Misión a Marte

Para salir de los ciclos cortoplacistas, la Argentina tiene que pensar en grande, con la educación técnica como centro.

Se puede soñar en grande. Soñar en ser más de lo que somos individualmente, soñar en dejar la coyuntura de lado y pensar en el largo plazo. Soñar es fácil cuando la imaginación es fecunda. Y la imaginación de los argentinos siempre quiere jugar en las grandes ligas, un poco por ambición y otro poco porque se sabe capaz.

El ingeniero de la NASA Miguel San Martín, en una de las "100 políticas para la Argentina del 2030" que reunió Eduardo Levy Yeyati en 2017, escribió: "Pensando en el satélite de investigaciones climáticas y oceanográficas SAC-D desarrollado en la Argentina, (...) y en el éxito del satélite de comunicaciones Arsat, llegué a la conclusión de que la Argentina tiene la capacidad técnica para construir un satélite para la exploración de Marte".

Ilustración: Mercedes Mares

Si bien, "el cohete propulsor que lanzaría tal satélite rumbo a Marte tendría que ser contratado a empresas extranjeras (...), eso no quitaría mérito a la proeza tecnológica y científica que hoy en día está limitada a un club exclusivo de muy pocos países (los Estados Unidos, Rusia, Unión Europea, la India)".

El plan tendría el mérito de usar todo lo que aprendimos en estos años. Además del Arsat, el año pasado enviamos el satélite Saocom 1A al espacio gracias al lanzador reutilizable Falcon IX de SpaceX. Como si esto fuera poco, aquí nació y se desarrolla Satellogic, una compañía dedicada a fabricar constelaciones de microsatélites. Y en los EE.UU. está Skyloom, llena de cerebros argentinos.

Hacen falta la decisión y el dinero para mirar, apenas un poco, más allá de un futuro cercano.

Pero, en un país con tantos problemas estructurales como la Argentina, ¿tendría sentido embarcarse en un plan de tamaña envergadura? La respuesta, una vez más, la da San Martín. "El futuro le pertenece a las sociedades que invierten en educación, en particular en las áreas de las CTIM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas). Si un plan nacional para desarrollar una misión a Marte es coordinado con los educadores del país para que estudiantes de todas las edades, utilizando las herramientas de la informática, tengan un rol activo durante el desarrollo y seguimiento de la misión, el resultado podría ser la inspiración de nuevas generaciones de chicos y chicas..."

¿Y cómo financiarlo? Una buena solución es la que tomó el ingeniero y emprendedor Peter Diamandis con su premio XPRIZE de u$s 10 millones, que entre 1996 y 2004 puso a competir a 26 equipos de todo el mundo para lograr que una entidad no gubernamental envíe un cohete reutilizable al espacio. Esto puso en marcha a hobbistas, emprendedores varios y empresas aeroespaciales. Al final el premio se lo quedó el Tier One creado por Burt Rutan y financiado por Paul Allen, cofundador de Microsoft. Y varios privados contribuyeron con u$s 100 millones extras para el desarrollo tecnológico alrededor del premio.

¿Qué más? Apenas un detalle: un solo equipo latinoamericano participó del XPRIZE. No voy a precisar su nacionalidad pero sí decir que el diseño del ingeniero Pablo de León tenía un nombre particular y muy cercano, "Gauchito".

En un contexto en el que un vehículo espacial chino ya llegó exitosamente a la Luna, y tanto la India como Israel estuvieron a segundos de lograrlo, el asunto no aparece tan descabellado. Solo hacen falta la decisión y el dinero para mirar, apenas un poco, más allá de un futuro cercano. Tal vez, haga falta una solución virtuosa que incluya tanto al Estado como a privados para impulsar la educación y hacernos dueños del futuro...

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