Ya se proyecta más del 70% anualExclusivo Members

Inflación récord: ¿por qué la Argentina no puede salir del círculo vicioso de los aumentos de precios?

Las proyecciones de inflación para este año ya rozan el 70 por ciento. Si no le ponen freno, sería la más alta desde 1991. Hablan economistas y empresas sobre cómo transitar el camino sinuoso de los precios altos.

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Aumentos en las tarifas de luz y gas, las negociaciones de la Argentina con el FMI y un anuncio de medidas para bajar los precios de los medicamentos. Estos temas bien podrían ser tapas de los diarios actuales. Sin embargo, acompañados de otros títulos, como el escándalo por el contrabando de autos con franquicia para discapacitados, la caída de un balcón que causó la muerte de cuatro jóvenes en Pinamar y la entrada en circulación de una nueva moneda, el peso, la escena se remonta al pasado. Exactamente a enero de 1992, la última vez que el país tuvo una inflación acumulada en 12 meses por encima del 70 por ciento (más precisamente, 76), el número que el mercado ya empieza a proyectar para fines de este año, según la Encuesta de Expectativas Macroeconómicas de El Cronista (EMEC) de mayo 2022.

La diferencia, no menor, es que 30 años atrás la Argentina venía de dejar atrás casi 20 años de variaciones de precios anuales de tres cifras, con dos hiperinflaciones en el medio, en 1989 y 1990. Es más, ese año, marcado por el inicio de la convertibilidad en abril de 1991, el índice de precios al consumidor (IPC) cerró en 17,4 por ciento -un número que para el país actual sería un sueño- e inició el único período prolongado de baja inflación de los últimos 80 años.

En la actualidad, en cambio, el índice viene tomando fuerza y empiezan a aparecer números que hacía décadas no se veían en la economía. El 6,7 por ciento mensual de marzo, por caso, fue el mayor desde abril de 2002, cuando en plena salida de la convertibilidad los precios se dispararon 10,4 por ciento.

En el medio, el país pasó por la intervención del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), que entre enero de 2007 y diciembre de 2015 difundió datos seriamente cuestionados. Eso creó la anomalía de contar con un índice de inflación y oficial -usado para pagar los bonos de deuda actualizados por el coeficiente de estabilización de referencia- y otro paralelo, superior, que era el tomado en cuenta para las negociaciones salariales. También hubo un "apagón estadístico" en los primeros meses de 2016, durante el que el organismo fue saneado y se recompuso su credibilidad.

Hoy las expectativas de una moderación en el IPC parecen lejanas. Para este año todavía restan los aumentos en las tarifas de electricidad y gas, congeladas desde 2019, con el impacto que eso traerá en el resto de la economía. Sin plan de estabilización, nadie apuesta a que los precios cedan y algunos economistas ya empiezan a advertir sobre el riesgo de espiralización.

Eterno retorno

La inflación, entonces, es una constante para el país. Empresarios, políticos y ciudadanos en general se acostumbraron a convivir con este fenómeno, que pasó a ser un dato más a tener en cuenta entre tantos otros. ¿Por qué a la Argentina le cuesta tanto romper el círculo vicioso de la inflación?

"Yo abriría un poco más el foco de la foto. Podemos preguntarnos por qué hace 80 años que no crecemos en relación con otros países. Y el problema es que la Argentina tiene su productividad laboral en caída. Y nadie puede pagar un buen sueldo o un salario formal si la productividad no crece. Los números indican que cae desde 2012 y antes de eso ya estaba estancada", explica José María Fanelli, economista y profesor de la Universidad de San Andrés.

Desde 1961 en adelante, según datos elaborados por la consultora Invecq sobre la base del Indec, la Argentina solo tuvo superávit primario -es decir, la diferencia entre los gastos corrientes del Estado y la recaudación de impuestos- a lo largo de nueve años. Sin embargo, si se mira el resultado total descontados los intereses de deuda, el número se reduce a apenas seis, entre 2003 y 2008.

