El doble discurso de Fernández y su capitalismo "a la violeta"

"Que nadie se confunda. No vengo a renegar del capitalismo", alardeó el presidente Alberto Fernández ante sus pares del G-20, en Roma. Aunque todo indica que una vez más la Argentina busca vender "gato por liebre" puertas para adentro sin quedar mal con los de afuera, el Gobierno ha tomado un riesgo al decidir llevar hacia adelante la negociación con el Fondo Monetario sin que se cuele la palabra ajuste y probablemente ha convencido a sus autoridades que todo lo que se escuche de ahora en más serán fuegos artificiales porque ésa es la única manera de tener tranquila al ala más radicalizada del Frente de Todos. El criticado giro de Martín Guzmán hacia posiciones confrontativas que incluyeron una mención a la "soberanía", sin pensar en las concesiones que el Gobierno hace a los mapuches en zona de frontera y otra de triste recuerdo sobre la posición "antiargentina" de algunos opositores fue en ese mismo sentido.

Ahora, es el gobierno de Fernández el que hace una jugada que a la postre podría resultar, más allá del ahorro objetivo de dólares, de pura ganancia de imagen interna siempre y cuando consiga convencer a todas las partes con argumentos francamente contradictorios, para lo cual necesita de mucha suerte. Si se confronta el discurso que el Presidente pronunció frente a la militancia el jueves pasado en Morón para cantarle loas al modo en que su antecesor, Néstor Kirchner, cerró la relación con el Fondo Monetario pagándole la deuda y el que hizo dos días después en la capital de Italia se nota claramente que hay un abismo en el modo de definirse "capitalista" frente al público partidario más radicalizado y frente al G-20. Dos sombreros para una estrategia.

Silencio ante el doble discurso

Salvo algo demasiado grueso entre las superpotencias, en esas reuniones nadie refuta nada de los discursos de cada par, sobre todo cuando lo que se escucha llega de boca del Presidente del patito feo de la reunión, el país que más le debe a todos los demás. Lo que parece seguro es que la inteligencia de las otras naciones sentadas a la mesa a la que llevó Carlos Menem a la Argentina en 1999 tiene en claro que la profesión de fe presidencial no se condice con los graves tironeos de la interna local y que Fernández apela obligado al uso de los dos discursos como una forma de ver si puede repechar la cuesta, trabado como está por sus propios socios políticos y por la terrible imagen que él y su gobierno presentan ante la opinión pública que se ha manifestado en el castigo de las PASO.

Más allá de esta jugada de ajedrez, que desde el lado del Instituto Patria aún se mira con gran desconfianza como si la dupla Fernández-Guzmán fueran "topos" del enemigo, resulta inconcebible observar cómo el ombligo argentino es más grande que la necesidad de encauzar la situación económico-social que abruma a toda la sociedad. El Gobierno sigue empeñado en mezclar la realidad local, llena de necesidades electorales, con la mendicante presencia de la Argentina en el mundo y así el Presidente usó la vidriera del G-20 para bajar línea y se despachó contra Mauricio Macri y el Fondo Monetario de 2018, como si hoy el organismo fuese diferente. Tiene otros gerentes, pero los accionistas son los mismos.

A sus pares del G-20, el Presidente no podría haberles dicho "miren lo que hago, sino lo que digo", como alguna vez señaló Néstor Kirchner, sino exactamente todo lo contrario porque hay una serie de elementos que dificultan la comprensión del resto del mundo, debido a que el actual oficialismo pone a diario sobre la mesa medidas que poco tienen que ver con el capitalismo declamado: amor irrefrenable por el Estado, un gasto insoluble para mantenerlo grande y fofo, presión tributaria que inhibe a la actividad privada e impide la creación de empleo, emisión creciente, cepos de todo tipo, atraso cambiario, congelamiento de precios y de tarifas, etc. etc. etc.

Así, toda la batería de regulaciones habidas y por haber instalan al Presidente en un lugar incómodo, situación que es probable que los líderes mundiales puedan comprender, aunque finalmente no crean en el capitalismo "a la violeta" (de apariencias, sin sustento y con olor florido, tal como definió en 1772 el autor de la expresión) que ha manifestado Fernández, ya que es probable que duden de la vocación de afrontar los eventuales compromisos con responsabilidad, con los Estados Unidos en primera fila por más foto con Joe Biden que se tenga.

Los tropiezos objetivos que existen con el gobierno de los Estados Unidos se pusieron en franca evidencia al momento de escuchar los dichos del futuro embajador, Marc Stanley, frente al Senado. 

