Opinión

Cómo bajar la inflación y no morir en el intento

Si hay un tema en el que tenemos experiencia en la Argentina es la inflación. Tuvimos todas los tipos de inflación habidos y por haber, y cuanto plan de estabilización existe en el planeta ya fue probado en nuestro país, por supuesto que sin éxito. Lo paradójico es que a pesar de conocerla tanto no terminamos de entenderla. Cada economista, cada político, cada empresario, cada taxista tiene su librito para explicar el fenómeno.

Cuando llega el momento del diagnóstico sobre sus causas algunos hablan de que el déficit fiscal es todo. Otros piensan que la emisión monetaria o la devaluación del tipo de cambio es todo. Y están los que consideran que la puja distributiva y la estructura productiva es todo. Pero tal vez habría que escuchar a Einstein, quien dijo que todo es relativo. En otras palabras, todos los factores han sido importante en algún momento, pero a veces dominaron unos y en otros momentos, otros

Es muy útil analizar la inflación desde un contexto histórico. En los 80', cuando la Argentina sufrió su única híper (hasta ahora), el déficit fiscal y la consecuente emisión monetaria jugaron un rol preponderante. El salto inflacionario durante la crisis del 2001 fue consecuencia de la devaluación, fue importante pero sólo duró un año. En el 2003 la inflación fue sólo 3%, o sea la devaluación no generó un largo proceso inflacionario.

En cambio, a mediados de la primera década del siglo XXI comenzó un proceso inflacionario diferente, que es el que aún llega a nuestros días. Empezó, aunque parezca increíble, en momentos en que la economía tenía superávit fiscal. ¿Cómo se explica? Muy sencillo, el Banco Central quería estimular una economía que estaba saliendo de una depresión económica y aumentar el empleo utilizando tasas de interés muy bajas e imprimiendo dinero. 

Para eso emitió más pesos de los que la gente demandaba y el resultado fue que hacia el 2007 la inflación llegó al 12% (y pensar que con esa tasa de inflación, que hoy parecería un lujo, el Gobierno se preocupó y Moreno comenzó con el dibujo de las estadísticas).

En ese momento, el Gobierno dejó subir la inflación porque interpretó que lo que la gente (el votante) privilegiaba era mayor empleo y mayor consumo, y que si eso implicaba un "poquito" más de inflación a nadie le importaba mucho. De hecho, las encuestas de opinión de ese momento indicaban que la inflación no era un tema de preocupación. Lo importante era crecer.

Con el tiempo, como pasa siempre, la fiesta del crecimiento se acaba y la resaca de la inflación toma el centro de la escena. Eso pasó a partir del 2011, cuando el Gobierno se quedó sin nafta para seguir creciendo y la inflación se mantuvo en niveles del 20% anual.

A partir de ese momento empezó a jugar la inercia inflacionaria, o sea, todos suponen que el nuevo nivel de inflación va seguir, nadie hace nada para cambiarlo y por lo tanto sigue y sigue.

 En ese contexto la inflación tiene vida propia y se sostiene en tasas que son independientes del déficit fiscal o de la tasa de interés. Difícilmente baje, pero es posible que suba un escalón si hay una devaluación o una suba generalizada de tarifas. Y eso es lo que fue pasando a partir del 2017, cuando la inflación subió un escalón en 2016 y otro en 2018.

La pandemia le agregó un grado de complicación adicional a la dinámica inflacionaria, dado que el componente fiscal volvió a tener importancia; el déficit es elevado y el Banco Central es la única fuente de financiamiento.

Todo indica que la inflación este año se acercará a los niveles de 2018 y 2019, con lo que surge la pregunta sobre qué se puede hacer para bajarla. La experiencia internacional muestra que bajar la inflación tiene costos, ya sea por subas de tasas de interés, o por medidas que bajan el poder de compra y el consumo. Por eso nadie quiere hacerlo a menos que sea indispensable, que la práctica quiere decir que con esa inflación se pierden elecciones.

Bajar la inflación requiere un programa integral, que opere tanto sobre los factores que la alimentan, los llamados fundamentals como el déficit fiscal financiado con emisión monetaria, como así también sobre los factores inerciales que afectan la dinámica de precios y salarios. Tiene que ser una combinación, ya que ninguno funciona sin la ayuda del otro.

Es muy difícil saber a priori si un programa anti-inflacionario va a funcionar o no, porque tanto su diseño como las decisiones que se toman día a día para sostenerlo son más un arte que una ciencia. Decisiones sobre cuándo y cuánto subir la tasa de interés, sobre cuándo intervenir en el mercado cambiario, sobre cómo interpretar los índices de inflación que salen mes a mes y que a veces pueden dar lugar a una sobre reacción tanto por el lado optimista o pesimista y tantos otros problemas que van surgiendo.

Pero sí hay experiencia de políticas que no funcionan y de condiciones básicas que cualquier programa debe cumplir. Por ejemplo, no sirve echarle nafta al fuego, como una emisión monetaria exagerada o con tasas de interés que sean menores a la inflación. 

Tampoco sirve tener un shock nominal como aumentos de tarifas o un salto en el tipo de cambio una vez implementado el programa. También sabemos que no es lo mismo reprimir que bajar la inflación. Un caso es pan para hoy, hambre para mañana; el otro apunta a terminar con el hambre.

Mucho se ha escrito sobre cómo bajar un proceso de inflación alta y prolongada (parecido al que vive la Argentina hoy). Cuesta encontrar casos exitosos que no hayan llevado muchos años y que sean costosos mantener. En estos días se habla de Israel como el país que ha sido más efectivo en vacunar el Covid-19. En poco más de un mes vacunó al 50% de su población. 

Menos se sabe que también es uno de los países que en 1985 logró una baja de la inflación rápida y duradera. Curiosamente lo implementó casi en simultáneo con nuestro plan Austral, que cuatro años más tarde terminó en hiperinflación. En el diseño fueron parecidos, la gran diferencia radicó en que Israel se comprometió, cueste lo que cueste, a bajar la inflación.

Sangre, sudor y lágrimas suena mucho, pero alguna vez habrá que hacer un sacrificio por el bien de nuestros hijos y nietos.

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