Este dato, opina Diana Mondino, profesora de Finanzas de la Universidad del CEMA, explica el 99,9 por ciento del problema que enfrenta la Argentina. Hay un exceso del gasto público que se financia con una emisión monetaria que no se compensa por el lado de la demanda de dinero. "Además, hay un sector público que no solo sofoca al privado, sino que, en muchas ocasiones, compite con él. Y no solo en casos emblemáticos como Aerolíneas o YPF, sino también con minoristas, como con El Estado en tu barrio, que vende pescado, carne o verduras. Tenemos un Estado que es una verdulería", ironiza.

Todo esto ocurre en una economía muy poco flexible, en la que una compañía muy difícilmente pueda abandonar una línea de productos o despedir personal en caso de que las cuentas no le cierren. Entonces, para evitar problemas en épocas de crisis, se cuidan mucho de expandirse en momentos de bonanza. Así, no solo las empresas quedan estancadas, sino que es toda la economía la que no crece.

La ilusión del control

Hoy el Gobierno trata de controlar algunos precios como los de la energía y el transporte, mediante subsidios, o el de la carne con restricciones a las exportaciones y acuerdos de precios. Eso genera un doble problema. Como es más barato que el precio de equilibrio, crece la demanda a la vez que baja la oferta. Por un lado se abren las puertas para el desabastecimiento, pero, además, hace que los precios peguen saltos bruscos de tanto en tanto.

"Pasa con los productos que están en Precios Cuidados y también con el dólar. Y hay que tener en cuenta que el riesgo de una espiralización está siempre presente. Y lo que vemos es que se sigue apagando el fuego con nafta. La emisión adicional de abril fue muy fuerte. Para que no impacte de manera inmediata en la inflación ese dinero extra se esteriliza mediante letras de liquidez (Leliq). Como no se generan nuevos fondos genuinos, el Banco Central va a tener que volver a emitir para pagar los intereses de la deuda que está generando. O sea, que todo eso es inflación futura", agrega Mondino.

Hacer controles de precios, dicen las fuentes consultadas, no funcionó nunca en la historia. Incluso, señalan que en países con una fuerte presencia del Estado dentro de la economía, como China, los precios de los bienes se mueven por efecto de la ley de oferta y demanda.

"El primer gran problema que tiene la Argentina no es por mala fe, sino por ignorancia y algún sesgo ideológico. Más de un funcionario de peso dentro del Gobierno y del BCRA cree que las variables económicas se pueden controlar en forma discrecional desde el Estado", señala un alto directivo de un banco, y agrega que si se liberara, por ejemplo, el precio del gas que se paga en boca de pozo, el BCRA nunca más tendría problemas de reservas, gracias al crecimiento de la producción y de las exportaciones.

La teoría clásica indica que la inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno monetario. A grandes rasgos, esto quiere decir que, si la oferta de dinero es superior a la demanda de dinero, tiene que caer el precio relativo del dinero. El problema es que el precio nominal del dinero es por definición siempre igual a 1. Entonces, para que caiga su precio relativo, tienen que subir los precios de todos los bienes y servicios de la economía.

En el Gobierno, en cambio, adhieren a la postura de que el fenómeno tiene un origen multicausal. Entran aquí conceptos como el de puja distributiva entre empresarios y asalariados, concentración económica, formadores de precios, inflación oligopólica y determinación de costos, entre otros.

Pero en este contexto, incluso economistas heterodoxos como Emmanuel Álvarez Agis, director de la consultora PxQ y exviceministro de Axel Kicillof apuntan fuerte contra las inconsistencias macroeconómicas.

"El cuarto kirchnerismo ha exacerbado las inconsistencias macroeconómicas del tercero. Cuando se ve dinámica de subsidios, control de cambios y la discusión general sobre la política macroeconómica, se ve que ha habido una operación político ideológica muy dañina para el país en su conjunto", señaló en declaraciones a Radio Con Vos.

"El gobierno dice que la inflación es multicausal. Entonces, la pregunta que debemos hacernos es qué está haciendo con cada una de las causas. Si cree que hay un problema de costos y los salarios siguen aumentando porque si no la gente no come, ¿cómo piensan bajarlos? Yo no veo que estén haciendo nada. Más bien al contrario", insiste Mondino.

