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Funes de Rioja, el Alberto y CFK del lobby empresario

Es hora de que alguien salga a pedir por las condiciones de trabajo de un abogado laboralista top, como es Daniel Funes de Rioja. Seguro que nadie como él debe defender sus intereses personales pero tal vez, en la vorágine de unificar la voz de los dueños del capital que quieren endurecer posiciones ante el Gobierno sin poner la cara, esté cayendo en la trampa de la autoexplotación, cual monotributista categoría C que multiplica conchabos para llegar a fin de mes. 

Si ya estaba a full como presidente del poderoso núcleo de las compañías de alimentos en Copal, bancando la parada en peleas por los controles de precios con pesos pesado detrás como Arcor y Molinos, ahora también se transformó en el flamante titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) con el respaldo crucial de Techint, el mayor holding siderúrgico del país; el tema es que desde ahí, quedó a cargo en simultáneo de la presidencia del Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (Cicyp), otro sello influyente que reúne a empresarios numero uno y que este miércoles recibirá al ministro de Economía, Martín Guzmán, en un intento por tender puentes con el establishment en momentos de tensión con el campo y el sector de la salud. 

Por eso, va un mensaje con todo respeto para el mundo corporativo: basta de precarizar a Funes de Rioja. El histórico letrado con más de 30 años de experiencia en la rosca corporativa se ha convertido en una salida ideal para los sectores más fuertes de la actividad económica que quieren gobernar los espacios de influencia y negociación pero sin tener que ir a poner la cola horas y horas en los asientos de reuniones con la burocracia del poder. Ahí, el también ex titular del Business 20 y todavía hoy vicepresidente de la Organización de Empleadores de la Organización Internacional del Trabajo se mueve con naturalidad y -presten atención- sin que nunca se le desacomode la corbata o el pañuelo en el bolsillo del saco. Jamás nadie tuvo nada tan bien planchado como él. 

El histórico letrado se convirtió en una salida ideal para los sectores más fuertes de la economía que quieren gobernar los espacios de influencia sin tener que ir a reunirse horas y horas con la burocracia del poder.

Funes consolida la ley de los presidentes de cámaras empresarias que no tienen empresa, como los Jaime Campos de la Asociación Empresaria Argentina o los Javier Bolzico de la banca nacional o los Claudio Cesario en la banca extranjera. La combinación ideal de no garpar sueldos y poder meterle al café y a los comunicados por WhatsApp. Pero es cierto, con un plus que resaltan hasta sus colegas que no lo quieren mucho. Ha estado en la cocina de múltiples negociaciones a lo largo de las últimas décadas, ya sea desde su estudio jurídico que atiende a muchas grandes empresas que ahora también integran las cámaras que encabeza, o directamente durante todos los años en los que caminó pasillos como un vicepresidente crucial de la UIA e integró mesas de diálogo con todos los gobiernos. 

"Un lobbista profesional"; "un componedor"; "un hombre de posiciones duras pero con diálogo"; "un tipo previsible"; "uno que no habla en off". Con esas definiciones responden sus pares de distintos rubros al "qué le ven" al abogado que hoy todo lo preside. Sería algo así como una especie de cruza perfecta entre el estilo conciliador de un Alberto Fernandez que trata de ser aceptado por todo el mundo, pero con posiciones firmes más tipo Cristina Kirchner, aunque de otro palo, entiendasé. En otras palabras, Funes de Rioja puede aparecer en C5N un domingo a la noche y hablar sin ningún tipo de prejuicios a una audiencia tal vez hostil, pero al mismo tiempo enfatizar en su discurso inicial al frente de la central fabril que apuesta a la iniciativa privada como motor del crecimiento y que está en contra de la prohibición de los despidos. 

Dicho esto, hay preguntas que se disparan en momentos de debates de alta peluquería empresaria, cuando antros de viejas burocracias discuten cargos entre muebles de madera que dan a museo. 

¿Para qué sirve una cámara empresaria como la UIA? ¿Por qué es importante quién está al frente de un sello que tiene detrás cientos de otras firmas? ¿Tanto se puede influir desde ahí? ¿Puede motorizarse un interés genuino de aportar a un proyecto de país? ¿Por qué una mega compañía que puede operar directo por afuera quiere arrogarse la representatividad de todo el sector privado? ¿Desde ahí se puede marcar el rumbo del país o es jugando en el armado de una coalición política desde las sombras que se define la cosa? ¿Por qué un dirigente histórico como Jose Ignacio de Mendiguren que hoy está en un banco público es vetado del comité ejecutivo cuando estaba ya adentro? ¿Son celos personales? ¿Hay cuestiones personales? ¿Hubo autocrítica sobre los empresarios que pagaron sobornos según la causa de los cuadernos, como señaló el propio De Mendiguren apuntando al conglomerado que conduce Paolo Rocca? ¿Lo hubiera planteado si lo dejaban estar en la conducción del organismo? ¿En qué momento se deja de discutir el rumbo que tienen en mente los tipos que pueden invertir y dar empleo y se pasa a debatir la rosca, el lobby, los egos, o el acceso a cócteles VIP con funcionarios? 

José Ignacio de Mendiguren irá a la Justicia tras la asunción de Funes de Rioja en la UIA.

Sea lo que sea, lo loco es que el endurecimiento de la UIA de la mano del pluriempleo de Funes de Rioja llega en momentos donde, casi sin que nadie se diera cuenta, el Gobierno oteó cierta primavera industrialista. Anunció un marco regulatorio para la producción y manufactura del cannabis y el cáñamo industrial. Suspicacias de lado, apoyó la fabricación nacional de vacunas contra el Covid, apalancado en los barones del farma local. Y tras un trabajo silencioso, el Gobierno acordó con una provincia gobernada por la oposición como Mendoza la estatización nada menos que de Industrias Metalúrgicas Pescarmona Sociedad Anónima, una empresa de vanguardia capaz de fabricar turbinas y gruas, con un clip incluido donde todo el Gobierno repetía "IMPSA es industria". 

Nadie recordó en el acto del anuncio que se trataba de la icónica empresa que tocó el cielo y el infierno de la mano de Enrique Pescarmona, hoy con apenas el 5% de las acciones. Era para quilombo: su crisis había empezado cuando se negó a entrar a la obra pública en el kirchnerismo, en tiempos en que Julio De Vido le pedía asociarse a empresas afines a la Casa Rosada, y se complicó más cuando se lanzó a negocios audaces en Brasil y Venezuela, donde al final reconoció que también terminó pagando coimas.

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