Distorsión de expectativas económicas, un proceso imparable aún en pandemia

Semanas atrás, alguien publicaba en una red social un cuadro con resultados paupérrimos de la economía argentina. El economista en cuestión, mostraba caídas récord de los niveles de actividad y un marcado empobrecimiento de la estructura social en 2020 y afirmaba, sarcásticamente, algo así como que "¡Esta es la política económica actual!". Su mensaje era sencillo y contundente pero, al mismo tiempo, confuso porque sólo se veía esa imagen con una conclusión totalmente despojada de teoría, historia y método.

Hace más de un siglo, el profesor de profesores, como se lo conocía al economista alemán Gustav Schmoller, señalaba que "las ciencias históricas proporcionan un material empírico y datos que transforman al erudito de un simple mendigo en un hombre rico en lo que concierne al conocimiento o la realidad. Es ese material histórico-empírico el que, lo mismo que todas las buenas observaciones y descripciones, sirve para ilustrar y verificar las conclusiones teóricas, para demostrar las limitaciones de la validez de ciertas verdades (Schmoller, 1894)". Indudablemente, Schmoller hacía foco en el método (inductivo) y la búsqueda de la información empírica para acceder con más argumentos a una conclusión.

En similar sintonía que Schmoller, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) sostuvo recientemente que "las debilidades y brechas estructurales históricas de la región, su limitado espacio fiscal, la desigualdad, la escasa cobertura y acceso a la protección social, la elevada informalidad laboral, la heterogeneidad productiva y la baja productividad son centrales para entender el alcance de los efectos de la pandemia en las economías de la región, sus dificultades para implementar políticas que mitiguen estos efectos y los desafíos a la hora de emprender una reactivación económica sostenible e inclusiva (CEPAL, diciembre 2020)".

En el documento, la CEPAL dejó entrever las fragilidades micro/macro históricas de América Latina y la situación en la que se encontraban los países al inicio de la pandemia. Su sencilla lectura también sugiere que la coyuntura económica de la Argentina era muy diferente a la de casi toda la región. En los albores de 2020, poseía un stock de deuda que excedía su capacidad de pago (y parte ya estaba en default), no contaba con fuentes financieras más allá de la emisión del Banco Central (BCRA), estaba en recesión desde 2018, cargaba con una inflación que superaba el 50% anual (la más elevada en casi 30 años) y, como si todo esto fuera poco, necesitaba urgentemente renegociar el programa financiero con los acreedores privados del exterior (acuerdo cerrado en agosto) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Entonces, ¿cómo debió analizarse esa foto sin tantos apegos proselitistas? 

Abordando el tema en etapas. En la primera, explicando el estado de la estabilidad micro / macro, la forma en que estaban coordinados los precios relativos, los niveles de endeudamiento relativo (en pesos, dólares, plazos y tasas de interés por acreedor), los estados de la desocupación y la pobreza y, girando un poco hacia la heterodoxia, estudiando la racionalidad del debate político de estos años. Y en la segunda, desde marzo, desmenuzando los flujos de oferta y demanda de los mercados (sobre todo el de trabajo), el desarrollo del proceso de toma de decisiones en contextos de alta incertidumbre, los resultados de las estrategias y los éxitos relativos país por país pero, principalmente, el modo en que toda esa realidad moldeó las expectativas sociales. Después de hacer ese trabajo, el estudio de esa foto estaría concluido y tendría sustento. Pero, ¿se habría difundido? No porque la conclusión habría sido muy diferente.

