Pymes del agro, bajo el agua: las pérdidas directas ya superan los u$s 1500 millones

Las inundaciones golpean a un tercio de la producción agropecuaria de la zona núcleo de la Pampa Húmeda. Las hectáreas gravemente afectadas superan los 7 millones. Los casos.

Las inundaciones en zonas rurales afectan a un tercio de la producción agropecuaria del país. Con la primavera llegaron más lluvias y la superficie gravemente afectada supera los 7 millones de hectáreas, casi el 30 por ciento de las 22 millones de hectáreas que abarca la zona núcleo de la Pampa Húmeda, ese corazón productivo agrícola, ganadero y lechero comprendido por la provincia de Buenos Aires, Córdoba, La Pampa y Santa Fe, según detalla un informe de la Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y La Pampa (Carbap). 

Las inundaciones en zonas rurales afectan a un tercio de la producción agropecuaria del país.

¿Las pérdidas? Teniendo en cuenta que miles de hectáreas de soja y de maíz que no se pudieron cosechar, la mortandad de terneros y vacunos, los litros de leche derramados y la imposibilidad de retomar la nueva campaña de siembra, se estiman por más de u$s 1500 millones, describe Carbap.

Sin embargo, hay un impacto indirecto en todo el circuito productivo que es complejo de calcular: las inundaciones destruyeron la infraestructura vial de los campos, atentaron sobre la venta de insumos agropecuarios, los contratistas de maquinarias, el transporte terrestre, el consumo de gasoil y la recaudación impositiva estatal. ¿Hay más? Sí. En la mayoría de las localidades de la zona el campo es el motor productivo de las poblaciones; si el productor pierde, también pierde el comercio y la industria y se reduce el consumo.

La superficie afectada supera los 7 millones de hectáreas, casi el 30 por ciento de la zona núcleo de la Pampa Húmeda.

Según el informe, prácticamente toda la cuenca del río Salado  se encuentra en “graves problemas hídricos". Un punto clave del problema son los más de 15.000 km de caminos rurales que se convirtieron en canales e impiden llegar a los lotes o tambos. Se suma, también, el efecto de la napa alta, que impide que circulen las máquinas pesadas para la producción. Carbap estima que por esta situación 2,5 millones de hectáreas se suman a la afectación.

Hoy el foco bonaerense más grave está en el partido de Bolívar: se calcula en 500.000 hectáreas. "Prácticamente total", según la Sociedad Rural del partido. En lo ganadero, un informe de la Sociedad Rural Argentina (SRA) detalla que en los últimos cuatro meses, a nivel nacional, se perdieron 300.000 cabezas de ganado, unos $ 10.000 millones, más $ 477 millones en lechería. Senasa aporta que más del 60% del rodeo vacuno bonaerense está en la zona afectada (el 34% del stock nacional) y se encuentra en una etapa crucial del ciclo productivo, que no solo afectará el ciclo actual, sino también los venideros. En tanto, el 67% de las vacas en ordeñe en las zonas afectadas de la provincia repercute en la actividad y genera el cierre de cientos de tambos.

Se estiman pérdidas por más de u$s 1500 millones. 

Otros problemas son la escasa inversión en infraestructura hídrica y el uso extensivo de cultivos que atentan a la absorción de los suelos. Pablo Ginestet, productor y delegado de CRA en la Comisión Nacional de Emergencias y Desastres Agropecuarios, resume: "La inversión en infraestructura es nula en los últimos 15 años. Y, con el cambio de autoridades, a muchos funcionarios nuevos, sin experiencia, les costó entender la situación y se demoraron decisiones en torno a obras".

Inés Camillioni, investigadora del Conicet y del Servicio Meteorológico Nacional (SMN), añade: "Para que haya inundaciones no solo debe haber precipitaciones; hay que considerar las condiciones del suelo. Su uso es central. No todos los cultivos absorben igual cantidad de agua.La soja absorbe mucho menos que otros. Su uso tan extensivo modificó las condiciones de absorción en muchas regiones. Se agrega que no está organizada la gestión de infraestructura de recursos hídricos . Y remata: “No hay un plan integral". 

Según especialistas, los daños solo se minimizarían con una drástica reducción de las precipitaciones y con el aumento de temperaturas que ayuden a evaporar los excedentes hídricos; ambos fenómenos permitirían sembrar hacia fin de año en áreas hoy inundadas.

La vida rural, puesta a prueba

En 2012, la familia Filipuzzi, oriunda de Cañada Seca, noroeste de la provincia de Buenos Aires, buscó darle valor agregado a la soja. Los hermanos Eldo, Hugo y Oscar montaron una planta de extrusión de soja en la que procesan la producción de 3000 hectáreas, de la que generan expeller que venden para alimentar los tambos de esa zona del partido de Villegas, y aceite, que se canaliza a plantas de biocombustibles. También tienen un equipo de maquinaria agrícola con la que ofrecen servicios de siembra y cosecha.

Según especialistas, los daños solo se minimizarían con una drástica reducción de las precipitaciones y con el aumento de temperaturas que ayuden a evaporar los excedentes hídricos.

