Tarjetas de crédito, hijos, amor y autos caros: los peores errores financieros, según los columnistas del FT

Diez periodistas del Financial Times se ponen personales, sobre sus costosas equivocaciones económicas.

Como parte de nuestra campaña de educación financiera e inclusión del Financial Times, algunos de nuestros expertos explican cómo aprendieron por las malas...

'¿QUÉ TENÉS EN CONTRA DEL DINERO GRATIS?'

Pilita Clark, columnista de negocios

Cometí uno de mis primeros y peores errores financieros cuando conseguí un trabajo en un periódico de una gran ciudad a los veinte años. Con la emoción de haber sido contratada, nunca se me ocurrió adherir al plan de pensiones de la empresa.

Todavía recuerdo a un compañero que me miró estupefacto cuando se dio cuenta de mi descuido. "¿Qué tenés en contra del dinero gratis?", me preguntó.

Tenía razón. El plan era sorprendentemente generoso comparado con los actuales y bastante mejor que cualquier plan de jubilación del sector al que me incorporé unos años más tarde.

El periódico igualaba los aportes de los empleados y, aunque al principio me pagaban una miseria, mi salario aumentó con los años hasta el punto de que acabé ahorrando una cantidad de dinero nada desdeñable.

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Mi marido, que tiene mi edad y también es periodista, presume con frecuencia de la buena decisión que tomó al adherirse en cuanto pudo al plan de pensiones de su periódico.

Hoy en día, podría estar protegida por iniciativas como la obligación de las empresas de inscribir automáticamente a sus empleados a un plan de pensiones. Pero estas normas no son universales. Con independencia de la edad que se tenga, siempre vale la pena tomarse en serio este tipo de cosas.

Mensaje importante: leer la letra pequeña

Brooke Masters, comentarista jefe de negocios

Cuando escribía sobre regulación, tuve que cubrir un enorme escándalo en el sector de los fondos de inversión de Estados Unidos. Varias gestoras de inversión sin escrúpulos habían llegado a acuerdos secretos que permitían a los fondos de cobertura comprar y vender rápidamente acciones de sus fondos. Esta práctica desviaba los rendimientos de los inversores.

Como aficionada a invertir a largo plazo, sentí indignación al conocer los detalles, más aún cuando resultó que yo tenía acciones en varios fondos que habían estado implicados. Ya era bastante negativo que yo estuviera entre los millones de víctimas, pero todavía fue peor descubrir que el grupo asegurador que recomendó estos fondos también se enfrentó a sanciones de los organismos de control estadounidenses por no informar a sus clientes de que dirigía su dinero hacia fondos con mayores comisiones. La conclusión más importante es que conviene leer siempre la letra pequeña y preguntar a nuestro asesor si detrás de sus recomendaciones hay un interés personal. Al final somos nosotros los únicos que velamos por nuestros intereses.

Cómo me metí en un embrollo financiero por amor

Isabel Berwick, columnista de empleo

Tardé un par de años y un préstamo bancario a tasas de interés abusivas (a principios de los '90) en saldar una deuda de cientos de libras que contraje durante una breve relación con un hombre muy agradable.

En aquel entonces yo era una periodista recién titulada, con un sueldo de 13.000 libras, que no estaba nada segura de haber hecho bien en abandonar el mundo académico. Cubrí mi apuesta profesional estudiando un máster y pasando todos los fines de semana en las bibliotecas. Después de poner fin a una larga relación que terminó en infidelidad (por parte de él), este hombre agradable me llevó a recorrer Londres. íbamos en taxi a todas partes. Comíamos en los mejores restaurantes. En una ocasión me lo encontré en un bar de vinos trabajando con una notebook. Era una visión tan extravagante que todo el bar lo estaba mirando. Nunca pensé que lo que estaba haciendo se convertiría en una moda.

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Tenía un trabajo bien remunerado en la televisión y no me paré a pensar en el hecho de que ese tren de vida arruinaría mi economía. Me estaba divirtiendo demasiado.

Cuando la relación terminó (amistosamente), las secuelas me hicieron entrar en razón. Connseguí madurar y durante muchos años trabajé de periodista especializada en las finanzas personales.

He de confesar que, a pesar de la experiencia, no me arrepiento ni por asomo de esa loca temporada.

¿Por qué todavía sigo pagando las cuotas de esa mesa?

Claer Barrett, redactora de consumo

En 2003, poco después de trasladarme al piso que había comprado, rompí con mi novio. La compra del piso fue uno de los factores que influyeron en mí a la hora de romper, pero comprarlo con él habría sido todo un error económico. Aun así, él se quedó con la mesa, y yo volví a Ikea.

La nueva mesa que seleccioné me costó unas 250 libras. En mi época de salidas nocturnas de soltera, cuando llegaba a casa, me tiraba al suelo y agarraba las patas de la mesa para evitar, sin éxito, que la habitación siguiera dando vueltas. A la hora de pagar las cuotas, era cuando se me pasaba el mareo.

