Cómo Londres y EEUU se convirtieron en refugios para el dinero sucio

Tres libros examinan cómo y por qué los centros financieros de Gran Bretaña y EEUU respondieron a los desafíos del mundo de la posguerra asumiendo el papel de 'mayordomos' de los autócratas

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Cuando Liz Truss se levantó recientemente en el Parlamento para anunciar una "lista negra de oligarcas", la secretaria de Relaciones Exteriores del Reino Unido dijo que quería "una situación en la que no puedan acceder a sus fondos, su comercio no pueda fluir, sus barcos no puedan atracar y sus aviones no puedan aterrizar". 

Su discurso, junto con otros pronunciados desde el hemiciclo de la Cámara de los Comunes contra los oligarcas y sus asociados, fue sólo un ejemplo destacado de cómo el salvaje ataque de Vladimir Putin a Ucrania ha puesto en evidencia el fenómeno conocido como "Londongrad" (Londresgrado).

El cálido hogar que la clase dirigente británica y su sistema financiero le brindan al dinero sucio procedente de la esfera postsoviética y de otros lugares puede empezar a verse finalmente como la vergüenza y el delito que constituye.

 Tomemos como ejemplo a Dmitry Firtash, descubierto en 2006 como copropietario de la compañía que gestiona los envíos rusos de gas ucraniano y que durante mucho tiempo le dio a Moscú control sobre Kiev. Después de gastar dinero profusamente en desde casas de lujo hasta becas de Cambridge y donaciones políticas, el estatus social de Firtash en el Reino Unido parecía no tener límites -era agasajado por parlamentarios y estrechó la mano del Duque de Edimburgo- hasta que fue detenido en Austria por una acusación de corrupción por el FBI.

Muchos de los excelentes reportajes de la última década han revelado cómo las élites corruptas de todo el mundo lavan el dinero saqueado en Occidente. Sin embargo, la atención se ha centrado tanto en el saqueo como en el lavado. Los cómos y los porqués de la transformación de los países ricos en facilitadores de los autócratas -o en la poderosa metáfora de Oliver Bullough, "mayordomos"- no han recibido la atención que merecen. 

Una serie de nuevos libros se han propuesto cambiar eso y su momento, lamentablemente, no podría ser mejor, conforme el endurecimiento de las sanciones a los compinches de Putin se convierte en un arma de elección en la respuesta de Occidente a su agresión.

Mayordomos ingleses

En Butler to the World (Mayordomo del mundo), Bullough le llama la atención al Reino Unido. Jeeves, el imperturbable mayordomo de los cuentos sobre Bertie Wooster escritos por PG Wodehouse, muy querido por miles de lectores británicos y anglófilos, puede no ser un ángulo de ataque obvio. 

Pero la puntería de Bullough es excelente: "Tal y como lo escribió Wodehouse, es muy divertido, pero si te enfocás en las acciones de Jeeves en lugar de en su forma de hablar suave, terminás con algo extremadamente oscuro: un mercenario, un "apañador a sueldo". Y eso es justamente en lo que, según explica Bullough, se ha convertido Gran Bretaña al estar dispuesta a darles servicio a todos los interesados siempre que paguen lo suficiente.

Bullough se toma en serio sus metáforas, hasta el punto de matricularse en una escuela de mayordomos de verdad (lo expulsaron después de la clase de decoración floral, una vez que se descubrió que era un investigador de lavado de dinero). 

La mayordomía va mucho más allá de aceptar depósitos de los corruptos del mundo: se extiende a procurarles viviendas (palaciegas), a educar a sus hijos, a honrarlos de todas las maneras posibles, desde los derechos de denominación en las universidades británicas de categoría mundial hasta el mecenazgo real, así como a atender todas las necesidades menores que puedan necesitar los superricos.

Todo esto comenzó, según el muy legible relato de Bullough, con la desastrosa aventura militar de Gran Bretaña en Suez en 1956, cuando se unió a Francia e Israel para intentar acabar con la nacionalización del canal por parte de Egipto. Esto terminó en una humillación cuando la oposición estadounidense puso de manifiesto la impotencia estratégica británica en la posguerra. 

Su tesis es que, tras la retirada estratégica, la "mayordomía" se convirtió en la respuesta al reto del secretario de Estado estadounidense Dean Acheson de que Gran Bretaña había "perdido un imperio, pero aún no había encontrado un papel". El papel sería facilitar los flujos de dinero en todo el mundo, sin hacer preguntas.

Varios factores confluyeron para que esto sucediera. Bullough describe una City de Londres de posguerra decidida a aislarse de la regulación gubernamental, dispuesta a aceptar las innovaciones que supusieran un buen negocio para los financieros. También subraya cómo en un mundo de escasez de divisas -la retención de dólares fue el medio por el que Washington hizo que Londres renunciara a Suez- resultaba muy beneficioso permitir flujos de dinero transfronterizos que escapaban a las regulaciones nacionales

Para Bullough -cuyo libro anterior, Moneyland, exploraba la corrupción en el sistema financiero mundial- la aparición a mediados de siglo del sistema de eurodólares de las transferencias de dólares en el extranjero y del papel de mayordomo que fungía Gran Bretaña son dos caras de la misma moneda sucia.

Luego vino el desmantelamiento imperial. "Si Westminster era la cabeza del imperio británico", escribe Bullough, "la City de Londres era su corazón, bombeando dinero hacia las arterias financieras que se extendían a todos los continentes y a todas las ciudades del mundo". 

Según Bullough, la "mayordomía" vino al rescate de las finanzas británicas. Butler to the World contiene abundantes historias sobre cómo los puestos avanzados del imperio, desde las Islas Vírgenes Británicas hasta Gibraltar, se reinventaron como lugares para ocultar dinero o escapar de onerosas regulaciones.