Presión al alza

José Segura, economista jefe de la consultora PwC, agrega que hay algunas políticas que el Gobierno puede tomar en el corto plazo para contener el efecto del exceso de emisión. Es lo que decidió hacer, por ejemplo, al congelar algunos precios relativos como los de la energía.

El problema es que, aunque una política restrictiva aparente tener resultado, lo cierto es que, en realidad, genera una presión inflacionaria. Y mientras no se solucione el problema monetario de fondo, esta presión seguirá presente.

Otro factor a tener en cuenta es que el cambio de política monetaria tiene un impacto que se ve recién entre seis y nueve meses más tarde. Por eso, señalan algunos especialistas, la política de cero emisión encabezada por el expresidente del BCRA Guido Sandleris en 2019 coincidió con el año de mayor inflación (hasta ahora) desde el fin de la convertibilidad.

Segura sostiene que una parte de la inflación actual es producto de la emisión que hubo por las elecciones del año pasado. Es que el excedente monetario no se corrige de un día para el otro, por más que se haya decidido hacerlo. "El acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) le puso un límite a la emisión monetaria y por lo tanto a la presión inflacionaria", agrega. En el primer trimestre se sobrecumplió lo firmado, pero tres meses más tarde las perspectivas de que a fin de año se llegue al objetivo son cada vez más lejanas.

La única solución, sostiene el especialista, es tener una política monetaria sana y sostenida durante mucho tiempo, algo que nunca sucedió en la Argentina. Y a eso se le agrega el problema adicional del bimonetarismo. Como el peso pierde valor de manera constante, la demanda de dólares no responde solo a las necesidades del sector externo, sino que a esta hay que sumarle la de cobertura como refugio de valor.

"En momentos de crisis hay sobredemanda de dólares y el precio se infla por encima de lo que la economía necesitaría. La brecha se explica por este fenómeno. Como está controlado el tipo de cambio comercial, los bienes importados no pagan el precio real del dólar", dice. En opinión de Fanelli, si bien es cierto que la emisión genera inflación, decir eso da ninguna respuesta: "Los gobiernos lo saben. Pero cuando les dicen que para bajarla hay que bajar el déficit responden que no pueden. Y se ve cómo se cierra un programa con el FMI que se boicotea desde el oficialismo".

A ese nivel de incertidumbre se le suma la inercia, que ya estaba en el 50 por ciento anual y se acerca al 70. Y cuando haya que hacer cambios en los precios relativos no es descabellado pensar que pueda llegar al 80 por ciento. La situación es tal que hoy en la economía se perdió la noción de los precios de los bienes. Un comerciante no sabe a qué valor podrá reponer la mercadería que vende. El productor no tiene idea de cuánto le costarán los insumos. Y, como nadie quiere perder, termina poniendo el precio un poco más alto de lo que haría en una situación normal. "Pensemos en la inflación en alimentos, que en los últimos meses estuvo en torno al 7 por ciento. Si partís de esa base, rápidamente te vas al 10 por ciento mensual", señala el profesor de Udesa.

Corto plazo

Gustavo Lazzari es economista y gerente general del Frigorífico Cárdenas, una PyME familiar dedicada a la elaboración de fiambres y chacinados. Desde 2018, dice, su compañía -y todas las pequeñas empresas- está enfocada en el cortísimo plazo. Al principio, era mes a mes, luego, semana a semana y ahora, ya se vive el día a día.

"Hay que entender que los precios se mueven siempre. El empresario va a tratar de salir a vender al precio más caro posible siempre. Lo que pasa es que cuando hay estabilidad no se puede subir, porque el mercado no convalida esos precios más altos. Entonces, se trabaja para bajar costos. Hoy estamos en una situación en la que la realidad nos supera. A veces no se puede hacer costos a la velocidad que se mueven los precios", dice.

