Palabra de CEO

Por qué esta bodeguera apuesta a sus vinos añejados bajo el mar

Patricia Ortiz es gerente general de Bodega Tapiz y, también, preside la cámara Bodegas de Argentina. Explica que, por Precios Cuidados, el año pasado, una botella costaba lo mismo que una de gaseosa o de agua mineral, lo que incrementó volumen pero golpeó la rentabilidad

El consumo de vino creció fuerte en 2020, en parte, por la cuarentena: al estar más en sus hogares, los argentinos se dieron el gusto de tomar vino con mayor frecuencia. Pero, también, ese hábito fue impulsado por los bajos precios de las etiquetas, al poder ajustar sólo un 10% sus valores, muy por debajo de los costos, por estar incluidos, desde marzo del año pasado, en el programa de Precios Máximos

Así lo explica Patricia Ortiz. La empresaria es gerente general de Bodega Tapiz, firma que vende vinos de $ 700 a $ 4000 la botella. La empresa tiene dos bodegas en Mendoza, una nueva, Wapisa, de vinos "atlánticos" cerca de Viedma, con cavas submarinas, y un potencial nuevo desarrollo en Cafayate, Salta.

Ortiz, además, preside Bodegas de Argentina, la cámara que nuclea a la mayoría de los principales productores de vino del país. Con esa visión más amplia, advierte que, si bien este año no hay límites para ajustar precios, en función de los costos, difícilmente se pueda recuperar la rentabilidad perdida. 

"Cuarentena y precios bajos impulsaron un alza del consumo, algo muy bueno, porque veníamos de caídas importantes en los años previos. Este año, se va a crecer menos que en 2020, porque la gente ya sale más. La industria celebra que se haya frenado la caída del consumo, que se da en todos los países maduros. En esos mercados, se crece al quitar share a otro origen o empresa. Y esa baja se compensa con crecimientos de países que son nuevos consumidores, como China, donde todos podemos crecer y está todo por hacer. Es un desafío conquistar esos mercados. Chile, la competencia, tiene acuerdos de libre comercio, vende sin arancel, tampoco tiene retenciones, cuenta con promoción y llega a menor costo", describe.

-¿Este año también se ve una baja en la rentabilidad, como en 2020?

-Los márgenes se están achicando. Hay vinos más económicos que en el mix pueden sobrevivir. Pero solos les cuesta. En un mix, podés tener márgenes casi nulos en algunas líneas. Compensás con otras de mayor precio, para no discontinuarlas. A diferencia de otras industrias monopólicas o concentradas, donde una empresa fija el valor, en el vino, el precio está regulado por la atomización del sector. Somos tantas bodegas que, si una se pasa de precio, pierde espacio en la góndola. El consumidor argentino es maduro, sabe elegir y tomar. Si se baja la calidad, no lo compra. Y, si se sube el precio, compra otro, porque la calidad del vino argentino es buena.

-El año pasado fue más complicado, en ese sentido...

-Sí, la fijación de precios máximos en 2020 afectó bastante a la rentabilidad. Cuando se fijaron, los precios se retrotrajeron al 6 de marzo. Muchas bodegas aún no habían presentado la nueva lista de precios y la medida las tomó con precios de octubre o noviembre de 2019. Retrotraer precios fue complicado, sobre todo, para las grandes bodegas que están en supermercados. Durante 2020, sólo se pudo aumentar 6% y 4%; 10% en total. El precio estaba bastante bajo frente a otras bebidas. Una botella de vino costaba como una de gaseosa o de agua. Por eso, la rentabilidad está afectada. Pero depende del mix de cada bodega.

-Por otro lado, las exportaciones crecen fuerte, a niveles récord en el semestre.

-Se ve una recuperación en todos los mercados. Hubo una reactivación y hay muchas consultas. Crecen bien los principales mercados: los Estados Unidos, el Reino Unido, Canadá, Brasil. En los Estados Unidos, hay una recuperación importante. Pero están comprando a precios más bajos en general. Y la Argentina ganó un poco de share porque cayeron los vinos más caros, europeos. 

El año pasado había mucha incertidumbre en Europa, que estuvo más cerrada que los Estados Unidos. Al igual que en la Argentina, la gente también tomó más vino en sus casas y, como acá, crecieron mucho los canales online. Las bodegas no estaban acostumbradas a estos canales. Por eso, el año pasado hicimos un foro con expertos, en Bodegas de Argentina, sobre cómo hay que trabajar en esos canales. Vender online es un camino que hubo que tomar el año pasado.

-El tipo de cambio ayuda...

-Sí, sigue siendo competitivo. Pero la inflación nos afecta en forma directa. Tenemos mucha mano de obra, insumos secos, logística... todo sube mucho. En exportaciones, estamos mejor. Pero afecta al mercado interno. No se puede modificar el precio final para cuidar al consumidor.

-¿Se podrá mantener el aumento en exportaciones?

-Hoy, tenemos muchos obstáculos ajenos a la industria y al país. Faltan botellas. Como venía cayendo el consumo, las empresas de vidrio no invirtieron, se creció y no pudieron dar abasto. Nos prometen que, para septiembre, estaría solucionado. Pero la situación, hoy, es crítica. Y hay problemas de logística a nivel internacional. No hay contenedores ni barcos; mucho se debe a la recuperación de los Estados Unidos. El mundo se reactivó rápido y no estaba preparado. Se dice que recién en 2023 se resolvería. Nosotros estamos lejos de los mercados. Se importan menos insumos y se demoran. 