En Ikea, me habían convencido de adquirir una tarjeta para pagar poco a poco la mesa. Como incentivo, me concedieron un descuento del 10% en mi primera compra. Era una oferta tentadora, aunque lo que no llamaba tanto la atención era la letra pequeña, donde explicaban que, por la tarjeta, había que pagar unos intereses superiores al 20%, y que la cuota mínima mensual era de unas siete libras al mes.

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Años más tarde, un día me pregunté 'por qué diablos seguía pagando la mesa'. Cuando accedí a los extractos online, me di cuenta de los intereses que había pagado no sólo habían anulado el descuento inicial, sino que habían sumado unas cien libras al costo total.

Me enojé conmigo misma por haber caído en esta trampa, pero aprendí una valiosa lección: paga siempre las deudas de tus tarjetas de crédito a final de mes.

Si con 21 años pides 3000 libras en una tarjeta de crédito y solo pagas la cuota mínima, podrías tener casi 50 cuando acabaras de pagar la deuda (y habrías pagado más de lo que te concedieron en intereses). Eso en caso de que la tasa de interés de la tarjeta fuera el normal, del 20%; si tu historial crediticio no es bueno, la tasa de interés podría rondar el 50%.

Las tarjetas de crédito pueden ser una herramienta financiera útil, pero las deudas adquiridas en el hedonismo de los veinte años pueden seguir ahí mucho después de haber cumplido los treinta. Las empresas de tarjetas utilizan todo tipo de ofertas para hacernos gastar dinero en cosas que ni siquiera necesitamos.

¿Y la mesa? Después de haberla pagado, contra todo pronóstico, sigue ocupando un puesto de honor en mi salón, después de dieciocho años.

La atracción fatal de un enorme televisor negro

Matthew Vincent, redactor, FT Project Publishing

Dicen que cuatro ojos son mejor que dos. Salvo en el caso de que los cuatro pertenezcan a na pareja de jóvenes periodistas financieros que comparten piso.

Desesperados por ver los penales de Inglaterra en pantalla grande, pero sin efectivo para ello, acudimos a una tienda de alquiler de televisores (imaginen cuánto tiempo hace de eso). Tras haber estampado nuestras firmas, nos encontramos con una enorme tele negra que, sin saberlo nosotros, estaba sujeta a unas condiciones de crédito desorbitadas.

Tres años después, probablemente habíamos pagado lo suficiente como para haberla comprado varias veces. Afortunadamente, por entonces ganábamos lo suficiente como para comprarnos un piso cada uno (imaginen cuánto tiempo hace de eso). Así que devolvimos el aparato a la tienda de alquiler, y nuestra estupidez quedó relegada a la historia. O eso es lo que pensamos.

"Si alguna vez debéis algo a alguien", dijo.

Sarah O'Connor, columnista de empleo

El único consejo financiero que recuerdo haber recibido vino de mi profesor de tecnología el último día de clase. Tal vez le produjera cierta ansiedad pensar que las alumnas de 16 años que tenía enfrente iban a entrar en el mundo real, y que lo único que nos había enseñado era cómo soldar.

"Escuchen todas -dijo-. Si alguna vez debéis algo a alguien, pero no tenéis dinero, les cuento lo que tienen que hacer: firmen un cheque, pero no pongáis la fecha correcta. Probablemente, no se den cuenta enseguida, y eso les concederá algo más de plazo".

¿Un consejo sensato? Probablemente no, pero aún lo recuerdo, a diferencia de cómo soldar.

El abrumador costo de tener hijos

Lucy Kellaway, escritora de Financial Times

¿Mi peor decisión económica? Fácil: tener cuatro hijos.

Fue una catástrofe económica, pero esa misma afirmación tiene también su moraleja: aunque la economía es muy, muy importante, no es lo único en la vida. Y aún sigo sin lamentarlo.

Las cartas siempre predicen pérdidas

Paul Lewis, presentador de BBC Money Box

Cuando tenía 15 años, fui a Londres solo -una hora de tren desde Maidstone- con un billete de cinco libras, que en aquel momento era mucho dinero. Caminaba por Oxford Street cuando vi unos hombres con unas cajas y unas cartas, haciendo trucos. "Qué fácil -pensé-. Yo sí puedo adivinarlo", así que puse mis cinco libras...y por supuesto, las perdí. Fue todo un desastre para mí, pero desde entonces no he vuelto a jugar. De hecho, tengo una aversión considerable al juego, y a su actual propagación en nuestra sociedad. Fue una buena lección, aunque en aquel momento no me di cuenta.

Mi punto débil de cuatro ruedas

Ken Okoroafor, Columnista de Financial Times

Mi mayor equivocación económica fue comprarme un coche carísimo -un Mercedes coupé C-200- para encontrar pareja. Fue un desastre. No paré de cortar una relación tras otra y, económicamente, fue lo peor que he hecho. Cuando vendí el coche y compré otro mucho más barato conocí a maravillosa esposa Mary, con la que llevo más de diez años.

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