Análisis

Indicadores de bienestar miden mejor que el PBI, con retroceso en los emergentes

La pandemia del COVID-19 ha tenido un costo económico y social más allá de las caídas del PBI de 2020. Hace unas semanas, el Foro de Davos alertaba de una mayor desigualdad y fragmentación social, como ya habían hecho anteriormente el FMI, la OCDE o la Comisión Europea.

Aunque el PBI per cápita es un buen indicador agregado de las actividades de mercado (con algunas limitaciones por la disrupción digital), la medición del progreso social requiere ampliar los indicadores económicos y sociales utilizados tradicionalmente.

En línea con estas demandas y con aportaciones recientes de la teoría económica, como la de C. Jones y P. Klenow, desde hace algún tiempo en BBVA Research estamos trabajando en integrar diferentes indicadores en una aproximación agregada al bienestar social que considere la sostenibilidad social y medioambiental. 

En lugar de utilizar el PBI per cápita como baremo del éxito o el fracaso económico de las sociedades, medimos el bienestar social que proporciona el consumo per cápita (privado y público), el ocio, la equidad y la mayor esperanza de vida. Esta medida es mucho más operativa que otros indicadores que, por ejemplo, tratan de medir la felicidad a partir de encuestas y que no permiten hacer comparaciones fiables entre países a lo largo del tiempo.

Así, aunque el PBI per cápita es capaz de explicar el 81% de las diferencias de bienestar desde 1960 entre los países de la OCDE, este indicador de bienestar proporciona una información muy útil para algunos de ellos. Los casos más llamativos son Noruega y, sobre todo, Irlanda, donde el PBI es menos representativo del bienestar, debido a la actividad generada por multinacionales que trasladan a ese país sus activos de propiedad intelectual o actividades de arrendamiento de aeronaves: en 2015 su PBI creció 26%, y fue bautizada "economía de los duendes" por Paul Krugman, en referencia a esa mágica criatura en el folclore irlandés.

Las diferencias de bienestar entre los países más avanzados y los EE.UU. son menores que en PBI per cápita. Sin embargo, las diferencias se amplían con los emergentes, que no solo tienen una menor renta per cápita, sino también menos ocio y esperanza de vida, y mayor desigualdad. 

Durante las últimas seis décadas, EE.UU. no ha sido el país con mayor bienestar social. Noruega, Suecia, Suiza o Islandia han mantenido niveles de bienestar tan elevados o más. En España, su renta per cápita fue del 58% de la de EE.UU. en la última década, pero su bienestar aumenta hasta el 74,2% por su mayor esperanza de vida, y menor desigualdad y horas trabajadas. España se acercó a los niveles de bienestar de las sociedades más avanzadas hasta los años 1980, pero desde entonces su brecha se mantiene y fluctúa con el ciclo económico.

Esta perspectiva del bienestar nos permite valorar con más precisión las consecuencias negativas del COVID, que no solo ha supuesto una caída del consumo, sino también un aumento de la desigualdad y una disminución (previsiblemente transitoria) de la esperanza de vida. 

Lamentablemente, la pérdida de bienestar ha sido superior a la que refleja la caída del PBI y muy diferente entre países con un nivel similar de desarrollo. La pandemia reivindica la utilidad de este tipo de medidas y de incluir nuevas dimensiones de inclusión social, y nos alerta de la necesidad de anticiparnos a otros retos. En la medida que el cambio climático es posiblemente el más importante entre los conocidos, es necesario ampliar las medidas de bienestar para tener en cuenta el costo social del carbono y sus consecuencias sobre el bienestar de las generaciones futuras.

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