En los años que lleva al frente de la compañía fundada por su padre, Lazzari dice que solo vivió dos períodos de normalidad en el país, que coincidieron con la recuperación que llegó después de grandes crisis económicas. Los primeros cuatro años del gobierno de Carlos Menem y entre 2003 y 2007, durante la presidencia de Néstor Kirchner.

"Esto no implica ninguna simpatía política, pero en esos años se pudo trabajar de manera más o menos normal. No fueron años brillantes, pero fueron más normales. Ahora la situación es peor y empezamos a buscar los años buenos con cuentagotas", señala Lazzari, que el año pasado integró la lista de precandidatos a diputados nacionales encabezada por Ricardo López Murphy.

El problema principal que enfrentan ahora las pymes, agrega, es que ya se está empezando a tensar la cadena de pagos. Con tasas de interés que, aunque se mantienen por debajo de la inflación, son muy altas, el único crédito que tienen las empresas es el comercial. En el inicio de la pandemia, la cadena de pagos ya se había visto resentida. Con algunos comercios cerrados, cobrar se volvió una tarea titánica.

Cadena de pagos

Con ese deterioro a cuestas, la aceleración de la inflación no hizo más que empeorar el panorama. Hoy los plazos de pago se están haciendo cada vez más cortos y el que hasta hace un año vendía a 90 días, ahora está pidiendo pagos a una semana. Y, en algunos casos, la mercadería solo se entrega contra la cancelación de la factura al contado.

"Hoy se empiezan a tensar relaciones de muchos años. Ya no les podés vender a largo plazo, porque necesitás la plata para cubrir otros gastos. Es horrible, pero no queda otra opción", agrega.

Lazzari explica que para producir un jamón cocido necesita 20 insumos de precios que, ahora, se actualizan todas las semanas. La solución: hacer un costo estimativo al que se le suma un extra por las dudas y a partir de ahí poner el precio. Si no hubiera inflación, nadie convalidaría ese valor.

En este contexto, en el que se trabaja semana a semana y ni siquiera hay tiempo para hacer bien los costos, pensar en generar un plan anual es imposible, agrega. Y si encima, se depende de insumos importados, las dificultades son incluso mayores. "Hay tres restricciones de importación que son lapidarias: la más importante es que no se puede pagar anticipado. Pero, incluso, si se tienen los pesos, el BCRA no da los dólares. Hay que hacer todo un rollo para recibir mercadería y usar mucho el crédito comercial que se tiene. Entonces llega todo a cuentagotas. Es muy complicado producir en este contexto", dice.

Salvador Femenía, de la Confederación Argentina de la Mediana Empresa, dice que la falta de insumos es un problema que se está agravando entre las pymes. Por eso, son muchos los que tratan de vender lo mínimo indispensable porque no saben a qué precio hacerlo y tampoco saben cuál será el valor de reposición. "Veníamos de una recuperación del consumo tras la caída estrepitosa de la pandemia. No fue algo homogéneo, pero en términos generales se había recompuesto la situación. Ahora hace unos meses que ya se ve un estancamiento y, en algunos casos, una caída", dice.

En algunos rubros, advierten, las listas de precios ya empezaron a variar dos veces por semana. Y a los comerciantes minoristas se les hace difícil cargar todos esos aumentos al consumidor final, pues corren el riesgo de quedar fuera del mercado.

Menor rentabilidad

"La inflación impacta muy fuerte en la rentabilidad, que ya estaba afectada por la presión impositiva, especialmente por ingresos brutos. Hoy los comerciantes tienen fuertes saldos a favor que no pueden compensar con nada. Así, en la práctica, el impuesto se convierte en una reducción aún mayor de los márgenes", se queja.

La presión impositiva es tal que, según dicen distintas fuentes consultadas para esta nota, cuando se computan todos los impuestos que debería pagar una pyme, terminan siendo mayores que los ingresos. La reacción que tienen, entonces, muchos empresarios es no pagarlos todos y tener una parte de sus ingresos en negro.

Femenía dice que el problema es que la política no se pone de acuerdo en cuáles son las causas de la inflación y que, en consecuencia, no parece una política de Estado para combatirla. Y mientras se sigue con la emisión monetaria, hay restricciones que frenan inversiones.