-¿Qué evalúan hacer?

-Estamos evaluando exportar por avión, que suele ser más costoso. Pero más caro hoy es quebrar stock o quedar varados en puertos de los Estados Unidos, que están colapsados. Para vinos de media y alta gama, el avión podría ser la salida.

-¿Cómo está Bodega Tapiz, en este contexto?

-Elaboramos 1,8 millones de litros en nuestras tres bodegas. El 94% se vende en el exterior, sólo el 6% en el país. Desde su inicio, en 2004, fue una bodega exportadora. Todo lo que producimos nace en el viñedo. Estamos totalmente integrados. Por eso, tenemos fincas en las principales zonas vitivinícolas, con la tecnología necesaria. Después de Tapiz, la primera bodega en 2003 en Valle de Uco, construimos hace seis años una segunda, Zolo, en Agrelo, Luján de Cuyo, para elaborar de manera cuidada, no en forma masiva; tenemos una finca principal de 420 hectáreas en el límite con Gualtallary.

-¿Cómo es el proyecto de vinos atlánticos?

-Es un proyecto nuevo, que empezamos en 2016 con la primera elaboración, a modo de prueba, algo muy pequeño, y, ahora, avanzamos en la segunda parte. La idea era ampliar la producción en 2020. Pero, con la pandemia, no podíamos viajar a Río Negro. Ahora, estamos construyendo nuestra propia bodega, a 30 kilómetros al sur de Viedma, donde encontramos viñedos abandonados, porque hace décadas se hacían vinos en la zona. Por tipo de suelo y cercanía al mar, es similar a Bordeaux (Francia). Tenemos 60 hectáreas en producción, sobre un total de 120 de finca, que estamos plantando. Queremos ir creciendo de a poco. Al estar sobre el mar, hicimos cavas submarinas: parte de los vinos se añejan bajo el mar. El año pasado lanzamos la primera partida de esos vinos, muy distintos a nivel sensorial a los de guarda en bodega. Evolucionan diferente, con aromas más marcados. Vemos que, bajo el mar, los vinos evolucionan en seis meses como en seis años en cavas tradicionales, sin oxidación. 

-¿Cómo es el proceso?

-Instalamos jaulas de acero bajo el mar. En ellas, los buzos colocan las botellas. Un biólogo hizo un estudio de impacto ambiental previo y lo está estudiando. Las botellas salen con crustáceos. En la Universidad de Cuyo, hay un departamento de innovación que pone a disposición de las empresas a sus investigadores, para trabajar juntos en un proyecto. Puede ser, además, un proyecto interesante para el turismo en la zona. Por el momento, casi todos estos vinos de Wapisa se venden en los Estados Unidos, son pocas botellas.  

Cava submarina instalada a 30 km. al sur de Viedma

-¿Cuál fue la inversión para este proyecto?

-Alta, demanda mucha inversión. Pero conseguimos buena financiación en bancos. Las tasas bajaron significativamente y, hoy, se accede a créditos. Hace unos años, las tasas eran imposibles. Somos una empresa familiar. Pero mi marido trabaja en su profesión (es abogado). Lo que ingresa de la bodega se reinvierte, hasta que terminemos con los proyectos. Él siempre me dice que "alguien tiene que trabajar para que otros se diviertan" porque, cuando va a Mendoza, cata diferentes vinos y cree que esto es eso, tomar vino y pasarla bien. Pero no es tan fácil.

-¿Cómo les está yendo en exportaciones?

-Cerramos 2020 con una caída del 8%, por el cierre de restaurantes y vinotecas en el exterior, que estuvieron afectadas inicialmente. Pero repuntaron a fin de año y recuperamos parte de la pérdida. Este año, estamos creciendo mucho, un 5% o 6%. Creemos que vamos a recuperar lo perdido en 2020 para volver a los números de 2019 o un poco más. Lanzamos un producto nuevo para los Estados Unidos, una categoría que crece mucho con los millennials, Fit wine, de bajo alcohol y azúcar. Sirve para que los jóvenes ingresen al vino y después vayan a otros productos más sofisticados.

-¿Están probando alguna otra zona del país?

-Compramos en Cafayate, Salta, una finca hace unos años, cuando empezó el auge del torrontés, pero aún no la plantamos. En el medio, surgió el proyecto en el sur y decidimos esperar para avanzar. La idea es hacer torrontés y tannat, que se dan muy bien en la zona.

-Cuando comenzaron con Tapiz, en Mendoza, abrieron uno de los primeros hoteles y restaurantes en viñedos. ¿Cómo está hoy el turismo enológico, sin extranjeros?

-Cayó muchísimo. El año pasado no hubo casi visitantes. Pero los mendocinos empezaron a conocer las bodegas y restaurantes y, ahora, también hay turistas argentinos recorriendo. Antes no había tantos. Sirvió para que locales y argentinos conozcan más las bodegas y las propuestas. Pero hay, aún, pocas frecuencias a Mendoza. Necesitamos más para que se reactive el turismo.


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