Imaginemos un amanecer en Neptuno

Si bien hay personas que nacen con cerebros que les facilitan ser más creativos, el resto puede enriquecer su percepción exponiéndose a múltiples experiencias. Los elementos del Motor de la Innovación.

Si intentamos imaginar un amanecer en la playa, es probable que muchos pensemos en rayos de sol, arenas blancas y palmeras, ya que estas imágenes están alojadas en nuestro cerebro. Pero, si nos piden imaginar un amanecer en Neptuno, tendríamos muchas resistencias y dificultades, y nuestro cerebro consumiría kilos de energía. Eso sí, seríamos más creativos.
Para aprender a ser más creativos se requieren métodos muy diferentes a los que estamos acostumbrados, salir de lo cómodo y conocido y, sobre todo, conocer cómo funcionamos.
Una de la habilidades más importantes al hacerlo es la de realizar preguntas. Y lo más difícil es hacer las correctas. La creatividad se basa en plantear interrogantes. Los desafíos no tienen una única solución. La creatividad se plantea como un reaprendizaje. Aprender a abrir la mente y entender que, en el mundo real, los problemas tienen muchas soluciones.
¿Qué se necesita para innovar? Un entorno adecuado. Podemos ser personas increíblemente creativas, pero si no estamos en un ambiente que fomenta eso, nuestra creatividad va a ser sofocada. Si en una organización priman las reglas que castigan si las cosas no funcionan como se esperaba, es probable que provoque que no intentemos probar algo nuevo.
Uno de los modelos que más me gusta es el de la neurocientífica Tina Seelig, llamado "El Motor de la Innovación", que explica cómo se genera y fomenta el ingenio. Para ella, son seis los elementos interconectados que influyen en nuestra capacidad de ser creativos: el conocimiento, combustible de la imaginación; la imaginación, catalizador de la transformación de conocimiento en nuevas ideas; la actitud, chispa que pone en marcha el "motor de la innovación"; los recursos, activos presentes en nuestra comunidad; el hábitat, lugar físico donde trabajamos o vivimos, cómo está construido, diseñado, iluminado, todo influye en la imaginación; y la cultura, formada por las creencias colectivas, los valores y comportamientos de la sociedad en que vivimos.
Las seis están inexorablemente conectadas y se influyen unas a otras. El talento requiere de un entorno apropiado. De poco sirve tener a Einstein si no puede desplegar su talento exploratorio. Incluso él pasaría desapercibido. Así como existen contextos que alientan la diversidad, están los que la aniquilan. La burocracia, rigidez, falta de autonomía, formalidad e intolerancia al error son condiciones que generan un contexto poco propicio. La diversión, autonomía, libertad, tolerancia al error, tensión y trabajo en equipo son caldos de cultivo para la creatividad y la innovación.
El trabajo en equipo estimula y potencia la creatividad ya que no solo tenemos nuestras propias experiencias para desatarla, sino las de todos los miembros y la posibilidad de que estas se combinen.
No todos podemos llegar a ser innovadores descollantes, pero todos tenemos el potencial para estimular y aumentar nuestra creatividad enriqueciendo nuestras experiencias. Para esto debemos exponernos a nuevos aprendizajes, información, personas distintas o ambientes desconocidos. Mientras más radical sea la experiencia, mayor es la posibilidad de generar nuevos puntos de vista o percepciones. Actividades que nos sacan de la zona de confort. Con nuevos estímulos se reprograman las neuronas.
Si bien hay personas que nacen con cerebros que les facilitan ser más creativos, el resto podemos enriquecer nuestra percepción si nos exponemos a múltiples experiencias.
Por eso, empecemos hoy. Imaginemos un amanecer en Neptuno.
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