"Las inundaciones afectan todo el negocio. Primero lo sentimos en la producción, después en el servicio de contratistas, y luego en la planta", describe Eldo Filipuzzi. Desde septiembre de 2012, la extrusora trabajó continuamente a un 80% de sus posibilidades, unas 50 toneladas de soja en turnos que casi completaban las 24 horas. Hoy, el ritmo cambió: la planta trabaja a un 35%, a veces día de por medio, con un solo turno y moliendo unas 15 toneladas por jornada. ¿La razón? La lluvia. 

"Por las inundaciones, en la cuenca lechera de nuestra zona cerraron, al menos, 20 tambos. A muchos de ellos los proveíamos de expeller", explica Filipuzzi, que agrega que antes de las continuas precipitaciones habían llegado a sembrar 4500 hectáreas: "Fuimos creciendo, pero el agua nos frenó. En 2015, comenzamos a tener problemas. 2016 fue muy duro, quedó en los campos el 50% de la producción; y 2017 fue peor, quedó casi todo lo que sembramos".

También por el cierre de tambos, pero en la región de Laboulaye, sur de Córdoba, se vio perjudicada la producción de Lattay, fábrica de quesos, con más de 30 años, que conduce la familia Careri. "Nos vemos seriamente afectados. Buena parte de la producción de leche que entraba a la fábrica venía de una zona muy castigada por las lluvias, donde cerraron cuatro tambos que nos proveían", describe Gustavo Careri, gerente. Uno de esos tambos es de su padre (el principal proveedor de Lattay), que llegó a producir 15.000 litros diarios, con 600 vacas de ordeñe. Las inundaciones anegaron el camino de acceso al establecimiento y, al no poder ingresar suplementos alimentarios y con las pasturas bajo agua, la producción se redujo hasta 4000 litros por día.

"No quedó otra que achicar el tambo para ser más eficientes. Tuvimos que buscar materia prima lejos, que nos trajo más costos de logística y nos obligó a adecuarnos a otras formas de comercialización. No es lo mismo trabajar en un área donde uno tiene trayectoria, que en una donde no. El corrimiento en la cadena de pagos nos afectó mucho y nos obligó a modificar toda la cadena comercial", agrega Careri, que asegura que en el segundo trimestre del año la fábrica trabajó en un 50% de sus posibilidades de producción. "Se hizo frente a la situación con nuestro stock, nos quedamos sin reservas de quesos", lamenta. 

Un reflejo de la escasez de mantenimiento de la infraestructura hídrica es el crecimiento de la laguna La Picasa, que sumergió la Ruta Nacional 7, clave en la conexión de esa zona de Córdoba con Buenos Aires. "La mayoría de nuestra comercialización está en la provincia de Buenos Aires. Desde que está cortada, se alargaron los fletes y se reduce la rentabilidad respecto de la competencia. Si grabo este gasto extra en el producto, no vendo más", dice Careri.

Hay un impacto indirecto en todo el circuito productivo que es complejo de calcular.

Entre las pymes del agro más castigadas están los tambos. En la zona de Henderson, al centro oeste de la Provincia de Buenos Aires, Álvaro Odriozola trabaja su tambo en el campo El Mirador y combate el crecimiento de La Estrella, canal troncal de la zona que está pegado a su campo. "Llevamos 20 años sacando agua del campo", reniega Odriozola. De las 260 hectáreas que sembró de maíz y soja para hacer silo, 190 se perdieron. La idea de superar la producción de 4000 litros quedó lejos. El nuevo desafío es sobrevivir.  

Su establecimiento es uno de los pocos que aún le hace frente a los excesos hídricos en la zona. De 12 tambos que conformaban la cuenca lechera local, quedan tres. La mayoría pegó el portazo en el último año. "Estamos haciendo mozzarella, tratando de darle valor agregado a la leche. Nos defendemos como podemos para mantener el personal", cuenta Odrizola.

También productor de tambo, a Gustavo Walberg lo persigue el agua. Completamente inundado en la zona de Salguero, sur de Córdoba, se refugió en el Lincoln, noroeste bonaerense. También se complicó. En la campaña 2015/2016 habían llovido  1600 mm, tres veces más de lo normal. En abril pasado cayeron 200 mm en un día y se entorpeció la producción del semestre. Se sumó la lluvia de mediados de septiembre y su tambo, de unas 300 madres, vuelve a correr peligro. Es consciente que, con las precipitaciones de la época, los caminos no  aguantarán. "El productor aporta una tasa vial al municipio y ese dinero lo usan para cualquier cosa. No se puede seguir así. Cerraron decenas de tambos por caminos destruidos. Entrar y salir con un camión de leche es una aventura espacial. La tasa inmobiliaria y vial sube y no pasa nada".

Walberg reconoce que el cambio climático ya llegó y reclama medidas por parte del Estado. "Se debe hacer política económica de otra forma; fomentando que el productor invierta en pasturas, en ganadería, en rotación de cultivos. El problema es la inacción permanente de funcionarios que no saben o no pueden tomar decisiones en puestos clave", concluye, resignado e indignado. Como miles de productores más en todo el país.

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