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Larry Fink, de BlackRock: el hombre de los u$s 10 billones que se convirtió en el rey de Wall Street

En 30 años logró convirtir a BlackRock en el mayor gestor de dinero -más de u$s 9,5 billones en activos- que ha visto el planeta. Pero, ¿debe una empresa ejercer tanto poder?

El 16 de abril de 2009, Rob Kapito fue al Yankee Stadium, donde el orgullo de Nueva York se enfrentaba a los Cleveland Indians. La economía estaba en ruinas, después de que la crisis hipotecaria de Estados Unidos hubiera sacudido el sistema financiero mundial, y muchos en Wall Street estaban desesperados por distraerse.

Pero Kapito tenía una misión secreta que no sólo transformaría la fortuna de su empleador, el grupo de inversión BlackRock, sino que cambiaría la cara de la industria financiera. Bob Diamond, director general de Barclays Capital, estaba viendo el partido desde su palco corporativo y Kapito necesitaba una charla urgente y discreta con su viejo amigo.

A principios de 2009, Barclays estaba luchando por conseguir dinero y evitar el rescate del gobierno británico. Eso significaba que estaba abierto a vender las joyas de la familia, incluida su pionera rama de gestión de activos Barclays Global Investors.

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Barclays debería vender todo BGI a BlackRock, dijo Kapito, a cambio de una gran cantidad de dinero y acciones de la empresa combinada. De ese modo, Barclays obtendría el capital que necesitaba y seguiría disfrutando de una participación en su rama de gestión de activos a través de un bloque sustancial de propiedad en BlackRock, que se transformaría en un gigante del mundo de la inversión.

Dos meses más tarde, el acuerdo -por u$s 13.500 millones en ese momento- se selló y se anunció al mundo.

BlackRock se ha convertido en el mayor gestor de activos del planeta, invirtiendo el dinero de todos, desde los pensionistas hasta los oligarcas ricos y los fondos soberanos. En la actualidad, es uno de los mayores accionistas de prácticamente todas las empresas importantes de EE.UU., y de varias a nivel internacional. También es uno de los mayores prestamistas de empresas y gobiernos de todo el mundo.

A finales de junio de este año, BlackRock gestionaba u$s 9,5 billones en activos. Suponiendo que su reciente ritmo de crecimiento haya continuado, BlackRock podría revelar en sus resultados del tercer trimestre, el 13 de octubre, que la cifra ha superado la marca de los u$s 10.000 billones. Para fines de año, es probable que haya superado ese nivel.

Para ponerlo en contexto, equivale aproximadamente a todo el sector mundial de los fondos de cobertura, los fondos de inversión y el capital riesgo combinados, y ha catapultado a Fink, ahora de 68 años, de ser un muy apreciado jefe de la industria financiera a las raras filas de ejecutivos corporativos a los que se los llama por su nombre de pila.

Hoy, "Larry" es el rey indiscutible de Wall Street. Tras fundar una pequeña casa de inversión en bonos hace apenas tres décadas, ha conseguido convertirla en un vasto imperio financiero. Sin embargo, el poder ha traído consigo un creciente escrutinio. BlackRock se ha convertido en un pararrayos para las críticas tanto de la izquierda como de la derecha política.

Ser un titán de las finanzas no estaba escrito en las estrellas de Fink. Su padre tenía una zapatería y su madre era profesora de inglés en el campus de Northridge de la Universidad Estatal de California. A Larry no le fue tan bien académicamente como a su hermano mayor, así que tuvo que ayudar en la tienda de su padre.

Fink no cursó estudios empresariales hasta su último año en la UCLA, cuando por capricho se inscribió en unas clases de real state y se enganchó. Pero el sueño de desarrollador inmobiliario se desvaneció tras un MBA en la escuela de negocios de la UCLA. Como muchos jóvenes brillantes de la época, sin una idea clara de lo que querían hacer, salvo ganar dinero, Fink se pavoneó en Wall Street.

Recibió varias ofertas de los principales bancos de inversión, pero para su disgusto fracasó en la entrevista final con Goldman Sachs. "Me sentí desolado, pero acabó siendo la bendición de las bendiciones", me cuenta Fink. En su lugar, se fue a First Boston, otra empresa con pedigrí, donde empezó a trabajar en 1976. Lo asginaron en el departamento de negociación de bonos y, dados sus conocimientos inmobiliarios, se dedicó principalmente a negociar bonos respaldados por hipotecas. Demostró tener un talento poco común y en 1978 ya dirigía el departamento. Allí creó una unidad muy unida, trabajadora y ferozmente leal a su alrededor.

Fink se convirtió en el director general más joven de la historia de First Boston. Con sólo 31 años, fue nombrado el miembro más joven de su comité de dirección. El cielo parecía el límite.