En su frase más promocionada el hasta ahora abogado y nunca diplomático estadounidense dijo que "la Argentina es un hermoso autobús turístico cuyas ruedas no funcionan correctamente" y explicó qué habría que hacer para que eso suceda según los gustos de la Administración Biden: que la Argentina presente un programa ("dicen que pronto llegará uno", dijo socarronamente), que no mire tanto a China (el tema 5G es la clave) y que deje de apoyar a regímenes que vulneran los derechos humanos (Cuba. Venezuela y Nicaragua). De inmediato, Oscar Parrilli salió a castigarlo por la injerencia en asuntos internos: "a (Spruille) Braden ya le ganamos", rememoró.

Menos diplomático que Stanley estuvo hace unos días desde lo técnico el ex Fondo, Alejandro Werner, argentino de nacimiento y uno de los negociadores del préstamo de 2018, avezado conocedor del mecanismo del FMI por su larga trayectoria en el organismo: "cualquier arreglo va a durar cuatro meses, ya que no va a pasar la primera revisión. La Argentina no va a pagar", sentenció aunque su parecer está condicionado porque es uno a los que apunta el Presidente cuando ante el G-20 dijo que "no hay inocentes en esa historia. Son tan responsables los que se endeudaron sin atender las ruinosas consecuencias sobrevinientes, como los que dieron esos recursos para financiar la fuga de divisas en una economía desquiciada".

La inconveniencia de lavar los trapos sucios fuera de casa y de criticar al organismo cuyos jefes máximos son los mismísimos presidentes que estaban junto a él metiéndolos en un tema francamente menor para todos ellos sobre el que no van a opinar, ha sido un bochorno diplomático aunque seguramente la verborragia presidencial ha tenido que ver con un futuro argumento electoral para quienes quieran creerlo y difundirlo puertas adentro: "el Presidente los corrió y nos van a bajar la tasa", se dirá.

El discurso contra Macri que ya viene de antes, pero que expresó Fernández en Morón y luego reiteraron Máximo Kirchner y regimentadamente los candidatos y difusores de ocasión en medios y redes sociales, toma como base cierta que el FMI abultó la cifra acordada como una forma de prestarle apoyo político al ex presidente, aunque derrapa cuando sostiene que buena parte del monto salió del país bajo el eufemismo de "fuga de capitales". Sin embargo, dicho relato omite prolijamente dos cuestiones centrales: a) que buena parte de la cifra tomada fue para cancelar deuda contraída anteriormente, buena parte de ella por la administración de Cristina Fernández y b) que la alternativa era emitir (o deuda o directamente pesos), una suerte de adelanto de la tensión inflacionaria que hoy se vive y que ha obligado al Gobierno a tomar medidas de extremo control.

Al respecto, la hoja de ruta que implementó de apuro el nuevo secretario de Comercio, Roberto Feletti, se da de patadas con cualquier postulado del G-20, aunque la estrategia podría ser entendible en un marco de freno a la inercia inflacionaria. Sin embargo, el modo ideológico en que se le plantearon las cosas a los empresarios desnuda dos aspectos bastante claros de la situación: 1) que los precios máximos han sido una medida de represión condimentada por la necesidad política de sacarse de encima la responsabilidad de ser el culpable; 2) que es difícil convencer a los intendentes y gobernadores de ir contra los comercios, ya que sus dueños también votan y 3) que el control ha sido impuesto manu militari, sin consenso ni negociación, a contramano de la convocatoria que el Gobierno piensa hacer después de las elecciones.

En su afán de tener siempre apuntados a los demás como los chivos expiatorios de todos los males, sin hacer nunca cargo de ningún error y buscando siempre el costado político para sacar ventaja, ahora las autoridades le han hecho creer al público interno (y sobre todo a la militancia y los dirigentes del Frente de Todos que desaprueban cualquier acercamiento con el Fondo Monetario Internacional con un "no me voy a arrodillar" de Fernández bastante dramático) que una de sus peleas con el organismo era por las sobretasas que cobra el organismo sobre el monto de todo crédito que supere 185 por ciento de la cuota, unos 1.200 millones de dólares al año.

Lo real es que la cosa venía conversada en ese sentido y ahora mismo se la presenta como un logro de la Argentina. En verdad, había consenso para hacerlo como no la hay para estirar plazos de los créditos (otro pedido argentino) y Guzmán aprovechó la situación para adjudicarse como una diana a su favor que se incluya en el documento final la necesidad de discutir el asunto de las sobretasas, aunque su resultado todavía es una instancia a verificar. Desde este momento y hasta las elecciones, el repiqueteo sobre el "triunfo conseguido" será constante, aunque se supone que después se volverán a acomodar las cosas. Con una brecha de 100 por ciento entre los tipos de cambio y casi sin reservas líquidas, para dejar de ser el último orejón del G-20 la única verdad será la realidad y aún con doble discurso, la Argentina deberá adecuarse.

Temas relacionados
Más noticias de G20
Noticias de tu interés

Compartí tus comentarios

¿Querés dejar tu opinión? Registrate para comentar este artículo.