"La demanda de dinero no se compensa y hace 10 años que la economía no crece. Eso genera un calentamiento en los índices. Necesitamos un acuerdo con políticas que permitan frenar el alza de precios, pero nadie quiere pagar el costo", agrega.

Entre los exportadores, el panorama no parece ser mucho más alentador. Cada vez que envían mercadería al exterior tienen la obligación de liquidar las divisas en un plazo de cinco días y al tipo de cambio oficial.

El año pasado, esa regulación significó una pérdida de 28 puntos porcentuales de margen. Esto es así porque el dólar se apreció un 22 por ciento, mientras que los costos, asociados en gran medida a la inflación, se movieron un 50 por ciento.

"Muchos creen que los exportadores estamos en el mejor de los mundos, pero no es para nada así. La inflación fue mucho mayor que la devaluación. Y el atraso cambiario nos va comiendo margen", señala el director financiero de una compañía dedicada al negocio del agro.

El ejecutivo destaca que con los niveles de inflación actual pierden todos. La compañía, porque se reducen sus márgenes de ganancia de manera significativa. Los empleados porque sus salarios no logran alcanzar la suba de precios.

Es un escándalo

"Con el dólar y las tarifas de servicios públicos seguimos teniendo niveles escandalosos de inflación. Y a medida que pasan los meses los pronósticos son cada vez más elevados, con los problemas que trae eso en la planificación", se quejan los empresarios.

El número uno de un banco de capitales nacionales señala que en enero habían elaborado un presupuesto con una inflación prevista del 50 por ciento. Sobre esa base hicieron las proyecciones del año. Pero al poco tiempo, la inflación ya se había ido al 60 por ciento y hubo que cambiar los planes. En el medio, el sindicato La Bancaria cerró paritarias con un 60 por ciento de aumento y, una vez más, hubo que revisar los números. Todavía no se llegó a mitad de año y con más de un 70 por ciento de inflación esperada hay que volver a ver las previsiones.

"En el negocio bancario tenemos, además, un problema extra. No podemos fijar libremente nuestros precios. Tasas y comisiones están reguladas por el Banco Central. Es un sistema muy rígido que nos dificulta la programación de ingresos y egresos. Y no estamos haciendo mucha alharaca con respecto a los balances, pero después de ajustar por inflación aproximadamente un tercio de los bancos argentinos pierde plata. Solo porque la tasa de interés está fijada por el Central", se queja.

La inflación alta volvió a la Argentina en 2007. Eso significa que desde hace 15 años los empresarios locales lidian con un problema que el resto del mundo parecía haber dejado atrás.

Diferente a lo conocido

"Pero la escalada que estamos viendo ahora es algo distinto. Es cierto que la inflación volvió a ser una preocupación en el mundo. Pero mientras en Estados Unidos corre al 8,3 por ciento, acá ya estamos hablando del 70", dice Pablo Dragún, director del Centro de Estudios de la Unión Industrial Argentina.

Sobre el alza de costos internacionales, agrega, no hay mucho que se pueda hacer. Sin embargo, sí se podría trabajar en un plan de estabilización creíble que trabaje sobre las causas internas de la inflación. "Hoy estamos en un contexto muy complicado. Durante años, la cobertura contra los incrementos de precios era cobrar en moneda dura, pero ahora esa solución ya no sirve, porque el tipo de cambio está muy controlado, pese al crawling peg. Los costos suben en pesos y en dólares y se están comiendo el margen de ganancia. Tener mercadería en la calle termina siendo problemático", agrega.

La inflación termina pulverizando la rentabilidad de las empresas. Y con márgenes cada vez más escasos en un contexto de incertidumbre se frenan inversiones. "Hay volatilidad en materia de costos, se debilita el poder adquisitivo de los salarios. Y aunque se pueden hacer proyecciones, nadie sabe cuán acertadas serán. Es muy difícil para la industria invertir y crecer en una situación como la actual", cierra Dragún. 

El texto original de esta nota fue publicado en el número 342 de la revista Apertura

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