El arquitecto que viste a celebrities

Alberto Adera diseña camperas con bordados exclusivos y artesanales. Su emprendimiento cumplió dos años y factura $ 383.000 mensuales. Por qué este joven de 28 años se niega a implementar el comercio electrónico.

Alberto Adera se define como un emprendedor con mucha suerte. Sin embargo, cuando repasa los últimos 24 meses de su trayectoria, no logra discernir si todo ocurrió lento o demasiado acelerado. Lo cierto es que al poco tiempo del lanzamiento de su empresa, sus prendas conquistaron a varias famosas argentinas que viralizaron la marca y para este año proyecta una facturación anual de $ 6,2 millones.

Adera Machine es una pyme que diseña y comercializa camperas con personalidad. Los modelos de cuero y de jean están bordados a mano con frases, dibujos o figuras abstractas en espalda, puños o cuellos. Y como sello distintivo, los diseños pueden ser modificados por las clientas hasta en el más ínfimo detalle.

Conseguir dinero para mantenerse en Buenos Aires fue el primer objetivo de este joven de 28 años, que cerró 2018 con una facturación de $ 4,6 millones. Sus únicos canales de venta son una cuenta oficial de Instagram con más de 25.000 seguidores y un showroom en el barrio de Belgrano.

Hace casi tres años, Adera -un salteño que se define como tucumano y que vive en la Capital Federal- se animó a soltar su título universitario para dedicarse a la moda. No obstante, antes de ingresar al terreno de la indumentaria protagonizó un trajín de maniobras apresuradas.

Primero, arriesgarse

Cuando se recibió de arquitecto en la provincia de Tucumán, a fin de 2015, decidió estudiar Diseño de Indumentaria. A su casa natal en Rosario de la Frontera no iba a regresar. Eso también había decidido. La nueva oportunidad llegó rápido: desde Milán, meca mundial de la moda, le ofrecieron media beca de un año y una beca completa por tres años. Aceptó.

Pero ese viaje no se concretó. "Me iba a ir el 14 de febrero de 2016. El 5 de ese mes di de baja el pasaje, busqué una habitación en un departamento compartido y me inscribí en la carrera en Buenos Aires", recuerda.

Una vez instalado, la vida porteña se le vino encima. No podía costearse los gastos de estudio ni el alquiler. La plata se le acababa pronto. "Estaba en la facultad sin poder trabajar entonces me dije que necesitaba hacer algo ya y se me ocurrió esto", recuerda.

Con una inversión inicial de $ 16.000, Adera lanzó los primeros modelos de su marca. El debut fue en noviembre del mismo año de su mudanza. Arrancó con escasos diseños. La primera producción constó de seis camperas que se vendieron en unas semanas. "Les saqué fotos y las subí a Instagram, la plataforma que me permitía mostrarme, no tenía plata para un local o para publicidad de otro tipo. Las iba haciendo a pedido, con demora de 30 días para poder financiarme".

Artesanal y original

El feedback que tuvieron sus creaciones moldearon su proyecto inicial. Se propuso armar un catálogo con estilos disruptivos, colores y atender personalmente los encargos. De a poco, Adera Machine absorbió sus jornadas y el estudio quedó atrás. En dos años, las ventas aumentaron 10 veces, superando la entrega de 60 unidades mensuales.

Durante el primer año de la marca, Adera bordó cada campera. Bordar no le resultaba tan desconocido porque había aprendido algunas técnicas en las materias que había cursado. Igual el aprendizaje fue contra reloj. Las camperas requieren de tres a cinco días de trabajo.

La demanda lo obligó a agrandar la estructura. Hoy, lidera un equipo interno de tres bordadores, un diseñador gráfico, una persona dedicada a los envíos y cuenta con el apoyo de un taller externo.

Los precios en cuero oscilan entre $ 9600 y $ 14.200 y en jean, entre $ 4800 y $ 6400. Adera asume que los valores no son accesibles como quisiera, por lo que planea incorporar eco cuero en la próxima colección. "Quiero que la gente pueda usar las camperas, no me gustan las marcas imposibles de pagar", aclara. Por otra parte, agrandó la curva de talles hacia ambos extremos.

La viralización de confianza

"A los cuatro meses de trabajo, me llegó el llamado de Luciana Salazar. Se comunicó conmigo su asistente. ¡Soy de un pueblo de Salta, imaginate cómo me sentía vistiéndola! Eso me dio nuevos seguidores. La gente tenía más confianza en la calidad del cuero y en el producto en sí", analiza.

Ese contacto con Salazar es lo que Adera define como una cadena con las famosas. "Cande Ruggeri fue la segunda en llamarme. A las dos semanas, ya estaba en contacto con Barbie Simons y por ella con Pampita", cuenta. Mariana Fabbiani, Eleonora Wexler y Karina Jelinek integran su clientela. De hecho, uno de los requisitos de Fabbiani abrió las puertas a un nuevo target: "Ella buscaba modelos lisos o con detalles chicos, y gustaron mucho cuando los publiqué". Por momentos, esas camperas clásicas o de colores metalizados ocuparon hasta el 50% de las ventas. Según Adera, mujeres vinculadas a la esfera política y diplomática local compran sus camperas aunque prefirió omitir los nombres.

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