El papel de Estados Unidos

American Kleptocracy (Cleptocracia estadounidense) escrito por el investigador de corrupción Casey Michel, le da a EEUU el mismo tratamiento que Bullough le da al Reino Unido. La lectura conjunta de ambos hace que uno sea un poco escéptico en cuanto a la tesis de Bullough de que el Reino Unido es el único país depravado que atiende al dinero sucio. 

Como muestra Michel, algunos de los paraísos fiscales más profundos del mundo son algunos estados de EEUU, incluyendo no sólo Delaware (inventor de la compañía fantasma, según el autor) sino también Nevada, Dakota del Sur y Wyoming.

Al igual que Bullough, Michel relata magistralmente los resultados tragicómicos que se producen cuando los autócratas extravagantes se encuentran con sistemas financieros y legales útiles, como el "dictator bling", Teodoro Nguema Obiang Mangue, hijo del detestable presidente de Guinea Ecuatorial y famoso por sus docenas de coches y barcos de lujo, sus amistades con estrellas del pop estadounidenses y su obsesiva colección de recuerdos de Michael Jackson.

Michel le da a Washington una valoración más mixta que a los gobiernos estatales, lo que en este contexto es un cumplido relativo. Pero Washington también es culpable de dejar demasiadas lagunas en leyes contra el lavado de dinero, por lo demás decentes, para una serie de transacciones y profesiones, la más notoria de las cuales es la inmobiliaria. 

Sólo un ejemplo del libro de Michel: en "Trump SoHo -la construcción neoyorquina más relacionada con toda la familia Trump- un asombroso 77 por ciento de las ventas de unidades fueron a compradores que encajaban en los perfiles de lavado de dinero".

Estos dos libros no le dejarán lugar a dudas a ningún lector de que en EEUU y el Reino Unido hay una gran clase de "facilitadores", o proveedores de servicios como banqueros, abogados, agentes inmobiliarios, contadores y asesores de relaciones públicas necesarios para darle un buen hogar al dinero sucio. 

Los facilitadores

Ese término da título a otro libro de este género, Enablers (Facilitadores), en el que la clase financiera internacional recibe un regaño por parte de Frank Vogl, experiodista económico y asesor de comunicación de instituciones financieras que lamenta en qué se han convertido las profesiones a las cuales les ha dedicado su vida.

La clase facilitadora estadounidense puede ser la más peligrosa, dada su influencia en la política de un país más poderoso. Pero EEUU tiene héroes exitosos según el relato de Michel. Desde el difunto senador Carl Levin, que incluyó disposiciones contra el blanqueo de capitales en la Ley Patriótica tras el ataque del 11 de septiembre, hasta los tenaces investigadores que rastrearon el dinero de Obiang y una unidad del Departamento de Justicia para confiscar los activos de los cleptócratas. Más recientemente, una votación bipartidista en el Congreso prohibió las compañías fantasmas anónimas el año pasado, y el gobierno de Biden se ha comprometido con una agenda anticorrupción.

Los héroes de Bullough, en cambio, son pocos y mucho menos poderosos que los de Michel: diputados sin cartera y sin el personal del que gozan los legisladores estadounidenses, o reguladores con pocos recursos. Bullough argumenta con acierto que hay algo especialmente propicio para la "mayordomía" en la peculiar configuración de Gran Bretaña. Los códigos sociales no escritos del país; la solidaridad exclusiva de su clase alta y la obsesión tácita por el dinero, la tradición del derecho consuetudinario y la resistencia a las normas codificadas, todo conspira para frustrar las medidas enérgicas o incluso la voluntad de tomarlas.

En la élite financiera británica, "los hombres no les dicen a otros hombres cómo deben comportarse", escribe el autor. Y así, las viejas peculiaridades de la legislación británica, desde las sociedades limitadas escocesas hasta los procesos penales privados, se convirtieron en instrumentos perfectos para que los ladrones ocultaran su dinero y silenciaran a sus críticos.

Bullough y Michel merecen ser elogiados por ir más allá de moralizar y señalar cómo una industria orientada a facilitar la corrupción no sólo es desagradable, sino que puede perjudicar las perspectivas económicas reales de un país. En su relato, Michel muestra cómo las fábricas abandonadas del "cinturón del óxido" estadounidense se convirtieron extrañamente en conductos para el lavado de dinero sucio

Se aparecieron inversionistas jóvenes de una comunidad judía ortodoxa de Miami, carentes de experiencia industrial o empresarial, pero repletos de dinero que, según las autoridades estadounidenses, procedía de la corrupción ucraniana. Compraron plantas y edificios de procesamiento de metales por mucho más de su valuación en comunidades remotas y desesperadas por inversión exterior.

Pero esas comunidades languidecieron porque los nuevos propietarios se mostraron indiferentes al desarrollo; lo único que necesitaban era la seguridad y la discreción que ofrecían las oscuras posesiones de tierras y propiedades estadounidenses.

El ataque a Ucrania demuestra que las industrias facilitadoras de EEUU y Gran Bretaña (aunque no son las únicas) son claramente un riesgo para la seguridad internacional. Es sobrecogedor que tenga que haber una guerra en Europa para que los políticos se den cuenta de esto. Más mérito tienen los escritores que siguen levantando el velo sobre las partes indecorosas de la industria de los servicios financieros y nos instan a todos a no apartar la vista. Hay indicios de que los gobiernos han comenzado a ponerle fin a su adicción a las entradas de dinero sucio.

Al leer estos libros, uno se da cuenta de que todavía estamos muy lejos de ello, a pesar de las sanciones actuales. Este lector, al menos, no creerá que las cosas han cambiado hasta que lo vea.

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