Pero entonces el cielo se vino abajo. En 1986, la oficina de Fink perdió repentinamente unos u$s100 millones cuando las tasas de interés cayeron inesperadamente y las coberturas que su equipo había establecido para protegerse contra ese escenario se esfumaron. Fink pasó de ser un director general en ciernes a un paria, hasta que acabó renunciando a principios de 1988.

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Sin embargo, las lecciones de esa humillación resultaron muy valiosas. Algunos años antes, Fink se había hecho amigo telefónico de Ralph Schlosstein, un banquero de inversión de Shearson Lehman Hutton. Una noche de marzo de 1987, coincidieron en el mismo vuelo de Washington a Nueva York y cenaron juntos. La cena fue decisiva.

Hablaron sobre todo de la insatisfacción con sus trabajos y del deseo de empezar algo nuevo. Empezaron a esbozar planes para una empresa que modelara valores financieros, los agrupara en una cartera y analizara mejor todos los riesgos que contenían.

Pocos días después de renunciar formalmente a First Boston, Fink invitó a un grupo selecto a su casa para discutir la nueva empresa. De First Boston vinieron Kapito, la mano derecha de Fink en la oficina de operaciones hipotecarias; Barbara Novick, Ben Golub y Keith Anderson. De Shearson Lehman, Schlosstein trajo a Susan Wagner y Hugh Fraters. Juntos, decidieron crear una nueva empresa de inversión en bonos basada en una tecnología moderna y una gestión de riesgos más sólida.

Todavía necesitaban dinero para lanzarse, así que Fink sacó su Rolodex. Se puso en contacto con Steve Schwarzman y Pete Peterson, dos antiguos banqueros de Lehman cuya empresa, Blackstone, estaba encamino a convertirse en una estrella emergente del sector de capital riesgo. Blackstone aceptó albergar la nueva empresa en sus oficinas y financiarla con un préstamo de u$s 5 millones, a cambio de una participación del 50%. Dada la marca emergente de Blackstone, Fink y Schlosstein decidieron unirse a ella, llamando a su nueva empresa Blackstone Financial Management (BFM).

BFM tuvo un buen comienzo, gracias a sus conexiones doradas. En sus primeros seis años, la empresa gestionó unos u$s 23.000 millones, y a los ocho socios fundadores se sumaron unos 150 empleados. El mercado de bonos estaba de racha y los planes de pensiones se sentían atraídos por el pedigrí de Fink y su equipo.

Sin embargo, la empresa se encaminaba hacia una dramática ruptura con Blackstone. Fink había atraído a muchos de los nuevos empleados ofreciéndoles partes de capital, algo que diluyó gradualmente la propiedad de Blackstone y enfureció a Schwarzman. Frustrado, Fink acabó resolviendo que BFM y Blackstone necesitaban el divorcio.

A los fundadores les encantaba el nombre "BlackRock". Apelaron a Schwarzman y Peterson, señalando que la escisión de Morgan Stanley de JPMorgan en la década de 1930 habí abeneficiado a ambas empresas. A Peterson y Schwarzman les encantó la idea de BlackRock como homenaje a Blackstone, y bendijeron el nuevo nombre.

En 1994, Blackstone vendió finalmente su participación en BlackRock por u$s 240 millones al banco PNC de Pittsburgh, que integró todas sus operaciones de gestión monetaria en BlackRock y acabó cotizando en Bolsa. Pero la salida a Bolsa fue un fracaso. La cotización organizada por Merrill Lynch valoró a BlackRock en menos de u$s 900 millones, mucho menos de lo esperado.

Una vez que la burbuja bursátil de las puntocom estalló, el negocio de BlackRock, orientado a los bonos, brilló con más fuerza, atrayendo a los inversores que buscaban estabilidad y comisiones cuantiosas y constantes. Eso significaba que ahora podía utilizar sus propias acciones como moneda de cambio para comprar rivales, creciendo a través de adquisiciones en lugar de limitarse a golpear las puertas de los clientes o a crear nuevos equipos desde cero. BlackRock utilizó su cotización en bolsa para pasar de ser una reducida casa de inversión en bonos a convertirse en la mayor gestora de dinero del mundo.

La primera operación verdaderamente transformadora llegó unos años después.

En 2006, Fink, con buenos contactos, se enteró de que el nuevo director general de Merrill Lynch, Stan O'Neal, estaba abierto a la idea de vender la extensa rama de gestión monetaria del banco de inversión. Intrigado, organizó un desayuno en un restaurante del Upper East Side. En 15 minutos, los dos tenían los contornos de un acuerdo, y firmaron el menú para conmemorar un acuerdo provisional. Juntos, BlackRock y Merrill Lynch Investment Managers constituirían un coloso con casi u$s 1 billón en activos gestionados.

