, cultural y social de los ciudadanos. En sus redes, consumo de medios y afinidades sociales, las personas tienden a moverse dentro de burbujas que los reafirman. Peronistas y cambiemitas que, a diferencia de lo que ocurría en los '80 y '90, optan por no interactuar. Hinchas ideológicos de Boca y de River que ni siquiera se cruzan.

El algoritmo y los medios con discursos de diseño para sus audiencias favorecen esa segmentación. Y esos muros potencian el extrañamiento del otro. Se trata de una explicación eficaz y, al mismo tiempo, muy pesimista. Porque no identifica razones para que la dinámica grietera en ascenso se vaya a revertir en algún momento.

Así, las dos grandes coaliciones de la Argentina parecen empantanadas. El frente oficialista y el opositor se muestran en una suerte de empate que les permite ganar las elecciones con lo justo, cada dos y cuatro años, pero que a la vez les bloquea la gestión.

En 2010, la impactante muerte de Néstor Kirchner tuvo una consecuencia indirecta: revitalizó ese espacio. Superado aquel shock, el kirchnerismo renovó el contrato de representación con la sociedad. Y al año siguiente una CFK inesperadamente viuda arrasó con el 54 por ciento de los votos. El kirchnerismo demostró entonces que no encarnaba un ciclo histórico agotado. No todavía.

Ahora, el avance de la causa Vialidad y el intento de magnicidio vuelven a ubicar a Cristina Kirchner en el centro de la escena. Dentro de un peronismo sin brújula y una identidad que se desvanece, CFK aparece como una referencia sólida. Tal vez la única. 

Pero esta vez, a diferencia de lo que ocurrió hace 12 años con la muerte de Kirchner, Cristina lidera una épica impotente y a la defensiva. Intenta ganar una pelea doble que, sin embargo, ya perdió en su momento de mayor empoderamiento: la batalla que libra contra los jueces federales de Comodoro Py y un sector de los medios de comunicación. Pese a su vigencia relativa, el cristinismo también es una marca gastada.

Esta nota se publicó originalmente en el número 345 de revista Apertura.

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