Imágenes y análisis como el de esa foto mellaron el proceso de toma de decisiones e, incluso, la estabilidad psicológica de individuos que, atónitos, veían cómo se derrumbaba su bienestar económico y el esfuerzo de toda una vida. Cuando la incertidumbre mermó, el proceso de toma de decisiones lentamente comenzó a reiniciarse tras el apagón inicial. Conociéndose el cierre de persianas en la economía global y los desconcertantes procesos dinámicos de prueba y error aplicados hasta en las principales potencias del mundo, parecía que en la Argentina se avanzaría en el terreno de la cohesión social. La esperanza se diluyó rápidamente cuando se encendió el proceso de generación de imágenes. Semblantes preocupados se deshacían por proponer temas que, de antemano, se sabía que reabrirían heridas. Se escuchaba decir "él no tiene el poder, lo tiene ella"; "odian la Ciudad de Buenos Aires"; "el Gobierno nos quiere envenenar"; "somos conejillos de prueba"; "se puso la vacuna y se contagió", entre otras cosas. Prevaleció un olvido y una superficialidad que, como señalaba el sociólogo Zigmunt Bauman, "otorga un privilegio inadvertido a ciertas ideas recibidas, ideas triviales, compartidas por todos, que no exigen ni necesitan reflexión porque se consideran obvias (Bauman, 2013)".

Ese flujo de información y especulación, tendió a reforzar expectativas confusas instalando temas que, supuestamente, no requerían análisis porque todo lo malo "ahora" forma parte del folklore argentino, donde los errores se suceden y los estragos de la pandemia superan a los de todo el mundo. Con inusitada estigmatización, todo se puso en tela de juicio al plantearse dilemas tales como cuarentena, sí / cuarentena, no; barbijo, sí / barbijo, no; vacuna rusa, sí / vacuna rusa, no; estado de sitio, sí / estado de sitio, no y, ahora, vuelta a clases presenciales, sí / vuelta a las clases presenciales, no.

Las fotos se disparaban desde las mismas lentes, en blanco y negro, sin luz y con el foco apuntando en una única dirección. Ni siquiera se privaron de exponerse en el ranking del relevamiento de expectativas de mercado (REM) del BCRA, ni de aplaudir a aquel ex asesor estadounidense de los noventa, cuando sostuvo alegremente que la inflación de 2020 había sido de 120% (y no de 36% como publicó el INDEC).

Pregonando la inminente hiperinflación, la mega recesión y el abominable desempleo con choques sociales y carros hidrantes, estos "juglares" elaboraron cánticos especialmente diseñados para los momentos de más rating.

Con horror, algunos denominaron "la argentinización de los Estados Unidos" al hecho ocurrido el 6 de enero en el Capitolio; sin embargo, ninguno de ellos, nunca dejó de quejarse de la incertidumbre, los diferenciales de tasas de interés pagados por los bonos (riesgo) y los bajos niveles de inversión real. Ahora bien, con ese "master plan", en cierto modo, ¿estas usinas de pensamiento no promovieron la noción de "la Argentina inviable"?

Recientemente, el economista Mervin King, ex gobernador del Banco de Inglaterra y autor de la audaz "teoría Maradona de la política monetaria", reconoció que "el coronavirus ha puesto de manifiesto lo frágiles que son nuestras sociedades, incluso las más avanzadas: los políticos deben centrarse en eso, en aumentar la resiliencia del sistema (King, 2021)".

La Argentina parece haber escuchado ese discurso antes de que pronuncie porque, por ejemplo, en temas de salud, desde el principio cercenó el sendero spenceriano de "la supervivencia del más apto" y, en lo económico, desechó salvaguardar el equilibrio fiscal y monetario a cualquier costo sin transmitir la idea de las "fiestas las financieras interminables" porque, como se anunció, una vez concluida la emergencia, las asistencias del BCRA serían retiradas.

¿Qué queda para el futuro? Soslayando la trivialidad (Bauman), exhortando la rigurosidad (Schmoller) y comprendiendo la resiliencia (King), la pandemia podría ser una oportunidad para revisar y reconstruir la cohesión social. Sería necio desconocer el daño que genera la mala comunicación y las imágenes insensatas en el plano de las expectativas, la inversión, el crecimiento económico y la generación de empleo y olvidar que "las fallas en la comunicación tienen lugar en un sistema en el que las personas adaptan su conducta a la información recibida. Cuando sobrevienen fallas en la comunicación, el complejo sistema adaptativo se mueve en una cuenca de atracción con propiedades socialmente indeseables (Leijonhufvud, 2000)".

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