El temple de Fink se puso a prueba poco después de la adquisición de MLIM. Inicialmente, minimizó los peligros más amplios del problema de las hipotecas subprime. Pero la empresa sorteó el caos subsiguiente mejor que muchos otros grupos de inversión, gracias en parte al crecimiento de su negocio de "Soluciones", que se había ampliado mucho más allá de ofrecer Aladdin a clientes externos.

Todo el mundo, desde los rivales de Wall Street hasta los bancos centrales extranjeros y el propio gobierno de EE.UU., pedía ayuda para analizar los valores tóxicos que habían estado a punto de hundir el sistema.

Los prestigiosos mandatos de BlackRock para ayudar al Tesoro de EE.UU. y a la Reserva Federal a resolver los daños de la crisis financiera provocaron quejas sobre la cercanía de la empresa al poder. El creciente alcance de Aladdin también inquietó a algunos reguladores, que se preocuparon cada vez más por el hecho de que tantos inversores diferentes utilizaran la misma plataforma de análisis de riesgos, y por la posibilidad de que eso condujera a una peligrosa uniformidad de opiniones. Pero fue el acuerdo de 2009 para adquirir Barclays Global Investors, lo que impulsó a Fink a la cima de Wall Street.

Hoy en día, las ganacias de BlackRock son más grandes que los de Apple o Google, y su valoración en Bolsa es de unos u$s 126.000 billones, más que Goldman Sachs y que los valores combinados de sus competidores TRowe Price, Franklin Templeton, Invesco, Janus Henderson, Schroders y State Street.

BlackRock, Vanguard y State Street son, por lejos, los mayores proveedores del mundo de vehículos de inversión pasivos y basados en índices, ya sean fondos de inversión tradicionales que se ajustan a los índices de referencia o fondos cotizados (ETF) que pueden comprarse y venderse en el día. El cambio inexorable hacia estos fondos ha otorgado a los llamados Tres Grandes del sector una enorme influencia en muchos consejos de administración de las empresas.

En realidad, llamar a los Tres Grandes es un término equivocado. En la práctica, existe un duopolio emergente [con Vanguard], y la posición de liderazgo de BlackRock lo ha convertido en blanco de todo el espectro político.

A principios del año pasado, Fink anunció que BlackRock pondría la sustentabilidad en el centro de sus decisiones de inversión, adoptando la tendencia del sector de tener en cuenta las cuestiones medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG). Pero para los de la izquierda, las promesas de BlackRock no fueron lo suficientemente lejos.

Fink argumenta que tener en cuenta las ESG es simplemente una buena administración del dinero de los clientes, dada la crisis climática. También me dice que, a pesar del tamaño de BlackRock y de sus mayores rivales, la gestión de activos sigue estando menos concentrada que muchos sectores como el tecnológico o el minorista. Si hubiera consenso en que el tamaño de su empresa está teniendo un efecto nocivo en el gobierno corporativo, dice que podría abordarlo dividiendo las participaciones en entidades legales separadas y más pequeñas, cada una con sus propios equipos de investigación y administración. "Si la sociedad cree que esto va a ser un gran problema, es solucionable", dice Fink. "Y podría seguir ofreciendo transparencia, comodidad y precios [bajos]".

Sin embargo, incluso entre algunos colegas financieros hay murmullos sobre la creciente influencia de BlackRock.

Un gran número de antiguos funcionarios del gobierno trabajan en BlackRock, y otros se han marchado para ocupar puestos de gran importancia en la administración Biden. Para algunos críticos, BlackRock es el nuevo Goldman Sachs, el banco de inversión que una vez fue tan influyente que a veces se le llamó "Government Sachs".

¿Significa esto que el reinado de Fink en la cima del ecosistema financiero está en peligro? Salvo que se produzca un cambio épico en los vientos políticos o financieros, es difícil ver qué podría hacer retroceder el crecimiento de BlackRock, y los que conocen a Fink no tienen la sensación de que se esté ralentizando. Ahora que su sueño de convertirse algún día en secretario del Tesoro se ha desvanecido, dada la aversión bipartidista de Washington a los magnates de Wall Street, Fink podría acabar manteniendo sus manos en el timón de BlackRock durante años.

Pero de los ocho fundadores, sólo Fink, Kapito y Golub permanecen ahora en la dirección, y los conocedores pasados y presentes se preguntan qué ocurrirá cuando Fink abandone finalmente la empresa que fundó hace apenas tres décadas.

"Larry era asombroso por el nivel de detalles que conocía. No me gusta, pero es un hombre de negocios fenomenal, y vive para BlackRock", observa un antiguo alto ejecutivo. Cuando se vaya será como cuando Alex Ferguson dejó el Manchester United...".Es imposible exagerar cómo el viaje de BlackRock es el viaje de un solo hombre".

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